Читать книгу La tinta en su piel - Ana Goffin - Страница 15

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CAPÍTULO VIII

Mis angustias fueron cesando poco a poco. El contrato y la cajita tuvieron un efecto de paz. Crecí tan rápido que el tiempo me empezó a parecer fugaz, nuevas ideas revoloteaban en mi cabeza y empezaba a cobrar conciencia de cómo en la calle me veían con una mirada distinta a la de pequeña. Creo ser guapa, eso me dicen y tiene efecto en mí: hace más pequeña la extrañeza de mi envoltura.

Sé mi inteligencia como un don, pero también estoy consciente de que puede ser mi perdición. Cuando mi voz interior se expresa en varios planos, me lanza a percibir e intuir la vida en una dimensión distinta y singular. Duele.

Este relato a continuación se relaciona con un suceso que viví una tarde “cualquiera” y se vincula con esa parte intuitiva. En un mundo con mirada objetiva, como el nuestro, puede dar la impresión de acariciar la locura.

A veces regreso a casa con sueño después de la escuela. Gustosa me saltaría la comida para dormir, pero mi mamá es estricta y no me lo permite. Lamentablemente no se le quitará. Muchas tardes regresa a la oficina para ver a sus clientes y yo aprovecho a recostarme con una manta que me cubre y me da la sensación de protección.

Una tarde me sucedió algo inusitado. Mi vida está teñida de situaciones inusuales, pero ese día fue diferente. Estaba tendida cómodamente en mi cama. Frente a ella, al fondo del cuarto, hay una pared blanca. No hay un cuadro ahí porque decidí esperar y poner algo con un significado especial.

Estaba muy cansada esa tarde, pues en invierno me voy a clases y está oscuro, vengo a casa y quedan pocas horas de luz. En tanto reposaba el cansancio, imaginando mi futuro como tantas veces, entraba por la ventana un rayo de luz e iluminaba la pared. Sin aviso alguno, mis ojos veían una película reflejada ahí. Otra vez, era aquel niño que vi hacía tiempo en la Sala de los Espejos. Lo observaba de espaldas y sentado frente a una mesa. Era mucho más alto y su espalda parecía tener músculos esculpidos por debajo de su camisa. Seguramente dejó la niñez unos años atrás. En la película, él usaba pluma y dibujaba con tinta china. Trazaba la silueta de un cuerpo de mujer y, en lugar de rellenarlo con colores, plasmaba símbolos en fina tinta negra. No los alcanzaba a distinguir.

Tras varios minutos de trabajo, toda la morfología desnuda de la mujer quedó cubierta de grafías. Cuando terminó, sin previo aviso, una lágrima suya resbaló sobre el papel.

Salté de la cama. En ese instante sonó el timbre. Era Clara, olvidé que iríamos a comprar un vestido para la fiesta de graduación. Bajé corriendo la escalera en el intento de escapar de la película y me dije a mí misma que seguramente fue un sueño.

Al volver por la noche a casa, con un nuevo vestido envuelto en papel blanco dentro de una caja, encontré una pintura en la pared de mi cuarto: una mujer desnuda con el cuerpo cubierto de alegorías, una representación poética de mi persona. Algunos trazos estaban borrados por una lágrima.

La tinta en su piel

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