Читать книгу Zama - Antonio Di Benedetto - Страница 9

Оглавление

3

Era de nuevo la siesta, que me hacía deseable, pero riesgoso, el lecho; era la siesta que, al menos ese día, tan cercano al del baño de las mujeres, no quería repetir a campo.

Era la siesta y ese hombrón terrible se me vino por la calle vacía como un meteoro de sol destinado a mí, entre todos los mortales, por potencias infalibles.

Me tomó de las ropas y yo quise contenerlo con un enérgico “¡Caballero!”. No me escuchó, llamándome sin respiro “buscón de mujeres honestas” y “asqueroso mirón que ni se les atreve”. En un confuso indignarme y comprender que se trataba del marido y saber quién era ella y tratar de desasirme, me gritó “¡Habrá duelo!”, y se fue y me dejó. Me dejó con la necesidad de seguirlo y sacudirlo, engañándome, conteniéndome, con la promesa del desquite futuro, porque, él dijo, habría duelo.

Pero no habría. Por toda la calle no pasaban más que una perra en celo y sus pretendientes de cuatro patas; en consecuencia, ningún testigo le exigiría el cumplimiento de su palabra, un anuncio explosivo que seguramente le bastó para quitarse la gana de darme un maltrato. De mi parte, peores flaquezas podía reprocharme.

Sin embargo, me juré que sería la última. Me dije que, si a sufrir ésa me avenía, era únicamente comprendiendo la razón de su arrebato, conociéndome culpable. Salvo que, yo alegaba, no debió insultarme. “Asqueroso mirón”: son palabras que entran sin alternativa de olvido.

De ser así, de nunca producirse el proclamado duelo, ¿debía deducir que existe una medida para la satisfacción de la ofensa, aun en los individuos aparentemente más brutales? ¿Debía creer que, tal vez, el hombre que defiende con escaso celo a su mujer más que temeroso es un limitado por secretas motivaciones, que le vedan ocuparse demasiado de ella: un oculto odio, un lejano hastío, un amor extinto y no obstante para nadie evidente, ni para él siquiera?

Zama

Подняться наверх