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El estrés alienante

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Algunos de los alumnos temían, en un principio, que las medidas de primeros auxilios fueran demasiado prolijas. «Antes de que termine de respirar, de hacerme sitio, de tomarme mi tiempo, habrá desaparecido cualquier rastro del agresor.» Están equivocados. La mayoría de los agresores quiere ver los frutos de sus ataques y espera con impaciencia la reacción de las víctimas. Confiemos en la curiosidad innata del agresor. Además, toda esta ceremonia no está pensada para el agresor, sino para nosotros mismos, para que podamos volver a pensar con claridad. Las medidas de primeros auxilios son parsimoniosas únicamente en apariencia, porque no estamos habituados a ellas. Cualquier nuevo hábito que se adquiere, sea escribir a máquina o conducir un coche, es realizado con torpeza y lentitud mientras no se convierte en costumbre. Entonces funciona solo.

Si somos demasiado exigentes con nosotros mismos nos sometemos a una presión innecesaria: «¡Has de contestar rápido !», «¡Corre, di algo!», «¿Por qué no se me ocurre nada?». La presión, por su parte, genera estrés. Y el estrés causa en el cerebro un estado de alerta, lo que desencadena un impulso de lucha o de huida. Toda nuestra fuerza se concentra en la musculatura para que estemos preparados a correr por nuestra vida o a combatir contra un tigre. Al mismo tiempo, las funciones cerebrales se reducen al mínimo y, por lo tanto, también la capacidad de reflexión que nos ayuda a buscar soluciones y a pensar de forma creativa, que es justo lo que nos hace falta para encontrar respuestas rápidas e ingeniosas. El estrés aliena. Es por ello que nos quedamos en blanco en las situaciones más difíciles. Efectivamente, la obligación que nos imponemos de contestar lo más rápidamente posible nos bloquea. Sin embargo, hay personas cuya capacidad de respuesta inmediata se incrementa cuando están furiosas. Pero sus contestaciones no suelen ser muy inteligentes. Más de una de estas «ametralladoras» se ha arrepentido, a la postre, de su espontaneidad. Una réplica mal dada puede convertirse en un gol en propia portería.

Desarrollar una autodefensa eficaz significa actuar según los propios intereses. Lo primordial es procurarse bienestar y proceder según nuestras prioridades. Impresionar al agresor con nuestra respuesta es secundario.

Lo más importante en una situación difícil es mantener la cabeza clara y no dejarse arrastrar por el torbellino de los sentimientos. Antes de defendernos deberíamos tener clara nuestra reacción. Para ello necesitamos tener la cabeza despejada. Suelo recomendar a mis alumnos que, al principio, no intenten replicar a las burlas y se concentren en practicar las medidas de primeros auxilios. Cualquier burla, cualquier comentario insolente, sirve para entrenarnos.

Con las medidas de primeros auxilios, el escudo protector y la seguridad en uno mismo estamos bien preparados para cualquier ataque. Pero todavía quedan pendientes las respuestas concretas a un ataque verbal. Los próximos tres capítulos vuelven a girar en torno a la autoridad, en torno a nuestro poder de decisión. Nos ayudarán a decidir cuándo queremos luchar y cuándo no. También se hablará de nuestra capacidad para ignorar las provocaciones y torear al agresor.

Defiéndete de los ataques verbales

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