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Rasgos de una ciudadanía experiencial. El poder ejercido desde la participaci ó n y la auto-organizaci ó n comunitaria
ОглавлениеCristhian Almonacid Díaz (Universidad Católica del Maule, Chile)
Existe un tópico muy extendido respecto a la actividad política en general. Se dice, casi sin pensar y al mismo tiempo con certeza y seguridad: “la política es cosa de los políticos”. Dicha expresión recurrente, a nuestro modo de ver, expresa dos cosas que están unidas. Primero, dicho tópico contiene la idea que la actividad política no es tema que pertenezca a cualquiera pues se necesita ser parte de un grupo especializado dedicado al asunto. Y segundo, esta expresión entiende que la política dentro de cualquier forma de democracia representativa, es algo que se delega en otros, es decir, expresa un “no tengo que entrometerme ni está a mi alcance tomar parte de la política”.
¿Conviene a la democracia este tipo de expresiones que se dicen casi sin pensar? ¿efectivamente es así?, es decir, el asunto público ¿pertenece a los políticos elegidos vía sufragio? ¿ese es el modo con el que debemos conformarnos para entender nuestra democracia? ¿vamos a dejar la actividad política en manos de aquellos que son escogidos para la política institucional, de manera que el resto de los ciudadanos nos dediquemos a nuestras actividades laborales y de subsistencia individual?
Henry Thoreau respecto a estas cuestiones expresa: “Quizá otorgue mi voto en función de lo que considere justo, pero [por ese medio] no estoy implicado vitalmente en que lo justo deba prevalecer” (Thoreau, 2012: 26). Con esta expresión Thoreau nos invita a pensar que nuestros deberes ciudadanos no solamente incluyen los procesos formales de actividad política que se reducen al ejercicio eleccionario mediante la expresión de un voto. Un ciudadano es más ciudadano cuando se implica en los procesos que le son propios a su ser y a su quehacer. Esto quiere decir que un ciudadano se reconoce y se reafirma como tal, respetando las instituciones formales y democráticas del Estado, pero, también, cumpliendo su función ciudadana cuando se implica vitalmente para mejorar dichas estructuras, mediante una actividad democrática efectiva. Muchas veces la participación democrática reducida al cumplimiento del sufragio es la coartada perfecta para decir que apoyamos la democracia sin participar realmente en los procesos democráticos. El voto se ha convertido en un verdadero placebo, una sustancia inerte que nos hace creer que participamos del destino común de nuestra sociedad. Una acción democrática auténtica es, en principio, aquella que emerge cuando se trabaja activamente en pos de mejorar los procesos institucionales a través de una participación efectiva para el beneficio de la sociedad en su conjunto.
La participación efectiva es una tarea imprescindible, una necesidad imperiosa para la robustez de la democracia. Sin participación corremos el riesgo de una “democracia sin ciudadanos” (Camps, 2010), es decir, podríamos convertirnos en democracias de papel, sin civismo, sin deberes, con una fuerte desafección política y escasísima involucración en los asuntos que se supone interesa a todos. El diagnóstico inicial es que nuestras democracias son una declaración vacía, que expresa una organización política llena de individuos atomizados, sin sentido ciudadano.
La democracia no es un elemento accesorio ni un logro definitivo de las sociedades actuales (2). La democracia es un aspecto esencial para la convivencia social y política que requiere ser permanentemente justificada, fortalecida, reflexionada y estudiada desde la óptica de una filosofía política y una reflexión ética que tenga en cuenta el quehacer democrático de los ciudadanos.
A la objetividad y la formalidad institucional de los procesos democráticos, conviene adherir la subjetiva responsabilidad del ciudadano democrático que se desenvuelve en una multiplicidad de áreas. En esas especificas áreas nacen lo que se denomina virtudes cívicas que se constituyen en el verdadero motor de la sociedad civil y de la democracia vivida. En este sentido, los ciudadanos requieren dejar de ser espectadores en la construcción de la sociedad, para transformarse en protagonistas directos y activos en la conformación de la comunidad, en la toma de decisiones y en la implicación empoderada dentro de su contexto social más directo e inmediato. Este medio de participación, en la medida que se fortalece, puede perfectamente influir en los procesos democráticos institucionalizados. Como se ve, se trata de una comprensión de la democracia mucho más flexible y dinámica, porque las instituciones políticas bajo este prisma requieren ceder espacios de poder a los ciudadanos que participan activamente. Bajo el prisma de la participación efectiva, las instituciones democráticas formales necesitarían compartir un lugar dentro de la esfera política y que los partidos políticos suelen pensar es de su entera exclusividad.
¿Qué tipo de racionalidad democrática se requiere para incorporar a los procesos formales institucionales y objetivos la presencia activa y el quehacer subjetivo, histórico y vivido del ciudadano concreto y real? Para nosotros se necesita una racionalidad que sea experiencial. Es decir, un tipo de racionalidad que permita conectar las estructuras políticas y democráticas pensadas y formales, a la espesura y complejidad de la realidad ciudadana. Porque antes que una democracia sea pensada y estructurada, tenemos una democracia que posee un carácter experiencial originario. El acontecer democrático es previo en términos de fuerza de realidad a la comprensión formal de la democracia como ideal normativo. De manera que una razón experiencial, nos permite compaginar la idea democrática y armonizarla con la experiencia democrática. No se trata de un reemplazo de ideas por experiencias, como si fuera suficiente un pragmatismo democrático para la constitución de la democracia. Las ideas normativas y el espíritu crítico son irremplazables para la formalización de los procesos democráticos, pero al mismo tiempo, las experiencias democráticas son irremplazables para salir del vacío al que puede conducirnos una lógica meramente formal, instrumental y burocrática de los procesos democráticos. Antes de poder desarrollar la idea de una ciudadanía experiencial necesitamos explicar filosóficamente a qué nos referimos con la idea de una racionalidad experiencial.