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Hablar sin perder el hilo

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Para Ricardo, el descubrimiento del escudo protector fue todo un descanso. Como encargado de una empresa de construcción tenía que tratar, prácticamente a diario, con proveedores y delegados de las administraciones. Ricardo era hábil en la negociación, con una excepción: siempre que su interlocutor alzaba una ceja en un gesto crítico o negaba con la cabeza sin pronunciar palabra, perdía el hilo de la conversación. Se trastocaba totalmente. Algunos de sus interlocutores adoptaban, desde un primer momento, una actitud de rechazo. Lo recibían con frialdad, no dejaban de mirar por la ventana, cruzaban los brazos y se mostraban lacónicos. Esta actitud hacía perder a Ricardo la seguridad en sí mismo. Comenzaba a hablar de forma atropellada, se equivocaba y, a la postre, se exasperaba por no haber sido capaz de mantener la calma. Carecía de recursos para defenderse contra las actitudes negativas de sus interlocutores. Se sentía inseguro ante cualquier gesto que demostrara una falta de cortesía o desinterés. Por ello resultaba fácilmente mani

pulable. Ricardo era consciente de sus debilidades, pero no veía solución a su problema. El escudo protector le ayudó a evaluar las reacciones de su interlocutor a distancia. Previo a cualquier negociación erigía un escudo mental, que amortiguaba el estado de ánimo del contrario. Ya no importaba que el interlocutor moviera la cabeza, la ceja, la comisura de los labios, los brazos o las piernas, Ricardo se mantenía firme en su argumentación. Se daba cuenta del comportamiento de su interlocutor, pero no le producía una sensación de inseguridad. Era capaz de hablar sin perder el hilo.

Defiéndete de los ataques verbales

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