Читать книгу La tierra de la traición - Arantxa Comes - Страница 15
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ОглавлениеDistrito El Foco. Vala, capital de Brisea
La han intentado asesinar. Myllena todavía recuerda el calor de la llama consumiendo la carta que Duna no le permitió tocar. Si no, ahora sería pasto de los gusanos, carne de cañón para las habladurías. Algo que, sin duda, piensa ella, sería del disfrute de la experta consejera Sige.
La han intentado asesinar, y no sabe si está siendo incauta por no decírselo a nadie más que a Duna, o una total incompetente por no salir a la calle y descubrir si es cierto que los Weiloch van detrás de ella.
—Chiquilla, si tan poco te interesan mis lecciones, estoy segura de que ambas podemos aprovechar mejor el tiempo fuera de este lugar.
La experta mecánica Bega Lystou la saca de sus pensamientos de golpe, con esa voz antigua, a veces áspera, a veces tan imposiblemente melosa en ese carácter tan férreo. Bega Lystou es una caja de sorpresas, como las que guardan bombones de todos los sabores y se desconoce a qué sabrá cada uno. Para Myllena, esa mujer siempre sabrá a licor fuerte y espeso.
—Lo siento, Bega.
Se tutean, porque las formalidades entre ambas y Frinn Derne desaparecieron el día en que descubrieron que a ninguno de los tres les gustaba la pomposidad, el experto financiero Gery Kovatski y lo absurdamente grande que es la Casa Ilustre. De hecho, ahora mismo están en una de las bibliotecas que aguardan tras los muros de dicha sede.
—¿Te preocupa algo?
Myllena siente en dos compases: el primero, bajo la piel, donde despierta el miedo y la ira por que hayan querido acabar con su vida; el segundo, de manera superficial, haciendo que sus ojos recorran la mesa llena de apuntes y libros, el alféizar donde reposan varias macetas y plantas, y terminen en la silla de ruedas de la experta mecánica.
—¿Te preocupo yo?
—¿Ha salido mal la operación?
La mirada entre ambas se dilata, remueve. Bega reconoce la ferocidad de Evie Lievori y la inteligencia de Vesna Rois en los ojos oscuros de Myllena; Myllena, en cambio, halla una seguridad que no la tranquiliza en Bega. Esa seguridad de que el mundo no se detiene, pese a que todos necesitan un descanso.
—¿Por la silla? —La mujer procede a cuentagotas, porque es experta en armar cualquier tipo de artefacto con maestría casi innata y también en indagar dentro de las emociones—. Chiquilla, los demás verán esto como una complicación, que ya no use mi bastón. Creerán que mi valía solo reside en las piernas…
No es un secreto que Bega Lystou está enferma, pero lo es su enfermedad.
—Infravaloran lo que se escapa de sus reducidas normas. —La experta acaricia las hojas de las plantas quietas ante la ventana, le gusta rodearse de vegetación, como si esa vida le devolviera la que el tiempo le va arrebatando.
—Yo jamás lo haría.
—Y por eso me caes tan bien. —Arranca el tallo de una planta que Myllena no reconoce y comparten una sonrisa.
La aprendiza regresa la mirada al manual de Mecánica Aplicada, entender y manejarse en todas las disciplinas es un deber del Experto Superior. Por eso, Myllena no estudia en la Universidad Central, sino en su hogar, la Casa Ilustre. Los expertos son sus profesores y ella, una alumna privilegiada por aprender directamente de quienes más saben sobre la argamea y el funcionamiento del país.
—¿Qué sucede con los últimos modelos de cargas autónomas?
—Que consiguen almacenar la argamea, pero en cantidades insuficientes, dado que es tan potente como inestable si se acumula en aparatos pequeños. Y no solo son ineficaces, la escasez de la argamea comienza a volverla exclusiva, por lo que las cargas se comercian a precios poco asequibles y no todo el mundo puede adquirirlas.
—Mercado, chiquilla, eso compete a las lecciones del experto financiero Kovatski. —Bega ni siquiera la mira, aunque Myllena ha reconocido una nota de contrariedad en ella—. Muy bien…
La mujer se humedece el pulgar y pasa una página del Diario Mecánico. Cada experto tiene uno, legados escritos desde la fundación de la Arga hace ciento setenta y seis años, donde recaban y analizan información relevante para la evolución del país, sobre todo, si guarda relación con la argamea.
—¿Qué deberíamos hacer entonces con las cargas autónomas?
—Averiguar el modo de que sean funcionales y accesibles. Que consigan contener grandes cantidades de argamea sin que, por ejemplo, esta se desestabilice y explote. O también podríamos abrir de nuevo la red argámica a todo el país y abastecerlo con sus reservas hasta que se extingan, de manera que volvamos a utilizar otras formas de proveernos de energía…
—¡Myllena! —Bega cierra el diario de golpe y la chica aprieta los labios, porque la experta mecánica nunca se enfada en balde—. Has mezclado mi asignatura con finanzas y con la labor ética del Experto Superior. No trabajamos para recuperar otros modelos de industria renovable, sino para encontrar un problema a la escasez de energía argámica…
—¡Pues deberíamos! Si hace tiempo Brisea Interior hubiera accedido a las demandas del Gobierno de la Isla de gestionar por completo el uso de la argamea, entonces esto no habría ocurrido. Porque está documentado que sus habitantes entendían el gran avance que suponía que ese pedazo de tierra albergara una energía constante, ¡inagotable! Mucho más potente y duradera que otras renovables que ya estaban haciendo de este país un pionero… Qué digo pionero, ¡una utopía medioambiental! Pero no, Brisea Interior quiso monopolizarla, extralimitarse en los pactos de colaboración y hacer suya la argamea, ¿qué esperábamos? ¿Qué narices esperábamos que hicieran los isleños?
—Myllena Lievori-Rois, siéntate y cálmate.
La aprendiza no sabe en qué momento se ha incorporado ni cuándo las manos le han empezado a temblar con tanta rabia. Bega Lystou ha sido tan cortante que ahora Myllena se siente sin fuerzas. La confianza jamás exculpa la falta de respeto.
—Chiquilla… —dice la experta mecánica, al fin su voz suave como la primavera de ese día—. Te entiendo, no es fácil aceptar nuestra historia. Un mismo país, que durante gran parte de la Era anterior no lo fue, dividido en dos, porque una porción de él desaparece durante siete años bajo el mar. A un territorio le pertenece la argamea, a la otra mitad le parece injusto no tener más control sobre ella. —Suspira—. Te entiendo, Myllena, pero escúchate. Vas a ser la futura Experta Superior. En este puesto, se os escoge desde niños, cuanto más jóvenes mejor, para que la Arga os pueda enseñar lejos de manías e ideas preconcebidas, y tú destacaste entre todos los candidatos. —Otra pausa, toca la planta más cercana a ella.
»La Experta Superior no puede perder los papeles. Puede pensar en el pasado, es necesario, aunque no para recriminar algo que ya no se puede cambiar. Se piensa en él para hacer de este presente algo que valga la pena. La rebeldía no se está alzando solo entre los isleños, hartos de vivir en una pobreza enmascarada y una discriminación todavía más alienada en las filas de los poderosos. También despierta en El Foco, en quienes han invertido su dinero en una industria que se desmorona por la falta de una fuente energética que desapareció hace treinta años… ¿Qué crees que sucederá cuando se den cuenta de que nuestras fábricas, motores y herramientas están hechos a medida de la argamea y no de otras energías?
—Lo tendremos que desmantelar todo y rehacerlo desde cero. Perderán su inversión.
—Y la paciencia.
—Y, con ella, la estabilidad de Brisea.
—La guerra. Desde los derechos más básicos hasta el corazón del sistema.
A Myllena se le seca la boca. De pronto, que traten de asesinarla incluso le resulta lógico. Ella es una pieza que se esperaba perfectamente acoplable, no de bordes deformados, indomables, conteniendo ideas contrarias a los deseos de la mayoría de la Arga. Si desapareciera, cualquiera podría sustituirla para encajar en ese plan, mantener el orden, los secretos y las ansias de poder.
—Lo siento, señora Lystou.
—¿Y esa fría cortesía solo porque te he regañado? No es una actitud propia de ti y no me gusta. —Bega sonríe y Myllena la acompaña una vez más—. Eres necesaria, chiquilla. No comprendes hasta qué punto, pero debes ser paciente.
—¿Experta mecánica Lystou? ¿Señorita Lievori-Rois?
Cascada, la escolta de Bega, aparece de pronto y Myllena piensa enseguida en Duna por esa ley que obliga a los escoltas a deshacerse de su identidad —nombre, apellidos, familia, todo el pasado— en pos de la protección de sus respectivos expertos. Un escudo idéntico de pelo gris, chaqueta azul cobalto, pantalones y botas negras y detalles dorados, que no duda, que no puede actuar más allá de su deber.
—Hola, Cascada —la saluda Myllena—. Ya habíamos acabado.
—Es mentira, aunque se lo perdono porque creo que ha sido una lección en la que ambas hemos aprendido mucho. Muy entretenida.
—Me alegro, experta mecánica Lystou.
—Ay, Cascada, siempre igual, con esos modales de marioneta.
—Experta…
—¡No! —La mujer finge irritación, pues solo desea que la escolta la trate con la misma cercanía que otras personas que aprecia.
—Me voy ya —se despide Myllena, un equilibrio entre la educación y la diversión—. Que no se nos olvide ese té y pastas con Frinn, experta mecánica.
—¡A mí reservadme algo más fuerte!
Myllena se incorpora y, tras una ligera inclinación, coge su material y sale de la biblioteca escuchando a Bega Lystou por última vez: «¿Y dónde está mi mechero, Cascada?».
—Es Cassian Weiloch —resuelve Duna, que cruza las piernas sobre la mesa—. Ayer informó a su padre de que había perdido el broche. —Y señala el complemento dorado con el detalle de dos cuervos que Myllena toquetea con nerviosismo.
Lo encontraron dentro del sobre envenenado junto a un mensaje y lo limpiaron a conciencia, por si estaba contaminado también, mientras intentaban convencerse de que el chico no era capaz de hacer algo así.
—Somos amigos, no muy cercanos, aunque… amigos. Además, por mucho que yo muera, Cassian nunca podrá heredar el puesto de Experto Superior. Buscarán a alguien que cumpla mis características, lo entrenarán de la misma manera y fin. —La escolta enarca una ceja—. ¿Qué quieres que te diga, Duna?
—Nada, nada. —La incredulidad impregnada en cada deje.
—Duna.
—Es un hecho que no te puedes fiar de nadie. No en Brisea, y menos en la Arga. Te acuerdas, ¿no?, de anteriores expertos que han fallecido o desaparecido en circunstancias extrañas. No sería la primera vez, Myllena. No sería extraño que sucediera contigo.
—Debe haber otra explicación. Sé que no soy dócil y que a varios miembros de la Arga no les gusta que haya desarrollado una conciencia social tan… alejada de la suya. Pero jamás he dado muestras de una insubordinación real, incluso el experto financiero Kovatski me subestima. La carta habla de que soy un error, de que se me arrebatará la identidad que no me pertenece. Ahí está la clave.
—¿Y cuál es?
—No lo sé. ¿Mis madres? Soy huérfana. Me adoptaron en el orfanato donde me abandonaron siendo una recién nacida.
—A lo mejor a tu agresor no le gusta que hayas salido de la nada.
—No soy un ente mágico, Duna, vengo de algún lado y soy natural de Vala…
—Bueno, con todo el respeto, Myllena, eso no lo sabes.
—¿Cómo…?
Myllena se suelta del clavo ardiendo al que se ha aferrado con todas sus fuerzas y permite que la rabia se diluya un poco. El de Vala no es el único orfanato y, al aparecer allí, los encargados dieron por hecho que, al menos, ella había nacido en Brisea Interior.
—¿Qué insinúas?
La estoicidad se derrumba en el rostro de la escolta para mirar a la aprendiza con un afecto que roza sentimientos mucho más profundos y los hace vibrar. Myllena está a punto de preguntarle qué ocurre con esa expresión, qué quiere decirle, que lo diga, si bien Duna la interrumpe:
—A lo mejor solo eres un mensaje. Alguien quiere atentar contra la Arga y te ha visto un objetivo fácil.
O Myllena se ha movido demasiado en la jaula y molesta todavía más. No responde enseguida, tienta el silencio de Duna, despellejado, vulnerable, busca su mirada huidiza. Sin embargo, el instante se ha esfumado como si nunca hubiera sucedido.
—Podría ser. Una carta embadurnada con un veneno que no deja rastro. Un mensaje sin nombres. Pero entonces, ¿qué sentido tiene el broche de Weiloch?
—¿Inculpar a la Arga? —plantea Duna, un dedo sobre los labios—. Tratar de que os peleéis desde dentro.
—No hace falta veneno para que eso ocurra —bromea Myllena, aunque el chiste muere rápido y sin risas—. Voy a buscar a Cassian. —Guarda el broche del chico en el bolsillo de su larga falda.
—Te acompaño…
—No. No quiero asustarlo.
—Estás loca si piensas que te voy a dejar sola.
—Es una orden.
Duna se levanta con una gracilidad y liviandad que la vuelven casi imperceptible, se aproxima con dos zancadas y coge aire cuando tiene a Myllena a pocos centímetros de su rostro. La futura Experta Superior alza la barbilla, intentando que esa distancia que las separa, porque Duna es más alta, no sea un impedimento para imponerse. Espera a que su escolta la regañe con más contundencia, pero solo puede soltar un suspiro al sentir los fríos dedos de Duna sobre la muñeca.
Caen en la inmensidad de la otra, sin muros, ni trabas. Hace años que se prometieron no mentirse, bajo aquel árbol fuera de Vala que guardó un secreto: dos alientos enredándose, los labios entreabiertos y el corazón desatado, pues a Myllena nunca le han gustado las anclas en sitios inexplorados y no hay nada que Duna ame más que perderse y no regresar.
Tampoco hay orgullo en ellas al encontrarse tan cerca, la oportunidad de no oponer resistencia a cada impulso. Por eso Duna la coge del brazo, firme, y Myllena le pasa una mano por el cuello, enganchando algunos dedos entre el pelo gris, para atraerla hacia ella. Se besan como lo hicieron el primer día, porque a veces pasa tanto tiempo que creen olvidarlo, pero sus labios se reconocen enseguida y el aliento se torna eléctrico.
—Espérame —le susurra Myllena, varios besos que presionan con urgencia y sellan los de Duna.
La escolta, acostumbrada a los imprevistos y a ser la sombra de alguien, de repente, se vuelve lenta cuando Myllena sale de la habitación como una ráfaga y sus manos se quedan suspendidas en el aire, aferrando la nada, de nuevo muy frías. Aunque logra recomponerse y la persigue, con los labios apretados y el pecho ardiente.
Las dos se conocen mucho y, sin embargo, esta vez Myllena actúa con más celeridad, se esconde, da por sentado que su escolta saldrá corriendo tras ella e intentará recortar la distancia que ha hecho grande gracias al beso. No puede ponerla más en peligro. Duna daría lo que fuera por ella y Myllena también, por eso la aprendiza contiene la respiración al escucharla pasar por su lado.
En cuanto el silencio se arrastra otra vez por los pasillos, Myllena continúa y desciende unas escaleras más estrechas para salir de la Casa Ilustre por otra salida diferente a las principales. Primero piensa en acudir a casa de Cassian, abordarlo sin que él se lo espere, pero toma una decisión en el último momento y gira sobre sus talones para dirigirse al ala oeste de la sede. Tal vez se está arriesgando demasiado, tal vez los Weiloch sean cómplices y ella esté demostrando todo lo crédula que no debe ser una Experta Superior.
Encara el pasillo de columnas adosadas, rutilante por su propia pulcritud. No se fija en las imágenes cinceladas en los muros, pálidas y carentes de vida, o en la alfombra azul cobalto, anudada en forma de rosetas negras y doradas, tan mullida bajo los pies que amenaza con convertirse en arenas movedizas.
Myllena descubre enseguida a Tritón, apostado frente a la pesada puerta del Despacho Cobalto, donde debería encontrarse el Experto Superior Weiloch. El escolta del máximo dirigente no se inmuta cuando ella se detiene a pocos pasos, intentando que ni la falta de aire ni su voz la delaten.
—Necesito ver al Experto Superior, Tritón.
—Ahora mismo está ocupado.
—Es una urgencia, Tritón —repite muy lentamente el nombre que le asignaron como escolta, siempre al servicio de Lewin Weiloch.
Se miden las fuerzas con la mirada, pero él cede más pronto de lo que la chica preveía.
—Muy bien.
Tritón da un paso y abre la puerta. Myllena recupera la compostura y asiente con determinación mientras avanza hacia el interior del despacho. Se da cuenta de que no hay nadie dentro al mismo tiempo que la puerta se cierra y resuena el chasquido de la cerradura.
Myllena se gira con el pulso martilleándole las sienes. Es cierto. Cassian no puede tener escolta, aunque Tritón lo vigila y lo ayuda como si lo fuera. Y la certeza de que la han engañado desata un grito que ni siquiera acalla cuando le tapan la boca y los ojos y tiran de ella hacia atrás.