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VI

Como teníamos un considerable trabajo que terminar antes de atravesar los Himalayas, el pueblo de Asmah nos pareció el mejor cuartel general. El camarada que habíamos dejado en Potal para observar a Emilio se unió a nosotros. Nos contó que había hablado con él hasta casi las cuatro de la tarde del día en que este debía recibirnos en Asmah. Hacia esa hora Emilio dijo que tenía que ir a la cita, su cuerpo se volvió rápidamente inerte, pareciendo adormecido. Quedó en esta posición casi tres horas, después se volvió invisible progresivamente y desapareció. Fue a la hora de la tarde en que Emilio nos recibió en el alojamiento de Asmha.

La estación no estaba avanzada como para emprender el cruce de las gargantas de las montañas (me refiero a nosotros, nuestro pequeño grupo, que nos considerábamos como simples impedimentos). Aunque nuestros grandes amigos las hubieran podido franquear en mucho menos tiempo que nosotros, ninguno de ellos se quejaba. Es por eso que los llamo grandes, ya que verdaderamente lo son por su carácter. Hicimos muchas excursiones a partir de Asmah, tanto con Jast como con Neprow. En cada ocasión ellos nos dieron la prueba de sus notables cualidades. Una de esas excursiones tenía como fin un pueblo donde se encontraba un templo llamado Templo del Silencio, o Templo No construido por las Manos. Este pueblo contiene el templo y las casas de los sacerdotes y está situado sobre el antiguo emplazamiento de un pueblo casi enteramente asolado por las epidemias y las fieras.

Emilio, Jast y Neprow nos acompañaron y dijeron que visitando ese lugar, los Maestros no habían encontrado más que escasos supervivientes de los tres mil que hubo. Los cuidaron después de que fieras y epidemias desaparecieran. Algunos de los sobrevivientes hicieron el voto, si eran salvados, de volverse seguidores de Dios a la manera que Él eligiera. Los Maestros se fueron. Más tarde, a su regreso, encontraron edificado un templo y los sacerdotes ocupados en sus funciones.

Este templo es magnífico, y está situado en una altura donde se domina una vasta extensión del país. Está construido con piedras blancas y fue hecho hace seis mil años. Nunca necesita reparaciones. Si se hace saltar un fragmento de piedra, este se repara solo (nosotros lo pusimos en práctica).

Emilio dijo: «He aquí el Templo del Silencio, el Lugar de Poder. Silencio es sinónimo de poder, cuando nosotros alcanzamos el lugar de silencio en nuestros pensamientos, estamos en el lugar de poder donde todo no es más que una unidad, un solo poder: Dios. “Estad silenciosos y sabed que yo soy Dios”. Poder disperso igual a ruido. Poder concentrado igual a silencio. Cuando nos concentramos, cuando llevamos nuestras fuerzas a un centro de energía único, tomamos contacto con Dios en el silencio. Estamos unidos a él, entonces estamos unidos a todo poder. Tal es la herencia del hombre: “Mi padre y yo, somos Uno”.

»La única manera de unirse al poder de Dios es entrar en contacto consciente con Él. Ello no puede hacerse en el exterior, ya que Dios emana del interior. «El Señor está en su Santo Templo, que toda la tierra haga silencio ante él”.

»Alejémonos del exterior hacia el silencio interior. Sin ello no podremos esperar la unión consciente con Dios. Comprenderemos que su poder está a nuestra disposición y nos serviremos de él constantemente. Entonces sabremos que estamos unidos a su poder y comprenderemos a la humanidad. El hombre renunciará a las ilusiones de su amor propio, constatará su ignorancia y su pequeñez y estará pronto a instruirse. Se verá que no se puede enseñar nada a los orgullosos y que solo los humildes de espíritu pueden percibir la Verdad. Sus pies reposarán sobre la roca, no se trabará más y adquirirá el sentido del equilibrio y la decisión.

»En un primer momento, le puede ser difícil comprender que Dios es el único poder, la única sustancia, la única inteligencia. Pero a medida que el hombre capta la verdadera naturaleza de Dios y la exterioriza activamente, toma el hábito de servirse constantemente de ese poder, comiendo, corriendo, respirando y cumpliendo las grandes tareas de su vida.

»El hombre no ha aprendido a hacer las grandes obras de Dios, por no haber comprendido la inmensidad del poder de Dios y por no saber servirse de ese poder para las obras menores. Dios no escucha ni nuestro flujo de palabras, ni nuestros clamores ardientes repetidos en vano. Es necesario buscarle en el centro de nuestro Cristo interior, la conexión invisible que poseemos con él en nosotros mismos. Adorado en espíritu y en verdad, él escucha la llamada del alma sinceramente abierta a él. Quienquiera que tome contacto con el Padre en el secreto constatará su poder para la realización de todos sus deseos. Ya que el Padre recompensa públicamente a quien le busca en el secreto de su alma y le tenga allí. Muchas veces Jesús ha hecho alusión a este contacto individual con el Padre. Él lo mantenía perpetuamente y conscientemente en sí mismo. Hablaba al Padre como a un interlocutor presente. ¡Qué gran poder le ha dado esta realización interior secreta! Había reconocido que Dios no habla en el fuego, en la tempestad o en los temblores de la tierra, sino en lo más profundo de nuestras almas con una voz tranquila.

»Esta noción da equilibrio mental. Uno aprende a ir justamente hasta el fin de una idea. Las viejas ideas desaparecen, las nuevas se adaptan. Uno aprende el hábito de juntar todos los problemas delicados para meditarlos durante la hora de silencio. No los resolverá todos, puede ser, pero se familiarizará con ellos. No será necesario más, apurarse y luchar todo el día con el sentimiento de que el fin se escapa. No hay persona más extranjera al hombre, que él mismo. Si quiere conocer a este extranjero, que entre en su gabinete de trabajo y cierre la puerta. Se encontrará con su más peligroso enemigo y aprenderá a dominarlo. También encontrará a su verdadero Yo, su amigo más fiel, su más sabio maestro, su consejero más seguro... todavía el mismo. Es el altar donde brilla la llama eterna de Dios, la fuente de toda bondad, de toda fuerza, de todo poder. Sabrá que Dios reside en lo más profundo del silencio. Es allí también, en el fondo de sí, que reside el Santo de los Santos, donde todo deseo del hombre existe en el Pensamiento de Dios y se confunde entonces con un deseo de Dios. Uno siente y conoce la intimidad de las relaciones entre Dios y el hombre, entre el Padre y el Hijo, entre el espíritu y el cuerpo. Uno ve que la dualidad aparente existe nada más que en la conciencia humana, ya que en la realidad hay unidad.

»Dios llena los cielos y la tierra. Tal es la gran revelación que Jacob tuvo en el silencio. Este se había dormido sobre la piedra de la materialidad. En una resplandeciente iluminación divina, Jacob percibió que el exterior no es más que una imagen concebida interiormente. Se impresionó tanto que gritó: «El Señor (la ley) está ciertamente aquí (en la tierra y el cuerpo) y yo no lo sabía. He aquí la Casa de Dios y la puerta del cielo». A la manera de Jacob los hombres comprenderán que la puerta del cielo se abre a través de su propia conciencia.

»Antes de poder entrar al lugar secreto y silencioso del Muy Alto, es necesario que cada uno grave esta «escala de conciencia» (revelada a Jacob en la visión). Es necesario descubrir que estamos en el centro de toda criatura, unidos a todas las cosas visibles e invisibles, bañados en la Omnipresencia y salidos de ella. En su visión, Jacob vio la escala, uniendo el cielo y la tierra, con los ángeles de Dios que subían y que bajaban. Ellos son las ideas de Dios descendiendo del concepto a la forma y remontando enseguida al concepto. La misma revelación que tuvo Jesús cuando «los cielos le fueron abiertos» y le desvelaron la magnífica ley de expresión según la cual las ideas concebidas en el Pensamiento Divino salen para manifestarse en las formas. Esta ley le fue revelada con tal perfección, que él percibió también la posibilidad de transformar, de cambiar todas las formas, modificando los estados de conciencia a su gusto.

»Fue tentado primero a cambiar las piedras en pan para saciar su hambre personal. Pero al mismo tiempo que la revelación, recibió la interpretación exacta de la ley de manifestación. Las piedras, del mismo modo que todas las formas visibles, han salido de la sustancia del Pensamiento Universal, es decir de Dios. Son las verdaderas expresiones de su Pensamiento. Toda cosa deseada, pero aún desprovista de forma existe en esta Sustancia Universal, que está pronta para la creación, pronta a exteriorizarse para satisfacer todo deseo. La necesidad de pan sirve para demostrar que la materia constitutiva del pan está a mano y disponible en cantidades ilimitadas. Esta materia o esencia de todas las cosas puede transformarse en pan o en piedras. Cuando el hombre desea el bien, su deseo es aquel de Dios. La Sustancia Universal que nos rodea, contiene entonces una fuente inagotable de aquello que es necesario para satisfacer todo buen deseo. Es suficiente con aprender a servirnos de aquello que Dios ha creado, primero para nosotros. Él desea que nos sirvamos para escapar a las limitaciones y volvernos «abundantemente libres». Cuando Jesús dijo: «Yo soy la puerta», quiso decir que «yo soy» se expresa por un modo único en cuatro estados: el concepto, el pensamiento, la palabra y el acto. Este poder, esta sustancia, esta inteligencia, lo eterno no son moldeados por la conciencia. Es por esto por lo que el Maestro ha dicho: «Que se haga según vuestra fe». Y también, «todo es posible para aquel que cree».

»Al mismo tiempo Dios es en el alma, poder, sustancia e inteligencia. Paralelamente él es en el espíritu sabiduría, amor y verdad. Nosotros hemos visto que Dios toma forma por la conciencia. La conciencia es el hombre. Se baña en el pensamiento infinito de Dios. Deriva del concepto, de la creencia que existe en el pensamiento. Es la creencia en la separación con el espíritu que provoca la vejez y la muerte corporal. Sabed que el Espíritu es todo y que la forma sale continuamente del Espíritu. Comprenderéis entonces que aquello que ha nacido del espíritu es espíritu.

»La conciencia nos revela una segunda gran verdad: cada individuo siendo un concepto del Pensamiento Divino, es mantenido en este Pensamiento como una idea perfecta. Nada se concibe a sí mismo. Hemos sido todos perfectamente concebidos. Somos siempre criaturas perfectas en el pensamiento perfecto de Dios. Cuando esta idea se apodera de nuestra conciencia, tomamos contacto con el Pensamiento divino y podemos concebir nosotros mismos aquello que Dios ya ha concebido para nosotros. Esto es lo que Jesús llamaba el nuevo nacimiento. Tal es el gran don que nos ofrece el Silencio. Nuestro contacto con el Pensamiento de Dios nos permite pensar y conocernos tal y como somos en realidad. El hombre contacta con el Pensamiento de Dios por la verdadera meditación y forma entonces una expresión verdadera. Actualmente, por nuestras falsas creencias, nos hemos formado una expresión errónea. Pero aunque sea la forma perfecta o imperfecta, el Ser de la forma es siempre el poder, la sustancia y la inteligencia perfecta de Dios. No se trata de cambiar el Ser de la forma, sino la forma dada al Ser. Para ello es necesario renovar nuestro pensamiento, transformar el concepto imperfecto en concepto perfecto, cambiar el pensamiento del hombre en pensamiento de Dios. Hay entonces un mayor interés en encontrar a Dios, en tomar contacto con él, en unirse a él y exteriorizarlo en la expresión.

»El silencio no es menos importante. Es necesario forzar a la imaginación personal a callar, para permitir al Pensamiento de Dios, iluminar la conciencia en todo su esplendor. Entonces uno comprende como el sol de la justicia (de buen uso) se alza, trayendo la curación en sus alas. El Pensamiento de Dios inunda la conciencia, como el sol penetra en un cuarto oscuro. El Pensamiento Universal penetra en el individual como el aire puro en un local cerrado. Se produce entre el mayor y el menor, una mezcla gracias a la cual el menor no se hace más que uno con el mayor. La impureza proviene de la separación del menor con el mayor. La pureza resulta de su unión. No hay más que un solo aire puro, bueno y sano. Es la unidad con Dios y la unión con todas las cosas con él. La separación ha causado pecado, la enfermedad, náusea y muerte. La unión es la causa de la salud.

»El descenso de los ángeles sobre la escala de la conciencia es la ruptura de la unidad. Su subida es la reconstitución. El descanso es bueno, ya que la unidad puede expresarse por la diversidad sin que haya concepto de separación. Uno se equivoca cuando del exterior, desde el punto de vista personal, mira la diversidad y la toma por una separación. Cada alma tiene por tarea personal, elevar su punto de vista a tal altura de la conciencia, que esta se funda con el todo. Todos pueden reencontrarse en un mismo acuerdo y en un mismo lugar. Es el sitio de la conciencia donde comprendemos que todas las criaturas visibles e invisibles tienen su origen en Dios. Entonces estamos en la Montaña de la Transfiguración. Al principio, vemos a Jesús y con él a Moisés y a Elías, o en otros términos, el Cristo (el poder humano de conocer a Dios), la Ley y la Profecía.

»Nosotros soñamos en construir tres templos. Pero el significado profundo de la visión aparece. Nos es dado constatar la inmortalidad del hombre. Comprendemos que su identidad no se pierde jamás y que el Hombre-Dios es inmortal y eterno. Entonces Moisés (la Ley) y Elías (la Profecía) desaparecen y queda el Cristo de pie solo y supremo. Comprendemos que hay que construir un solo templo, en su interior, aquel del Dios viviente. Entonces el Espíritu Santo ocupa la conciencia, y las ilusiones sensuales del pecado, de la enfermedad y de la muerte cesan de existir. Este es el gran fin del Silencio.

»Este templo de cual vosotros podéis romper un fragmento y ver la rotura repararse sola al instante, simboliza nuestro cuerpo del cual Jesús ha hablado, el templo no construido por la mano del hombre, eterno en los cielos, aquel que debemos exteriorizar aquí, sobre la tierra».

La vida de los Maestros

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