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1. Caminos de la raz ó n experiencial

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Hablar de razón experiencial viene, a nuestro juicio, a contribuir a la caracterización de una ciudadanía comprometida desde el quehacer propio de su identidad en tanto está constituida por ciudadanos que manifiestan un modo de ser concreto y no solo un modo de ser formal normativo, en tanto sujetos de derecho (3). Desde nuestra perspectiva un ciudadano es experiencialmente un ciudadano, allí en medio de los vericuetos que la realidad social exige y problematiza.

¿A qué nos queremos referir cuando decimos experiencia? Cuando calificamos a un pedagogo o a un político de “experimentado”, les aplicamos dicha calificación para hacer referencia al alcanzable dominio que una persona posee en todos los aspectos de las esferas vitales y polifacéticas que su específica actividad le exige desarrollar. Dicho dominio, no incluye solamente los aspectos adquiridos por vía sentidos, sino que también incluye aspectos reflexivos subyacentes a la resolución de determinados problemas para la mejora de la propia práctica (y por qué no, de la teoría también). En este sentido, el concepto al que queremos hacer referencia cuando decimos experiencia, dista del empirismo como tradición filosófica que sostiene que el conocimiento proviene exclusivamente de los sentidos. Decimos experiencial para referirnos a aquella experiencia que se da en medio de la vivencia de la actividad, donde se configura un desenvolvimiento suficiente, tanto a nivel reflexivo como empírico, para la consecución de una acción que se requiere ajustar a las exigencias y las necesidades de la realidad a las que el sujeto se enfrenta. Es otras palabras, la ciudadanía experiencial emergerá como un saber actuar en un terreno específico como lo es la convivencia social y política dentro de la ciudad. Gracias al buen uso de todas sus capacidades (tanto las intelectuales, corporales, emotivas, sentimentales), el ciudadano dispone de su experiencia para la configuración de su ciudadanía. Desde la experiencia, el ciudadano puede enriquecer su actividad, ejercitarse, seleccionar lo adecuado y rechazar lo perjudicial, para construir creativamente la sociedad de la que es parte. Todo porque, como veremos, el ser humano se encuentra siempre en primera y originaria manera instalado en la experiencia.

Para hablar de razón experiencial es fundamental tener en cuenta ciertos recursos filosóficos a los que recurrir que nos permita bosquejar esto que llamamos ciudadanía experiencial.

En nuestro caso hemos escogidos dos referentes filosóficos para comprender la idea de razón experiencial. Uno es de estos referentes es el profesor Jesús Conill, quien ha desarrollado todo un estudio y un proceso de reflexión filosófica tributando a la tematización de la razón experiencial, mediante obras como El enigma del animal fantástico (Conill, 1991) y Ética hermenéutica. Crítica desde la facticidad (Conill, 2010). En estas obras nos adentramos en lo que el mismo Conill ha denominado el camino de la experiencia (Conill, 1991: 161) (4). La otra referencia es el profesor chileno Humberto Giannini, que con sus obras La reflexión cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia (1993) y La experiencia moral (1992) nos permite incorporar a la reflexión el sentido ciudadano de la experiencia, en la medida que Giannini fundamenta filosóficamente la categoría de la “experiencia común”.

La necesidad de la razón experiencial parte del requisito fundamental de contar con una alternativa a la razón que se ha venido a denominar “pura”. La alternativa experiencial nos permita acceder hermenéuticamente a un tipo de sabiduría que podemos denominar en sentido lato “de la vida”. En medio de la vida no solo se piensa, sino que se actúa. Para construir una sabiduría de la vida requerimos la asistencia de la razón experiencial, que entre sus características es su capacidad de concebirse como una razón que es histórica. Precisamente el hilo conductor que propone el profesor Conill en la tematización de la razón experiencial, sigue vertientes filosóficas nietzscheanas que le han permitido descubrir la complementación (y no oposición) del criticismo kantiano mediante la elaboración de una hermenéutica genealógica (Conill,1997; 2005; 2016a). Dicho descubrimiento ha sido enriquecido por la filosofía heideggeriana en torno a la facticidad (Conill, 2010: 91-94), enfoque que, a su vez, se habría visto renovado gracias a los aportes de la filosofía hermenéutica gadameriana, en tanto que Gadamer tributa a “una fenomenología del acontecer de la compresión” (Conill, 2010: 141). Esta fenomenología tendría las siguientes características fundamentales: la idea que la comprensión de la verdad nunca puede ser independiente del ser humano en tanto agente interpretativo; que la historicidad es una condición relevante positiva e inexcusable para el acceso a la verdad; que la pertenencia del ser humano a su historicidad es la más originaria experiencia que se aplica a todo comprender lingüístico; y que lo importante en toda comprensión no es el proceso instrumental-metódico de una determinada actividad cognitiva, sino que lo radicalmente originario es el “acontecer experiencial” de toda compresión.

Lo que queda al desnudo bajo estas características del comprender experiencial, es que ya no es suficiente una razón lógica o metodológica para aprehender la complejidad vital (Nietzsche, 2008; Conill, 2016b) de la experiencia. Ahora se eleva como una radical exigencia la superación del intelectualismo, que sin llevarnos a perder la razón, nos conduzca a la filosofía de la razón experiencial, que tiene en su vía hermenéutica la más fuerte distinción (Conill, 1991: 136). En este sentido, según Jesús Conill, la razón experiencial es la mejor forma de aprehender nuestro radical modo de ser:

Un análisis hermenéutico de la experiencia puede contribuir a configurar una crítica de la razón impura, que prosigue la “crítica de la razón” -como tarea permanente de la filosofía-, pero no rigiéndose por la lógica o la metodología, sino arrancando del espesor de la experiencia. Porque, bien mirado, no nos encontramos ya siempre solo, ni prioritariamente, en la razón reflexiva formal, o en el diálogo o en la argumentación, sino que estamos ya siempre y primordialmente en la experiencia (2008: 34).

Por ello, la propuesta de Conill es considerar una hermenéutica crítica de carácter trascendental que permita mantener los dos momentos constitutivos de la razón: el momento lógico y el momento metodológico, bajo un proceso hermenéutico crítico. Unir estos momentos es posible gracias a la razón experiencial que logre mediar entre el lógos y la experiencia. En otras palabras, a juicio de Conill, al racionalismo crítico basado en un paradigma de la razón (en versión de la conciencia o del lenguaje) se le puede complementar una hermenéutica de la experiencia, basada en el paradigma de una razón experiencial (Conill, 1991: 156-169). La razón experiencial en este sentido viene a develar algunos aspectos fundamentales del comportamiento en su vertiente resolutiva de problemas (a los que la realidad siempre nos enfrenta) y que la razón pura no puede aprehender suficientemente por su disposición fuertemente lógica y metodológica. Estos aspectos a los que se accede mediante la razón experiencial son: nuestra dependencia del contexto como un presupuesto histórico insuperable e innegable, el descubrimiento de datos estructurales de la praxis humana y la incorporación de métodos heurísticos para la resolución de problemas de interpretación, evaluación y decisión. Resoluciones en las que la libertad y la fantasía imaginativa, pueden aportar mucho más que las rígidas estructuras normativas de una metodología objetiva (Conill, 1991: 157). En este sentido la razón no es un hecho consumado, cerrado como un artefacto limitado, sino un proceso siempre abierto, siempre experiencial, siempre histórico. A esta hermeneutización del saber objetivante han contribuido hermeneutas en la línea más cotidiana (López Aranguren, 1994: 516), o en perspectiva de la ética discursiva (Muguerza, 1990; Cortina, 2009) o en la idea de una ética y una razón práctica impura (Camps, 1998).

Todos estos aportes han venido a construir una medida sopesada y serena de la razón. Frente a la idolatría de la razón moderna y las racionalizaciones lógicas ilustradas, se ha venido trabajando la idea de la “razón experiencial”, vivificada por una experiencia que no nos conduce a un nihilismo ni a un pragmatismo (Conill, 2010: 274), sino que respetando las estructuras seguras y delimitadas de la razón pura, nos permite incorporar ciertos aspectos olvidados, para mantener unidos los dos momentos de una misma razón, en tanto lógica y en tanto fáctica, al menos en la dimensión de la praxis:

En el ámbito práctico la razón experiencial exige, a mi juicio, prestar especial atención a los sentimientos y a los valores, aspectos olvidados o relegados en la transformación hermenéutica de la filosofía, incluso en Apel y Habermas, cuando los sentimientos y las valoraciones, son las precondiciones -dadas en la experiencia- de todos los principios éticos (Conill, 2010: 278).

Por otro lado, haciendo referencia a Zubiri, Conill insiste que la realidad en tanto experiencia ejerce un poder (Conill, 1991: 193), pues la experiencia nos contacta con la fundamental determinación de la realidad en la que nos encontramos. Esto quiere decir que la experiencia de realidad es la experiencia de un dominio de lo real como real, una experiencia que es radical en la persona humana. La realidad domina y ejerce su poder en la conformación de la realidad personal, individual y colectiva. La realidad con su poder formaliza para Zubiri una inteligencia sentiente (1998), que le permite alejarse de aquella concepción de racionalidad que postula que la actividad primaria de la inteligencia es concebir (conceptualizar) lo dado por los sentidos. Para Zubiri, la función primaria de la inteligencia sentiente es aprehender realidad. Solo a partir de aquella originaria aprehensión la razón conceptualiza y siente. La inteligencia sentiente sugiere la idea que las capacidades racionales y sensitivas entran en una dialéctica relación complementaria para captar el poder de lo real: “todo inteligir es primaria y constitutivamente un inteligir sentiente. El sentir y la inteligencia constituyen, pues, una unidad intrínseca” (Zubiri, 1996-1997: 350). El inteligir y el sentir son modos de una misma aprehensión de realidad (Almonacid, 2011). Lo que une estos momentos es el poder de la realidad. Cabe destacar que Conill, reconoce y valora el mérito filosófico de Zubiri que lo condujo a apostar por la experiencia y asumir el rol de lo real en la comprensión de la inteligencia en la persona, optando por una facticidad que no le conduce al nihilimo (como es el caso de Nietzsche), pues mediante la inteligencia sentiente se abre a la fundamentación de la estructura libre de la persona impulsada por el poder de lo real (Conill, 1991: 197).

Todos estos conceptos que mencionamos tales como facticidad, razón impura, compresión histórica, inteligencia sentiente, poder de lo real, tributan a la idea de la razón experiencial. La razón experiencial es la posibilidad de pensar el “mundo de la vida” (Gómez Heras, 1989) desde su base más radical en tanto experiencia. Allí en donde la vida es experiencia, se puede ejercer la crítica normativa aplicada a las situaciones concretas, se puede pensar en la pluralidad vital y cultural de nuestra sociedad, se puede ver y sentir valores comunes, se incorporan las diferencias lingüísticas para buscar nuevas vías de entendimiento democrático. Es decir, desde una razón experiencial es posible hacerse racionalmente sensible respecto a las situaciones vitales, reales y concretas de la pobreza, la opresión, la falta de libertades, la falta de participación, etc. Únicamente desde una experiencia básica de conocimiento y reconocimiento mutuo e intersubjetivo, se reconocen afectados y desde ellos mismos emerge las posibles soluciones, pues son ellos los que palpan, los que entienden, los que sienten más allá de cualquier intervención externa que cae desde el cielo administrativo, jurídico y formal de la organización institucional política.

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