Читать книгу Fragmentos de inventario - Antonio del Camino - Страница 8

[La celinda]

Оглавление

De entre todas las flores que el abuelo mimaba —rosas, geranios, claveles, pericones, azucenas, celinda…— esta última, con el permiso de las azucenas, era la que más me gustaba. Al llegar la primavera, el celindo, situado en un rincón del patio —sus ramas hasta más arriba del tejado—, se llenaba de yemas y en poco tiempo el aroma de sus inmaculadas flores se imponía al de las demás. En mayo alcanzaba su máximo esplendor, y era tal que las ramas se doblaban y venían abajo, víctimas de su propio peso. El patio se perfumaba de celindo, y a mí me gustaba sentarme allí, en una silla o en el poyete del cuartejo, a leer algún cuento mientras llenaba mis pulmones con aquel aire aromatizado y dulzón; todavía limpio.

En el Mes de María, mi abuela siempre preparaba unos hermosos ramos con celinda, rosas y claveles para que yo los llevase al colegio; allí, la señorita Rosario los depositaba junto a la imagen de la Virgen, a la cual alabábamos todos los días con cantos y oraciones.

Más de una vez pensé que si la naturaleza me hubiese dotado para la pintura habría querido fijar en un cuadro aquel rincón del patio, con el celindo en toda floración: en el cénit mismo de su belleza. Lo imaginaba como una pintura impresionista, de mínimas pinceladas, que, contempladas con la debida distancia, compusieran el detalle exacto de mi rincón favorito.

Ese cuadro nunca existió. Sin embargo, puedo verlo con nitidez en mi imaginación: el arbusto, a reventar de flores, alzándose a los cielos, para doblarse ligeramente en su máxima altura, en una especie de reverencia a las plantas vecinas o, quizá, en un gesto de suma displicencia hacia ellas, como si las observara con cierta altivez y superioridad; detrás de los troncos, las paredes blancas, descaluchadas; en lo más alto, el cielo y su belleza azul. Y yo, a su lado, leyendo.

Ese cuadro nunca existió. Como tampoco hubo ningún poema que hablase de ello. Y sin embargo, ahora, cuando tal imagen ha brotado en mí después de tantos años, intento juntar las palabras adecuadas y, en un acto de íntimo homenaje, trazar mi poema a la celinda. Después de muchas vueltas queda esto: pobre, insatisfactorio. Habrá que seguir intentándolo:

En la mañana blanca que fue mi infancia,

la limpieza del aire, la rama altiva,

el cabello de ángel, la flor de nata,

el aroma del tiempo, la luz más viva.

Y en ese ambiente,

pirata en La Hispaniola,

santo en Oriente.

Fragmentos de inventario

Подняться наверх