Читать книгу La tierra de la traición - Arantxa Comes - Страница 16
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ОглавлениеDistrito El Foco. Vala, capital de Brisea
Las cortinas del Despacho Cobalto se quejan cuando dos cuerpos caen sobre ellas forcejeando. Myllena protesta, se retuerce y no desaprovecha la oportunidad de defenderse, muerde la mano que deja de presionar su boca con tanta fuerza. El grito del atacante se rompe, alto y claro, como un fino cristal, y Myllena reconoce a Cassian de inmediato. Por eso, se arma de valor, se sacude los miedos que le recuerdan que ella nunca ha entrenado para el combate y le propina una patada en la espinilla.
En cuanto la luz regresa a su mirada y convierte el entorno en una mancha borrosa, más verdosa que azulada, acuosa, Myllena se obliga a enterrar los pies en el suelo, a buscar la gravedad bajo las zapatillas, intentando no pisar otra vez el borde de su falda, caer de rodillas. Se detiene a tiempo de no tropezar con Purr, el gato de Cassian, y el animal la mira entre la hostilidad y el rechazo, sin embargo, a ella se le derrama por la garganta una risa amarga: porque ya puede ver y porque menudo asesino de pacotilla está hecho el hijo del Experto Superior.
—¡Myllena!
Es inesperado para la chica, eso sí, que la exclamación y los brazos que la recogen pertenezcan a Frinn Derne. Myllena no estaba cómoda sospechando de Cassian, reticente a creer que él fuera capaz de algo así; pero la aparición de Frinn le duele en el pecho. En la Arga siempre han sido Bega Lystou y ellos dos. Un frente común, discordante y dispuesto a que el sistema no los aparte para intentar protegerse a sí mismo.
—¿Frinn?
De repente, la confusión los vuelve torpes, lentos, como si el tiempo se hubiera oxidado entre los movimientos, los músculos, las miradas que intercambian esperando que sus temores se cumplan. Y Myllena se yergue poco a poco a medida que Frinn la suelta, aunque no se aleja mucho, las manos sudadas y la preocupación inequívoca. Cassian limpia su respiración con un carraspeo, al contraluz de los rayos de sol que entran por los ventanales del despacho de su padre, Purr enroscándose entre sus tobillos.
Durante unos segundos, Myllena no sabe si abrazar a Frinn o pegarle, pero enseguida recuerda que Tritón ha echado el cerrojo, así que retrocede unos pasos para reafirmar su posición, levanta dos puños bien cerrados y eleva un poco la barbilla, imponente, esta vez inservible.
—Myllena…
—No me esperaba esto de ti, Weiloch. Qué quieres exactamente, ¿eh? —La otra arma de Myllena, aparte de la barbilla alta, son las palabras—. Asesinarme con un mensaje es muy elegante, muy de tu estilo, al parecer, aunque muy cobarde. —Rebusca en el bolsillo de la falda y saca el broche del chico—. ¡Hay que tener narices, Cassian Weiloch! —Y se lo tira a los pies, aún no ha terminado—: Y tú, Frinn… —Inesperado, su voz se quiebra y no importa que coja aire, ha perdido las fuerzas porque duele demasiado.
Dudan una vez más, al unísono, un triángulo de nuevas miradas marcadas por ceños fruncidos y una lágrima rebelde empujada por la presión y el desconcierto.
—No, tú has intentando asesinarme a mí —rebate Cassian, una afirmación que, de pronto, suena absurda.
—¿Disculpa? Dentro de la carta estaba tu broche —le espeta ella y señala la cadena dorada, los dos cuervos refulgentes.
—A mí también me llegó una, me amenazaba con arrebatarme mi identidad… ¡Mi broche! Que había perdido, por cierto. Y hace dos días, Frinn y yo te descubrimos en el vestíbulo de la Casa Ilustre con él. ¿Qué querías que pensara?
—Lo tengo porque estaba dentro de mi sobre. ¿Qué querías que pensara yo?
—¡Ya está bien! —media Frinn, que juraría haber visto cómo los muros que separan a sus amigos han caído a la vez cuando lo miran, desorientados por su grito—. Nos… nos hemos equivocado.
—Ahora me haréis creer que no me habéis tendido una trampa en el despacho del Experto Superior, ¿no? Casi me matáis del susto. —Sin embargo, la acusación de Myllena no acompaña a la fiereza de sus gestos, pues termina sentada en un butacón forrado de terciopelo azul.
—Siento mucho haber sospechado de ti, Lievori-Rois —se disculpa Cassian mientras se agacha a recoger el broche con una gracia digna de quien ha sido educado para ser imagen de una autoridad que no posee ni poseerá jamás—. Ha sido una irresponsabilidad enorme. Tú eres la futura Experta Superior, y si mi padre…
—Me han dolido vuestras dudas hacia mí, porque os considero personas de confianza. Mis amigos. —Myllena enreda los dedos sobre las rodillas cruzadas y aprieta, contiene entre ellos toda la decepción y suspira—. Discúlpame, Weiloch. No quería dudar de ti, pero Duna ha insistido mucho en que tuviera cuidado…
—Yo también lo siento muchísimo, Myllena —la interrumpe Frinn, los ojos verdes teñidos de una pena sincera—. Tenía miedo y no quería que le ocurriera nada a Cassian…
—No te preocupes. Ven. —Myllena sonríe con ternura y se funden en un abrazo que ella aprovecha para acariciar el pelo castaño de su amigo. Es solo un crío—. A la próxima nos consultaremos qué sucede en vez de urdir planes que salen mal, ¿de acuerdo?
El enfado se diluye, no el temor. Alguien ha intentado asesinar a Myllena y a Cassian, y en los pensamientos de ambos comienzan a aparecer nombres que tachan rostros demasiado conocidos. En los de Myllena, no son tantos como ella suponía, aunque le incomoda pensar en ciertos expertos de la Arga, quizá la experta consejera Sige o el experto financiero Kovatski. En cambio, en los de Cassian se tornan infinitos, porque los enemigos aguardan en cada rincón: que lo rechazan por su origen, que lo detestan por sus privilegios, que lo ven una equivocación dentro de una estructura que algunos creen perfecta y otros saben que es decadente.
Y Frinn solo teme con la simple crudeza del miedo, sin florituras, supurante.
—Deberíamos decirle algo a mi padre. —Cassian sesga ese mutismo tan acusador.
—Si nuestros enemigos pertenecen a la Arga, estamos acabados —determina Myllena.
—¿En serio crees que algún experto nos quiere muertos? —Cassian se cruza de brazos y apoya la espalda contra la pared.
—¿Tú no? Cualquier instante lo emplean en juzgarnos.
—Tiene razón, Cassian, podemos confiar en muy pocas personas… —Frinn se pasea por el centro de la sala con un pulgar sobre los labios—. ¿Qué decía tu mensaje, Myllena?
—«Eliminar a los impuros y hacer renacer el verdadero derecho de la única Brisea. No hay cabida para los errores… y tú eres uno de ellos. Se te arrebatará todo, empezando por la identidad que no te pertenece» —recita de memoria—. Sinceramente, puedo entender que se me vea como un error, por mi reticencia y mis ideas, pero lo de la identidad…
—Es extraño, sí.
—Sobre todo —matiza el joven experto industrial— porque a Cassian le robaron el broche para reforzar el sentido de esas mismas palabras, y a ti…
—No me lo quitaron. —Myllena se lleva una mano al cuello, donde el lazo negro y las alas doradas sostienen contra su cuello la imitación de una perla argámica que pretende destellar nacarada al igual que las verdaderas, extinguidas.
—A lo mejor era esto lo que pretendía, que lo pusiéramos en común… —supone Cassian, bastante acertado en opinión de los otros dos.
—Incluso el siguiente podrías ser tú, Frinn. Hay que estar alerta.
—E investigar.
Asienten a destiempo, y ninguno lo hace porque la tranquilidad haya regresado. Cassian percibe en lo más hondo, una certeza desgarradora, que al final lograrán acabar con su vida; Myllena cree que su propia osadía siempre ha sido una trampa, y Frinn piensa que no es tan sencillo, aunque la conspiración nunca haya dejado de renacer como un viejo fantasma en los habitantes de la Casa Ilustre.
Hay alguien capaz de traicionar su propia humanidad en pos de un poder que tal vez tenga cerca, pero no lo suficiente.
Los tres se incorporan cuando la puerta vuelve a emitir un chasquido delator de las personas que entonces entran con el semblante serio y enfadado. El Experto Superior Weiloch, más que una sombra por su oscuro atuendo, enarca la ceja afectada por el vitíligo y Tritón y Duna esperan tras él, esta última deshaciendo la máscara imperturbable que, como escolta, debe tener puesta en todo momento.
Un bando no entiende qué está pasando.
Al otro se le han acabado las excusas.