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Lo universal y lo particular

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¿Si ya no creemos en la verdad universal de nuestra fe, todavía creemos de verdad? Sacks está convencido que sí. Si nos liberamos del espíritu universalista de Platón, podemos, según él, escapar de la dicotomía falsa entre “la verdad” y “lo particular”. En su libro, Sacks hace unas reinterpretaciones de historias bíblicas que nos ayudan a pensar la verdad de otra forma. Recurre, por ejemplo, a la historia de la Torre de Babel (Gn 11), explicando la construcción de esa Torre como el primer totalitarismo, el primer intento de los poderosos de imponer una unidad artificial a una creación diversa. Y Dios destruyó la torre, porque Dios nos creó divinamente diversos, con nuestras propias culturas, lenguajes y tradiciones religiosas13.

Después de esta historia, señala Sacks, Dios ya no se vincula con toda la humanidad, sino justamente con personas o pueblos particulares, invitándoles a ser distintos que el mundo alrededor. Abraham tenía que dejar su país en búsqueda de una tierra prometida, los profetas tenían que diferenciarse de sus pueblos y mostrarles otras posibilidades de vida. En la tradición cristiana, Jesús mismo tomó un camino distinto que los maestros religiosos de su tiempo, reinterpretando su tradición a favor de una vida plena para todos/as14.

La verdad en estos casos no estaba tanto en el significado universal de las experiencias de los personajes, sino estaba en el camino mismo, en el testimonio de vida que dieron, en su manera de vivir auténticamente sus creencias. Es bueno que tengamos una tradición, una identidad propia, nuestras historias, nuestra tierra, nuestra memoria, y que lo valoramos. Pero no necesitamos tener la misión de propagar nuestras creencias como la última verdad: es suficiente dar testimonio de vida, invitando al seguimiento en la creación de relaciones más sanas y justas.

La eco-teóloga Sallie McFague dice que la verdad no es algo estático, sino “la calidad de la relación”. Podemos preguntarnos si estamos viviendo una relación armoniosa con otros seres humanos y con la naturaleza, para evaluar si en nuestro camino se expresa algo de la verdad15.

Interpretar la verdad de esta forma no iguala al relativismo, como se suele plantear. Relativismo significa que todo vale, que no importa como uno vive, o en que cree. Yo estoy convencida que, en nuestros tiempos, más que nunca, importan nuestras opciones de vida. Además, si no optamos por una creencia, la ideología de la globalización llena el vacío y nos da la identidad impuesta del consumidor-objeto del mercado. En ese sentido no optar también significa optar. La pregunta por la verdad no termina cuando decidimos abrirnos a otras verdades; sólo dejamos de insistir que nuestra tradición es dueña de ella. Por eso, después de haber optado nuestro camino, en comunidad, podemos seguir la búsqueda de lo verdadero en diálogo con otros y otras, desde criterios éticos y humanos que se encuentran más allá de nuestras particularidades, en la vida misma.

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