Читать книгу La vida de los Maestros - Baird T. Spalding - Страница 11
ОглавлениеVIII
A los ocho días levantamos el campamento, un lunes por la mañana, y proseguimos nuestro camino. Después del mediodía del tercer día llegamos al borde de un gran río, de seiscientos o setecientos metros de ancho y con una velocidad de al menos cinco metros por segundo. Se nos informó que en tiempos ordinarios se lo podía vadear sin dificultades. Decidimos entonces esperar hasta la mañana siguiente para observar la crecida o decrecida de las aguas.
Supimos que se podía atravesar el río por un puente situado aguas arriba, pero ello implicaba un desvío de cuatro días por caminos muy complicados. Pensamos que si el agua bajaba, sería más simple esperar algunos días en el lugar. Se nos había demostrado que no debíamos preocuparnos del avituallamiento En efecto, desde el día en que nuestras provisiones se agotaron hasta nuestro retorno a Asmah, es decir, durante sesenta y cuatro días, toda la compañía, más trescientos peregrinos, fue abundantemente nutrida con víveres provenientes «de lo invisible».
Hasta entonces, ninguno de nosotros había comprendido el verdadero sentido de los acontecimientos a los cuales habíamos asistido. Nosotros éramos incapaces de ver que todo se cumplía en virtud de una ley precisa de la cual cada uno podía servirse.
A la mañana siguiente, en el desayuno había cinco extranjeros en el campamento. Nos fueron presentados como un grupo acampado en la otra orilla del río y que venían del pueblo adonde nosotros nos dirigíamos. No prestamos gran atención a ese detalle, suponiendo naturalmente que ellos lo habían atravesado con un bote. Uno de nosotros dijo entonces: “Si esas gentes de allá tienen una embarcación ¿por qué no servirnos de esta para atravesar el río? Entrevimos ya una salida a nuestras dificultades, pero se nos informó que no había ningún bote porque el paso no era lo bastante frecuentado como para justificar la conservación de uno.
Después de desayunar nos reunimos todos en la orilla del río. Notamos que Emilio, Jast y Neprow y cuatro personas de nuestra orilla conversaban con los cinco extranjeros. Jast se acercó hasta nosotros diciéndonos que a ellos les gustaría atravesar el río con los cinco extranjeros para pasar un momento en el otro campamento. Teníamos tiempo, ya que se había decidido esperar a la mañana siguiente y observar los signos de la crecida. Se comprenderá, que nuestra curiosidad se despertó. Consideramos un poco temerario querer franquear a nado una corriente tan rápida, para decir “buen día” a un vecino. No imaginamos que la travesía pudiera ser de otra manera. Cuando Jast se hubo reunido con el grupo, los doce hombres, todos vestidos, se dirigieron hacia la orilla y con la calma más perfecta pusieron pie sobre el agua, no digo en el agua. No olvidaré jamás mis impresiones viendo a esos doce hombres pasar uno después de otro de la tierra firme a la corriente. Contuve la respiración esperando verlos desaparecer bajo las aguas. Supe más tarde que dos de mis compañeros habían pensado lo mismo. Pero en el momento cada uno de nosotros, quedó sofocado hasta que los doce hombre hubieron pasado la mitad del río, de tal forma estábamos sorprendidos de verlos marchar tranquilamente sobre la superficie, sin la menor preocupación y sin que el agua subiera de la suela de sus sandalias. Cuando llegaron a la orilla opuesta, tuve la impresión de que me quitaba un gran peso de encima. Creo que fue lo mismo para todos, a juzgar por su sonrisa de alivio en el momento en que el último hubo acabado la travesía. Fue ciertamente una experiencia sin precedentes para nosotros.
Los siete que pertenecían a nuestro campamento volvieron para comer. Aunque nuestra sobreexcitación fue menor en esta segunda travesía, cada uno de nosotros tuvo un suspiro de alivio cuando llegaron todos a nuestra orilla. Ninguno de nosotros había dejado la orilla del río esa mañana. No hicimos demasiados comentarios sobre el suceso, ya que estábamos absortos en nuestros propios pensamientos.
Después del mediodía, constatamos que se necesitaría hacer un gran desvío por el puente para atravesar el río. A la mañana siguiente nos levantamos temprano, dispuestos para realizarlo. Antes de nuestra partida, cincuenta y dos hombres de nuestra expedición marcharon tranquilamente hacia el río y lo atravesaron como los doce de la víspera. Se nos dijo que nosotros podíamos atravesarlo con ellos, pero ninguno de nosotros tuvo suficiente fe para probarlo. Jast y Neprow insistieron en hacer el desvío con nosotros. Y nosotros tratamos de disuadirlos, diciéndoles que podíamos muy bien seguir la columna y evitarles ese trayecto fastidioso. No cedieron y nos acompañaron, diciendo que no representaba ningún inconveniente para ellos.
Durante los cuatro días que empleamos en reunirnos con los que habían atravesado el río sobre el agua, no tuvimos otro tema de conversación ni de reflexión que los notables acontecimientos de los cuales habíamos sido testigos durante nuestra corta estancia con estas maravillosas gentes. En el segundo día, y mientras subíamos penosamente una pendiente a pleno sol, nuestro jefe de destacamento que no había dicho gran cosa desde hacía cuarenta y ocho horas, gritó súbitamente: «Muchachos ¿por qué el hombre está obligado a arrastrarse y rezagarse sobre la tierra?».
Respondimos a coro que él había expresado exactamente nuestro pensamiento.
Él continuó: «¿Cómo puede ser que si algunos han podido hacer lo que nosotros hemos visto, no sean capaces todos de hacer otro tanto? ¿Cómo es posible que los hombres estén satisfechos de arrastrarse y no solamente satisfechos, sino forzados a arrastrarse? Si el hombre ha recibido poder para dominar sobre toda criatura, debe ciertamente volar más alto que los pájaros. Si es así ¿por qué no ha ejercido su dominio desde hace largo tiempo? La falta está en el pensamiento humano. Todo debe haber sido como consecuencia de la concepción material que el hombre hace de sí mismo. En su propio pensamiento, no se ha visto más que arrastrándose. No puede entonces más que arrastrarse».
Jast captó la idea y respondió: «Vosotros tenéis razón, todo viene de la conciencia del hombre. Según lo que piense es limitado o ilimitado, libre o esclavo. ¿Creéis vosotros que los hombres que habéis visto caminar sobre el río, evitando así el fastidioso desvío, eran criaturas especiales y privilegiadas? No, no se diferencian en nada de vosotros por su creación. No han sido dotados de un átomo de poder más que vosotros. Ellos han desarrollado su poder divino por el buen uso de su fuerza de pensamiento. Todo lo que vosotros, habéis visto hacer, lo podéis hacer también, con la misma plenitud y libertad, ya que todos nuestros actos están en armonía con una ley precisa, la cual cada ser humano puede utilizar, si lo desea».
La conversación terminó entonces, nos reunimos con los cincuenta y dos que habían atravesado el río y nos dirigimos hacia el pueblo de nuestro destino.