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VALORANDO LA DIVERSIDAD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN1 “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Pocos versículos de los evangelios han sido tan usados como este para transmitir la idea de la verdad absoluta de la tradición cristiana. A partir de estas palabras, según la interpretación dominante del texto, Jesús se presenta como la única manera de llegar a Dios. El acento del texto se ha puesto en la palabra “verdad”, expandiendo su alcance a toda la tradición cristiana, en forma universal y absoluta.

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Sin embargo, reflexionando el tema de la diversidad y del pluralismo religioso en un mundo globalizado este versículo me invita a una relectura. ¿Cómo se relacionan el camino y la vida con la verdad? ¿Podría ser que la verdad, flanqueada por estas otras dos palabras, no es tan absoluta, sino más bien se define caminando, en la vida misma? En este artículo quiero atreverme a leer el versículo al revés, para mostrar que, en un mundo globalizado, diverso, y amenazado, necesitamos abrazar la vida antes de la verdad, recuperando así nuestra apertura a la diversidad con el fin de salvarnos de fundamentalismos que al final significan muerte en vez de vida.

La valorización de lo distinto presupone poder relativizar nuestras propias verdades sobre cómo es o debería ser la vida, y abrirnos a la incertidumbre de “lo otro”. En la tradición occidental del cristianismo ese poder ha sido débil. Históricamente ha sido más fuerte el énfasis en la búsqueda de la Verdad, y desde las jerarquías frecuentemente se ha clausurado esta Verdad en doctrinas exclusivistas. Con una definición tradicional de misión, entendida como convencer a otros que nuestro camino de fe es el único, o por lo menos el mejor, el cristianismo ha dejado muchas huellas violentas, sobre todo en Latinoamérica.

Desde los años 60’ del siglo pasado varios teólogos y teólogas han criticado el paradigma integrista de la tradición cristiana, y han reflexionado el lugar de la tradición cristiana en un mundo diverso. El teólogo católico Paul Knitter escribe: “El Concilio (Vaticano II) afirmó que en las demás religiones hay ciertos “elementos de verdad y bondad”, pero no dijo explícitamente que constituyeran mediaciones de la salvación. Sin embargo, un número creciente de teólogos católicos (K. Rahner, H.R. Schlette, P. Schoonenberg, E. Schillebceekx, B. Lonergan, H. Küng, R. Panikkar, etc.) han desarrollado las afirmaciones del Concilio hasta llegar a la conclusión de que las restantes religiones han de ser consideradas “vías legítimas de salvación”2.

A pesar de estas reflexiones teológicas, en que la religión cristiana deja de ser “la verdad absoluta”, mi experiencia es que en el discurso y la práctica de muchas iglesias cristianas la evangelización de “nuestra verdad” todavía tiene un rol importante. Parece que está casi en nuestros genes absolutizar nuestra propia verdad, y convencer a otras personas de nuestra razón. Se nota lo mismo en el significado que personas en mis grupos de trabajo a veces dan a la palabra “ecumenismo”: como el deseo que “las otras iglesias vuelvan a creer lo mismo que nosotros”. Mi impresión es que esta tendencia universalizante no sólo se encuentra en las creencias religiosas, sino en toda la cultura occidental, en la cual el cristianismo se desarrolló.

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