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Las rutinas automáticas

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Cuando ciertas tareas se repiten reforzando las secuencias neurales intervinientes, el inconsciente “aprende”, toma el control cognitivo y comienza a ejecutarlas sin intervención de la conciencia, liberándola para que ponga foco en otros objetivos. A tal efecto, actúa en paralelo, a gran velocidad y manejando gran cantidad de información.

Esa ruta –(e) en la figura 1.1– es la que facilita la realización de actividades simultáneas con la que ocupa nuestra atención en un determinado momento. Es así que conducimos un automóvil a la vez que hablamos con nuestro acompañante o escuchamos la radio, mientras que nuestro inconsciente, con un mínimo esfuerzo de atención, controla los movimientos del volante para mantenernos en el límite del carril.

Todas esas actividades automáticas, realizadas al margen de nuestra conciencia, son las que nos evitan planificar dónde poner el pie para dar el próximo paso, cuánta presión ejercer sobre el picaporte de la puerta o qué palabra decir a continuación de otra. El inconsciente se encarga de ello y nos libera el consciente para planificar más ampliamente dónde queremos ir, qué puerta abrir y qué queremos decir.

Obviamente que el aprendizaje de estas rutinas, hasta que se hacen automáticas, exige la concurrencia de la conciencia. Así, cuando uno aprende a andar en bicicleta, debe prestar atención consciente al cuerpo y a la bicicleta hasta que, al cabo de un tiempo, la actividad motora se transforma en algo automático e inconsciente.

Vivimos gran parte de nuestra vida en forma automática. Solo tenemos que planificar cuando nos desviamos de la rutina. En ese caso, será necesario redireccionar nuestra atención, aunque, como consecuencia del procesamiento en serie de la memoria de trabajo, durante esa tarea deberán desatenderse otros asuntos.

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