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3. La estructura del poder pol í tico y la participaci ó n ciudadana
ОглавлениеEl fuerte nivel de especialización de la política institucional ha conllevado a que sean los expertos quienes se hagan responsables de la organización política institucional. Muchas pueden ser las consecuencias de esta manera de implementar el poder político, pero a nuestro juicio la más importante tiene que ver con la manera como se elaboran la propuesta y la implementación de las políticas públicas, que queramos o no, afectan a todos los ciudadanos de manera muy concreta. De un tiempo a esta parte, son los expertos quienes deciden y planifican los cambios en la organización de lo político. Los políticos y sus asesores toman las decisiones, mientras los ciudadanos se ven apartados de estos procesos, restringiendo su participación, como hemos dicho, a las elecciones democráticas cada cierta cantidad de años. Así, las decisiones políticas provienen de arriba y descienden abajo para su implementación. Pocas veces las decisiones o determinaciones políticas provienen de la experiencia ciudadana.
Una interesante publicación en el Reino Unido elaborada por la House of Lords (7), denominada Power to the People (8), da cuenta de una ardua investigación que consideró a miles de personas comprometidas con su rol ciudadano en diferentes ámbitos sociales, económicos y políticos. Los resultados de dicha investigación instalaron ciertos elementos que nos gustaría destacar en la idea de pensar una ciudadanía que se constituye desde la experiencia.
El resultado de la investigación dio cuenta de una distancia entre los políticos y los ciudadanos, basada principalmente en la desconfianza mutua, en especial desde los segundos hacia los primeros, pero también de los primeros a los segundos, en la medida que los políticos no confían en la sabiduría de la experiencia ciudadana, por considerarla informe, sujeta a los vaivenes pasionales y arbitrarios de ciudadanos que no piensan. Una cuestión discutible, toda vez que la organización ciudadana a nivel micro da cuenta de una responsabilidad patente y concreta para con los destinos de la propia organización. Si a nivel micro el ciudadano es así de responsable ¿por qué no lo sería a nivel macro? Ahora bien, a nuestro juicio el hecho más interesante que devela Power to the People, es que la desconfianza hacia los políticos no ha mermado la capacidad de participación de los ciudadanos. Es decir, esta idea que la democracia se encuentra en peligro por la desafección participativa no es un hecho real. Pues la investigación demuestra que la apatía ciudadana es más bien un mito. El compromiso social es un aspecto que los ciudadanos viven con fuerza y cotidianamente. Los ciudadanos son voluntarios en muchas causas públicas y en muchos tipos de organizaciones comunitarias, sociales, deportivas, ONGs, voluntariados, etc. Los ciudadanos son aquellos que se toman las calles cuando requieren manifestar sus decisiones, requerimientos y sus compromisos cívicos. Lo único que no hacen es participar en la política institucional ni se unen a los partidos políticos. De manera, uno de los hechos relevantes que se evidencia en esta investigación es que la política institucional, en tanto poder político formal, no es capaz de aprovechar ni se hace cargo de la fuerte motivación participativa ciudadana. Es decir, la desafección no está causada por la falta de interés de los ciudadanos, sino porque la estructura política institucional que no es capaz de leer ni menos canalizar esta actividad participativa del ciudadano experiencial para integrarla a sus procesos institucionales. Finalmente, esta realidad devela que el poder no lo está ejerciendo los ciudadanos, aun cuando poseen toda la capacidad y la motivación para involucrarse en los destinos del país de manera concreta y comprometida. En el Reino Unido se dieron cuenta que se requiere entonces de un programa de cambio que implemente una transformación en la estructura política para involucrar a las personas en el poder político. Se necesita otorgar poder a la gente, para que crezca en ellos la idea y la sensación efectiva que son escuchados, que su aporte vale, que pueden intervenir proyectos de ley, que pueden tomar decisiones políticas que afectan a todos.
A nuestro juicio, la democracia necesita este tipo de participación que asuma la reciprocidad de las funciones dentro de la organización política, en la medida que incorpora obligaciones morales y deberes mutuos esenciales en la comunidad experiencial y que por extensión, son indispensables en la institucionalidad política (9). No tenemos que olvidar que la estructura política formal es reflejo y dependiente esencialmente de la comunidad de ciudadanos que eligen a sus representantes. Empoderar a los ciudadanos es la manera como se puede recobrar las confianzas y fortalecer el compromiso político y democrático en todas las direcciones. Por ello se necesita reequilibrar el poder para redirigirlo hacia las personas, hacia el ciudadano experiencial. Ahora bien, el problema es que los ciudadanos sienten que la actual estructuración política y la democracia institucional no les ofrece la posibilidad de tener una influencia real en las decisiones, ya sea porque los medios de comunicación no son suficientes ni adecuados, porque la información para las decisiones no llega al ciudadano común o porque el conocimiento que se requiere no es suficiente. Parece que un componente clave en la participación política tiene que ver, al final, con el poder del conocimiento.
Otro elemento interesante que emerge en esta publicación que hemos citado es que la organización de las comunidades de base (community organization) se constituye en el factor determinante de la participación ciudadana. La organización comunitaria es capaz de cubrir una serie de problemáticas y necesidades en función del bienestar social de los individuos, pero también para la supervivencia de los grupos, las organizaciones y los vecindarios. El espacio compartido y la experiencia común es la médula espinal de estas organizaciones comunitarias. Gracias a esa experiencia común y la disponibilidad para la participación, dichas organizaciones son capaces de organizarse por sí mismas (10) y cuentan con una amplío bagaje democrático en la construcción de sus proyectos para el logro de sus fines asociativos. Se trata de un tipo de participación democrática que no responde a problemáticas efímeras, sino a una participación que persigue cambios concretos y que se pueden conseguir a largo plazo. La idea que queda bajo esta perspectiva es que la democracia realmente ejercida en la organización comunitaria es un medio para el aprendizaje y el fortalecimiento de procesos democráticos más amplios. Por ello, la democracia institucional se puede ver favorecida sobre la base de la inclusión, la mutua cooperación, la educación popular y la implementación de democracias directas dentro de las organizaciones comunitarias. Evidentemente en las pequeñas organizaciones es más factible hacer vida los principios que inspiran la democracia y son el medio idóneo para generar investigación que fortalezca la auto-organización de la sociedad civil en beneficio de los procesos políticos y los cambios sociales que se requieren. Esta idea ha emergido con fuerza en procesos de investigación para el desarrollo comunitario que, por ejemplo, lleva adelante un equipo de la Lincoln International Business School, Universidad de Lincoln, Reino Unido (Mendiwelso, 2015). Los investigadores que trabajan en torno a estos temas, han descubierto la necesidad de robustecer la investigación comunitaria y el desarrollo comunitario a través de programas de fortalecimiento de la participación de la sociedad civil, que redundan en hacer más efectivos los servicios públicos del Estado (Mayo, Packham y Mendiwelso, 2013). La idea central es que la investigación en las organizaciones comunitarias y en el tercer sector, puede contribuir a mejorar las capacidades participativas dentro de la misma organización. A través de un proceso de aprendizaje las organizaciones pueden generar conocimiento desde sí mismas. Siguiendo el enfoque educativo de Paulo Freire (1993; 2002; 2012), el equipo de investigación de Lincoln al que nos referimos, ha llegado a la convicción que si el conocimiento brota desde el seno de las organizaciones, se genera una ciudadanía comprometida y activa.
La evolución de la organización comunitaria ha fortalecido la convicción que a partir de estas organizaciones se puede formular un poder político que sigue la lógica de abajo hacia arriba, pues las organizaciones comunitarias son más eficaces para abordar las necesidades locales en comparación a otros tipos de organización más grandes y burocráticas. Al poseer la organización comunitaria una mayor y mejor comprensión de su propio contexto, gracias a procesos de aprendizaje adecuados (Herron y Mendiwelso, 2018), se generan planificaciones, acciones sociales y movilizaciones participativas fortalecidas, que en definitiva pueden influir dentro de los sistemas sociales y políticos más amplios, como lo son las instituciones formales.
Es decir, una ciudadanía activa (active citizenship) depende de cómo las personas se organizan en una comunidad específica a partir de la cual despliegan un comportamiento ciudadano que está comprometido con sus problemas y situaciones de vida reales (Cortina, 2011; Espejo y Mendiwelso, 2011). La experiencia ciudadana tiene aquí un núcleo que es indispensable considerar, pues un ciudadano activo es aquel que está absolutamente comprometido con todos los asuntos que atañen a la comunidad en la que vive y participa. Es entonces de relevancia considerar que un desarrollo comunitario (community development) en tanto fortalecimiento de este sentido de comunidad, es la oportunidad para renovar la estructura del poder político institucional. Visto de otro modo, la ciudadanía activa crecerá cuando se proporcionen los medios para que las personas, sobre todo aquellas que están más excluidas, trabajen entre sí para que sean contadas en el entramado del poder político formal:
Queremos cambiar el poder, la influencia y la responsabilidad de los centros existentes de poder para dejarlo en manos de las comunidades y los ciudadanos individuales. Esto es así porque creemos que pueden tomar decisiones difíciles y resolver problemas complejos por sí mismos. El papel del estado debería ser para establecer prioridades nacionales y normas, pero al mismo tiempo para proporcionar apoyo y una distribución justa de los recursos. (United Kingdom. Communities and Local Government (2008: 1). Communities in control. Real People, Real Power) (11)
Es decir, si bien las personas desean tener más opinión, también necesitan el convencimiento que su participación no es en vano, que su participación puede marcar la diferencia. Porque si los ciudadanos participan quieren saber que sus voces serán escuchadas realmente. Esta es la idea fundamental del concepto “empoderamiento”, que se trata, en definitiva, de trasladar cada vez más el poder político a más y más personas a través de medios prácticos y muy concretos.
Para dar este paso del empoderamiento se requiere replantear el rol de los ciudadanos. No basta con percibirlos como una masa informe y apasionada, sujeta a los vaivenes hedonistas e irracionales. Es necesario otorgar el poder a las personas que tienen ya lograda la capacidad para dialogar, construir conocimiento y dar cuenta de sus razones para actuar (12). En este sentido, hasta los más desposeídos se pueden convertir en una fuerza activa, en un colectivo atento y movilizado. La organización informada sobre la base de un conocimiento es la única fuente de poder. Las organizaciones se basan en sus miembros, que pueden ser activos y conscientes de sus potencialidades, derechos y también de sus obligaciones. Concurre la importancia de la concientización, como un medio idóneo para hacerse cargo de las propias responsabilidades ciudadanas. La apatía, la división y la fragmentación, no permite generar la conciencia y el sentido comunitario. “No pienso auténticamente si los otros no piensan también. Simplemente no puedo pensar por los otros ni para los otros ni sin los otros”, dice Freire (1993: 122). Una conciencia ciudadana responsable e incisiva incomoda tanto a un pensamiento neoliberal, individual y privado, como también a un pensamiento socialista cuando es dogmático y pretende construir proyectos sin consultar al ciudadano. Todo pensamiento político institucionalizado parece llevar consigo la negación del otro en la construcción de la sociedad, pues por diferentes razones no siempre se permite que los ciudadanos sean parte del intercambio de ideas, de los debates y de la toma de decisiones. Se niegan los caminos para que el diálogo sea el único medio viable para una auténtica democracia. Una manera de diagnosticar esas barreras (a veces invisibles) a la participación ciudadana es que en muchas ocasiones la única vía de participación es la manifestación política en la calle, o directamente la desobediencia civil (Habermas, 2000: 51-71).
El diálogo es el proceso viable a través del cual se extiende el conocimiento, no para reducirse a la mera relación del sujeto cognoscente y objeto conocido, sino para constituirse en una relación que va más allá en la medida que el conocimiento permite que el poder ciudadano se prolongue hacia cada sujeto y entre sujetos.
El conocimiento a través del diálogo es el corazón de la democracia, pues todo objeto de conocimiento ciudadano (expresión poética, musical, literaria, proyecto, problema, acontecimiento, etc.) está envuelto en profundas tramas de significado, a las que se puede acceder por múltiples y muy diferentes formas de ser, de razonar y de sentir. No podemos ser conscientes de estas posibilidades cuando el diálogo está cerrado y se opta por la vía de la imposición normativa. El proceso de concientización de una ciudadanía experiencial emerge cuando se cultiva un proceso de develamiento de aquellas tramas que constituyen la historia de vida de los ciudadanos, para hacerse parte de los procesos de decisión política y social.
En este sentido, no hay que temer a la fuerza de la historia, a la vida convertida en experiencia que fluye entre los ciudadanos y sus relaciones humanas. El temor, según Freire, puede conducir a un “cansancio existencial” que termina por anular el compromiso, el deseo de participar en pos de los cambios que se necesitan para el empoderamiento ciudadano. Necesitamos evitar lo que Freire denomina “anestesia histórica” (1993: 119). Anestesia histórica, porque mediante la no participación y el permanente silencio ante la injusticia, se duerme el compromiso y fortalece la sensación de que todo da igual, todo seguirá igual. En el fondo, la figura del anestesiado histórico aparece por la dependencia emocional respecto a quien tiene y administra el poder. La dependencia emocional es aquella manifestación afectiva de quien piensa estar mejor bajo la seguridad y la tranquilidad del “siempre ha sido así” a la inseguridad de aquello que está desestabilizado y está por ser construido. La dependencia emocional es la base de la dominación y de la relación de asimetría entre quien usufructúa el poder y quien lo recibe. Esta forma de temor es posible trasladarlo a cualquier tipo de relación de poder, en la medida que dicha emoción está asociada al poder como sistema incluso siendo institucional y democrático. Dado que el poder es inherente a cualquier forma política, es extensible el temor resultante a cualquier tipo de estructura y organización democrática. El temor es el elemento corporal-histórico constituyente del ejercicio del poder político del Estado sobre el ciudadano, pues favorece la cohesión social y la salvaguarda del derecho. Sin embargo, el temor es al mismo tiempo un factor que puede imposibilitar los cambios y las mejoras que todo sistema democrático requiere.
Tanto una como otra perspectiva nos ayudan a visualizar que existe una moneda con doble cara. Existe una tensión permanente entre el ejercicio del poder como uso racional de la organización estatal para la consecución de los fines sociales y el poder como uso de la fuerza para el orden social, que conduce al temor propio de los dominados. Ahora bien, ambos énfasis nos ayudan a comprender que el diálogo por el lado racional, y el temor, por el lado de la fuerza, se involucran en un mismo proceso de convivencia histórica e integración de los ciudadanos en una determinada organización política. A nuestro juicio, un importante factor para mantener en equilibrio el diálogo democrático para el fin de los logros sociales y el justo temor para el orden social, pasa la posibilidad que se otorgue a los ciudadanos de acceder y ser partícipes del conocimiento. La ignorancia redunda en la imposibilidad de participar de los procesos dialógicos democráticos, y al mismo tiempo, es el origen de la incapacidad de respetar el orden civil como fuente de estabilidad política y social. El punto es ¿desde dónde debe venir el conocimiento para la configuración de un ciudadano experiencial? ¿Debe venir desde arriba, desde las estructuras políticas o desde abajo, desde el corazón de las mismas organizaciones?