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Primera Parte:

I

La literatura espiritualista es actualmente muy abundante. Hay un despertar tal, una investigación de la verdad tal en lo que concierne a los grandes instructores del mundo, que me siento incitado a exponer mi experiencia con los Maestros de Extremo Oriente. En estos capítulos no pretendo describir un nuevo culto ni una nueva religión, sino que doy un resumen de mis experiencias con ellos, con la finalidad de mostrar las grandes verdades esenciales de su enseñanza.

Se precisaría tanto tiempo para autentificar estas notas como ha sido el trabajo de la expedición. En efecto, los Maestros están diseminados sobre un vasto territorio y nuestras búsquedas metafísicas han cubierto una gran parte de la India, del Tíbet, China y Persia. Nuestra expedición constaba de once hombres de ciencia, puestos al corriente, que habían consagrado la mayor parte de su vida a la investigación. Habíamos tomado la costumbre de no aceptar nada sin comprobarlo y no considerábamos nada como verdadero a priori. Llegamos completamente escépticos. Pero regresamos completamente convencidos y convertidos, hasta el punto que tres de nosotros regresaron allá decididos a quedarse hasta que fuesen capaces de vivir la vida de los Maestros y cumplir las mismas obras que ellos.

Aquellos que aportaron una ayuda inmensa a nuestros trabajos, nos solicitaron siempre que les designásemos con seudónimos, en el caso de publicar nuestras memorias. Yo cumplo su deseo. No relataré más que los hechos constatados, sirviéndome en todo lo posible de las palabras y expresiones empleadas por las personas encontradas, con las cuales compartíamos la vida cotidiana en el curso de nuestra expedición.

Uno de los requisitos previos, a nuestro acuerdo de trabajo, fue el siguiente: debíamos aceptar previamente como un hecho, todo suceso del cual fuésemos testigos, no debíamos pedir explicación alguna, antes de haber entrado en la vida del sujeto, de haber recibo sus lecciones y de haber vivido y observado su vida cotidiana. Debíamos acompañar a los Maestros, vivir con ellos y ver por nosotros mismos. Tendríamos el derecho de quedarnos con ellos cuanto quisiéramos y de hacer, no importa qué pregunta, de profundizar a nuestro gusto en todo aquello que viéramos, y sacar después nuestras conclusiones según los resultados. Después de lo cual seríamos libres de considerar lo visto como hechos o como ilusiones.

No ha habido jamás de su parte propósito de influenciar nuestro juicio. Su idea dominante era siempre que, si no habíamos visto bastante para estar convencidos, ellos no deseaban que agregáramos fe a lo sucesos. Yo haré lo mismo con el lector, sobre creer o no creer lo que le convenga.

Nosotros estuvimos en la India, alrededor de dos años y cumplíamos regularmente nuestro trabajo de investigación, cuanto encontré al Maestro que llamaré Emilio. Un día en que paseaba por las calles de la ciudad, fue atraída mi atención por un tumulto. El interés del gentío se centraba sobre uno de esos magos ambulantes o faquires tan comunes en ese país. Me aproximé y noté pronto cerca de mí a un hombre de cierta edad que no pertenecía a la misma casta de los otros espectadores. Él me miró y me preguntó si yo estaba desde hacía tiempo en la India, le respondí que desde alrededor de dos años.

—¿Es usted inglés? —me dijo.

—No, norteamericano —le respondí.

Estaba sorprendido y encantado de encontrar a una persona que hablara mi lengua materna, y le pregunté qué pensaba de la exhibición. Él me respondió:

—¡Oh!, a menudo hay muchas exhibiciones similares en la India. Se llama a esas gentes faquires, magos o hipnotizadores, y es justo su nombre. Pero bajo todos sus gestos hay un sentido espiritual profundo, comprendido solamente por una débil minoría. No hay duda que el bien surgirá algún día. Pero lo que usted ve, no es sino la sombra de la realidad original. Esto levanta muchos comentarios, pero los comentarios parecen no haber entendido nunca la realidad. Por lo tanto hay algo detrás de todo eso.

Después nos separamos y no nos encontramos hasta pasados cuatro meses. Tuvimos un problema que nos causó graves preocupaciones. Algunos días más tarde encontré ocasionalmente a Emilio, me preguntó la causa de mis preocupaciones y me habló del problema que teníamos que enfrentar. Yo me asombré, ya que estaba seguro que nadie había hablado nada fuera de nuestro círculo, y tuve la impresión de que él conocía todo el asunto. Siendo así, no tuve inconveniente en hablar con él libremente. Me dijo que tenía un cierto conocimiento del asunto y que se esforzaría en ayudarnos.

Unos días más tarde todo se clarificó y el problema dejó de existir. Nos asombramos, pero pronto el tema fue olvidado y no tardó en abandonar nuestro espíritu. Se presentaron otros problemas y yo tomé la costumbre de hablar con Emilio libremente. Parecía que nuestras dificultades desaparecían al hablar con él.

Mis compañeros habían sido presentados a Emilio, pero yo apenas les había hablado de él. En esta época, yo ya había leído libros elegidos por Emilio sobre las tradiciones hindúes, y estaba convencido de que él era un adepto. Mi curiosidad se había despertado y mi interés crecía día tras día.

Un domingo, después del mediodía, caminaba por un campo con él, cuando atrajo mi atención una paloma que daba vueltas sobre nuestras cabezas, y él me dijo que la paloma le buscaba. Se quedó perfectamente inmóvil, y pronto el ave vino a posarse sobre su brazo extendido. Emilio anunció que le traía un mensaje de su hermano que vivía en el norte. Adepto de la misma doctrina, no había alcanzado todavía el estado de conciencia que le permitiera una comunicación directa. Se servía entonces de ese medio.

Nosotros descubrimos más tarde, que los Maestros tenían la facultad de comunicarse directamente y al instante los unos con los otros por transmisión de pensamiento, o según ellos una fuerza mucho más sutil que la electricidad o la telegrafía sin hilos. Comencé a hacerle preguntas. Emilio me demostró que podía llamar a los pájaros y dirigir su vuelo, que las flores se inclinaban ante él y que las bestias salvajes se le aproximaban sin temor. En una ocasión separó dos chacales que se disputaban el cadáver de un pequeño animal que habían matado. Ante su proximidad, dejaron de pelear, pusieron su cabeza con toda confianza sobre las manos extendidas y después reemprendieron apaciblemente su comida. Me dio a mí mismo una de las fieras para que la sostuviera en mis manos. Después de lo cual me dijo: «El yo mortal es visible e incapaz de hacer estas cosas. Es mi Yo más verdadero y más profundo, aquel que vosotros llamáis Dios. Es Dios en mí, el Dios omnipotente expresándose por mí, que las hace. Por mí mismo, por mí Yo mortal, no puedo hacer nada. Es necesario que me libere enteramente del exterior para dejar hablar y actuar al yo real, al “Yo soy”. Dejando expandirse el gran amor de Dios, yo puedo hacer lo que vosotros habéis visto. Dejándolo derramarse sobre todas las criaturas, a través de sí no temeréis nada y ningún mal podrá veniros».

En esta época yo tomaba lecciones cotidianas con Emilio. Aparecía repentinamente en mi cuarto, aun cuando yo cerraba cuidadosamente la puerta con llave. Al principio, esta forma de aparecer a voluntad me turbaba, pero pronto vi que él consideraba mi comprensión como un hecho. Me fui habituando pues a sus maneras y dejaba mi puerta abierta para permitirle entrar y salir a su gusto. Mi confianza pareció agradarle. No podía comprender toda su enseñanza, ni aceptarla por entero. Por otra parte, a pesar de todo lo que yo había vivido en Oriente, no fui capaz de aceptar las cosas al momento. Necesité años de meditación para comprender el sentido espiritual profundo de la vida de los Maestros.

Ellos cumplían su trabajo sin ostentación, con una simplicidad infantil perfecta. Sabían que el poder del amor les protegía, y lo cultivaban hasta volver a la naturaleza, amorosa y amigable para con ellos. Las serpientes y las fieras matan cada año a millares de gentes de pueblo. Pero estos Maestros, exteriorizan de tal modo su poder interior de amor que serpientes y fieras no les hacen ningún mal.

Viven algunas veces en las selvas más impenetrables. En ocasiones extienden también su cuerpo delante de un pueblo para protegerlo de las fieras y bestias feroces; ellos salen indemnes y el pueblo también. En caso de necesidad andan sobre el agua, atraviesan las llamas, viajan en el invisible, y hacen muchas otras cosas milagrosas a nuestros ojos y que solo puede hacer un ser dotado de poderes sobrenaturales.

Hay una similitud asombrosa entre la vida y doctrina de Jesús de Nazaret y aquella de la cual estos Maestros dan cotidianamente ejemplo. Uno considera como imposible para el hombre sacar su pan cotidiano del Universal, triunfar sobre la muerte y hacer los mismos milagros que Jesús durante su encarnación. Los Maestros pasan su vida en esto. Todo aquello de lo cual tienen diariamente necesidad, compitiendo el sustento, vestidos y dinero, ellos los sacan del Universal. Han triunfado sobre la muerte, a tal punto que muchos viven desde hace más de quinientos años. Nosotros tuvimos la prueba decisiva por sus documentos. Los diversos cultos hindúes parecen derivar de su doctrina. Los Maestros están en pequeño número en la India. También comprenden ellos que el número de sus discípulos debe por fuerza ser limitado. Pero pueden tocar a un número incalculable en lo invisible. Parece que la mayor parte de su trabajo consiste en expandirse en lo invisible para ayudar a todas las almas receptivas a su enseñanza.

La doctrina de Emilio servía de base al trabajo que nosotros debíamos iniciar, un año más tarde, durante nuestra expedición, la tercera en esas tierras. Esta duró tres años y medio, durante los cuales vivimos día a día con los Maestros, viajando y observando su vida y trabajos en la India, Tíbet, China y Persia.

La vida de los Maestros

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