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El ecumenismo se parece un poco al encuentro inusual entre Jesús y una samaritana que encontramos en Jn 4,1-42. En ese relato las vidas de un hombre judío y una mujer de Samaria se entrecruzan en un pozo al mediodía. Normalmente estas dos personas no se tratarían entre sí, debido a las reglas de género, diferencias de religión, etnia, y por todos los prejuicios que existen entre sus pueblos. Jesús, sin embargo, rompe todas las reglas que les separan, y pide agua a esta mujer. Con este gesto, se abre una conversación entre los dos, en que hay espacio para hablar sobre la realidad de su tiempo, sobre sus diferencias religiosas, y sobre la exclusión en que viven: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” En el diálogo siguiente surge agua viva, que produce en la mujer samaritana un cambio radical: ella se deja conmover por Jesús, que la acepta tal como es y la libera de prejuicios, lo que la lleva a testimoniar sobre eso en su pueblo.

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Como en esta escena, en los encuentros ecuménicos también se confrontan dos o más tradiciones religiosas, con distintos pasados, culturas y costumbres. En grupos que comparten la tradición cristiana su pozo común es la Biblia, pero muchas veces son justamente las interpretaciones bíblicas y las doctrinas basadas en ellas, las que han causado separaciones y prejuicios entre las comunidades. Se nota que las personas de tradición católica en general poseen muchos dogmas aprendidos desde la tradición institucional, mientras las personas de tradición evangélica, para sostener sus verdades, recurren a versículos bíblicos. A causa de estas certezas, no es evidente que la Biblia pueda ser un lugar de encuentro ecuménico. Por eso en el diálogo entre grupos de distintas denominaciones, también debe haber alguien que igual a Jesús en el relato mencionado, facilite que se rompan las convicciones inamovibles y los prejuicios, para que se abra un espacio donde surjan conversaciones que produzcan cambios en todas las personas presentes.

Para que fluyan las aguas en un grupo ecuménico que se reúne alrededor de las Escrituras, es necesario que el grupo vaya aceptando algunos supuestos básicos sobre la Biblia. Primeramente, que toda lectura es interpretación. Uno no puede leer la Biblia de una manera neutral, porque cada lector(a) lleva sus propios “lentes de lectura”, y –muchas veces de modo inconsciente–, ve afirmado en los relatos los aciertos de su historia de vida y sus convicciones. Segundo, que el mensaje de Jesús no fue pensado para dividir, excluir a personas, o incluso justificar guerras. Aunque los relatos de la Biblia nos pueden cuestionar y criticar fuertemente en nuestras posiciones, estamos convencidos que “la palabra de Dios” lleva primeramente un mensaje de amor, justicia y paz. Eso significa que tenemos que mantener una “hermenéutica de la sospecha” frente a interpretaciones bíblicas que han sido usadas para justificar discriminaciones y condenas. Tercero, el supuesto que la Biblia misma es un libro inherentemente ecuménico. Quienes reconocen que la Biblia es una biblioteca con relatos de distintas épocas y tradiciones, en que existen muchas discusiones internas sobre las interpretaciones de las escrituras, se mantendrán más fácilmente con un diálogo similar en los grupos de hoy. Significa suspender los propios juicios sobre la verdadera Palabra de Dios y empezar una búsqueda abierta con una “segunda ingenuidad”, para descubrir en conjunto las aguas frescas y vivas que fluyen del pozo.

En los talleres bíblicos y celebraciones que desarrollamos en el Centro Ecuménico Diego de Medellín (CEDM) en Santiago de Chile, desde 2005 a 2010, estos tres supuestos han estado siempre presentes: la importancia de reconocer los lentes de interpretación, el carácter inclusivo del mensaje bíblico y la heterogeneidad de la Biblia misma. En este artículo recojo algunos ejemplos de cómo se han trabajado estos supuestos, usando metodologías y dinámicas concretas en los grupos participantes.

Con el fin de fomentar la conciencia de que cada lectura es una interpretación, se usa la metodología de la lectura popular de la Biblia que siempre empieza con la experiencia de vida de las y los participantes. Discutir sobre el significado de una historia sin involucrar la situación presente, puede llevar a discusiones sin término y a más divisiones entre “supuestas verdades”, sin acercar el significado del texto para las vidas de las personas. Además, los textos sólo revelan su gran riqueza, cuando se estudian usando el círculo hermenéutico en que el texto está en diálogo con la realidad de hoy y con la vida de la comunidad. Al compartir las experiencias propias, el grupo se aleja de la discusión sobre verdades abstractas, porque las experiencias son por un lado personales, y por eso indiscutibles; y por otro lado, muchas veces reconocibles para personas que viven el mismo contexto. Por eso, siempre relacionamos los textos bíblicos a un tema o una pregunta actual.

Así trabajamos el segundo supuesto de la inclusividad del mensaje bíblico, en un taller sobre “Discipulado y misión en un mundo diverso”, que realizamos en abril 2007, la época en que la Conferencia Episcopal en Chile habló sobre el tema misión y discipulado, en el contexto de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) en Aparecida; Brasil. Partimos con textos del evangelio de Lucas, enfocándonos en la manera de “misionar” de Jesús. Los relatos de los evangelios se adecúan bien para la dramatización, y así nos pusimos en el lugar de las personas que Jesús encuentra y llama en el camino. Primero, analizamos nuestras propias posiciones sociales, como mujeres u hombres, indígenas o mestizas, católicos o evangélicos, jóvenes o viejos, santiaguinos o provincianos, saludables o enfermos, entre otros factores sociales. Hablamos sobre la manera en que nuestra posición nos había estigmatizado en la sociedad, y cómo eso había marcado nuestras vidas. Después recurrimos a unas historias de seguidores y seguidoras de Jesús y nos imaginamos su posición social: el leproso y el ciego (Lc 5 y 18), la mujer que padecía de flujo de sangre (Lc 8) y los recaudadores de impuestos Leví y Zaqueo (Lc 5 y 19). Con la metodología del bibliodrama, preguntamos a estos personajes: “¿por qué seguían a Jesús?”. Descubrimos que todas estas personas estaban de cierta manera excluidas de la sociedad, y se sentían acogidas, respetadas y dignificadas por Él. Jesús se acercó a estas personas, sin pensar en lo que era “políticamente correcto”. La mujer con flujo de sangre dijo en la dramatización: “Todos dijeron que Jesús quedaría impuro cuando me tocara, pero yo creía firmemente en que Él no quedaría impuro, sino que ambos quedaríamos sanos”. Nos llamó la atención que Jesús no condiciona a la gente a quien se acerca, pidiéndoles que crean en Él o cambien sus convicciones antes de que dialogue con ellas. Al contrario, destaca la fe de las personas mismas con la frase recurrente: “Tu fe te ha salvado”.

“Jugar” con las historias nos ayudó a hacerlas más cercanas, y nos dimos cuenta que misionar a la manera de Jesús no significa imponer una verdad sobre otra gente, sino que se trata de un testimonio de vida, de inclusión radical de personas marginadas en la sociedad. Reflexionamos sobre lo que eso significa para nuestras iglesias y comunidades –¿de verdad somos comunidades acogedoras para personas excluidas o distintas? –, y concluimos que una misión a la manera de Jesús siempre debe ser inclusiva y ecuménica.

En un taller ecuménico sobre Biblia y Ecología, que ofrecí en el CEDM en octubre 2007, partimos desde el tercer supuesto: la heterogeneidad de la Biblia misma. Empezamos nuevamente con un análisis de nuestra propia realidad, específicamente de los problemas ecológicos en Chile y el mundo. La magnitud de los problemas ambientales disminuyó el peso de nuestras propias barreras eclesiales. Reconocimos, que, en cierto sentido, es un anacronismo buscar en la Biblia respuestas a problemas de una época tan reciente. Una lectura ecológica no podría entonces buscar normas y soluciones directas para nuestros problemas en la Biblia, pero descubrimos que la relación entre el ser humano y la naturaleza juegan un rol importante en muchos relatos bíblicos, que podían enriquecer el debate sobre nuestros tiempos.

Las historias de la creación sirvieron para debatir sobre el lugar de Dios y del ser humano en esta tierra: ¿se trataba de un relato ecológico o más bien antiecológico? Las Leyes Sabáticas y del año de Jubileo (Ex 29-23 y Lv 25) nos pudieron dar orientación en la búsqueda de una economía menos acumulativa. Las historias del becerro de oro (Ex 31) y de la construcción del templo (1 Re 5-7) sirvieron como espejo de la tentación del oro y del lujo material en nuestros días, mientras encontramos en los profetas muchas imágenes ecológicas, que nos podían enseñar un lenguaje nuevo para incorporar en nuestras propias acciones proféticas. Finalmente, comparamos el Apocalipsis con los escenarios apocalípticos descritos por Al Gore en su documental “La verdad incómoda” (2006) sobre el calentamiento global, y encontramos una esperanza y un llamado al cambio de vida en la actitud desprendida de Jesús frente a las posesiones materiales. La Biblia iluminó nuestras reflexiones, prestándonos relatos de experiencias de vida de pueblos que buscaron, como nosotros, una manera de vivir en armonía con Dios y el entorno. En este taller, percibimos que la Biblia, más que estar centrada en dar normas y reglas, nos muestra las ambigüedades y búsquedas de la vida. En dialogo con las historias podía surgir una sabiduría nueva, y al final la esperanza del agua cristalina del Apocalipsis.

En los cursos ecuménicos las barreras entre iglesias se desvanecieron en el compartir la vida alrededor de la Biblia. Sin embargo, no siempre las personas abrazan tan fácilmente los supuestos que describí al inicio de este artículo. En varias ocasiones me he encontrado con personas que no logran aceptar el primer supuesto de que toda lectura es interpretación. Me recuerdo de un hombre evangélico que en un encuentro ecuménico defendió a muerte un punto de vista ligado a la sexualidad, usando las cartas de Pablo como respaldo. Según él, las normas de Pablo eran claras y una interpretación diferente de sus textos podía llegar al “relativismo”, en los mismos términos que utilizó Benedicto XVI en su discurso inaugural del cónclave de abril 20052. Es importante reconocer el miedo a este “relativismo”. Porque no puede ser verdad que la Biblia se preste para todo, ¿o sí?

Para enfrentar estos temores, es interesante tomar en cuenta el pensamiento del rabino inglés Jonathan Sacks, quien escribió un libro con el título La dignidad de la diferencia3, que es un llamado al diálogo interreligioso en la Europa islamofóbica post ataques terroristas de 11 septiembre 2001 en Nueva York. Sacks dice que para muchos creyentes es difícil tener una postura abierta frente a otras creencias, porque nuestra fe ha formado nuestra identidad y la conformación de quienes somos siempre significa distinguirse de otras identidades: crear un “nosotros” y un “ellos”. Por eso, causa mucho miedo en las personas relativizar sus verdades, porque eso cuestiona directamente el valor de lo que son4.

El origen de este miedo, según Sacks, es la convicción de que creyendo profundamente en “la verdad” de nuestra tradición, sería una traición a la autenticidad de nuestras propias creencias y seguridades hacer espacio a otras verdades. Sacks, sin embargo, quiebra con este dilema. Lo que nos entrampa en el fervor de convertir a otros, dice, es el espíritu universalista de Occidente. Este espíritu no es propio de las religiones, sino que viene de la filosofía de Platón, que dice que la Verdad es universal, más allá de las particularidades y que es siempre la misma para todos. Eso significa entonces, que solamente existe una sola verdad, y que “sí yo tengo razón, tú estás equivocado”5.

El universalismo, según Sacks, ha causado mucho derramamiento de sangre en nombre de Dios, por la creencia de que los que no comparten mi fe, o mi cultura, tampoco comparten mi humanidad. Él pide un cambio de paradigma en nuestro entendimiento de similitudes y diferencias. Recurre a la historia de la Torre de Babel (Gn 11), explicando la construcción de esa Torre como el primer totalitarismo, el primer intento de los poderosos de imponer una unidad artificial a una creación diversa. Y Dios destruyó la torre, porque Dios nos creó divinamente diversos, con nuestras propias culturas, lenguajes y tradiciones religiosas6.

El pensamiento de Sacks nos enseña que en espacios ecuménicos no necesitamos abandonar nuestras convicciones para estar dispuestos a escuchar las de otras personas. Esto requiere mucho ejercicio de escucha sincera, respetando y buscando el significado que tienen las creencias para las personas con quienes dialogamos. Muchas veces se encuentran experiencias de vida profundas abajo de nuestras convicciones más arraigadas.

Nos topamos con los límites del encuentro ecuménico alrededor de la Biblia, cuando hay personas que no quieren escuchar, ni preguntar nada. Estas personas se cierran al dialogo, con o sin la Biblia en sus manos, y nunca se hubieran parado en el pozo, como Jesús, para atreverse a abrir una conversación con una mujer de otra tradición y otra cultura. Estas personas, lamentablemente, se privan a sí mismas las experiencias del verdadero encuentro, en que surgen aguas vivas y se producen cambios que contienen una “buena nueva” para el mundo.

REFERENCIAS

Teología en movimiento

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