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INSENSIBILIZACIÓN

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Quizás el peor de los síntomas de Tom era que se sentía insensibilizado emocionalmente. Deseaba desesperadamente amar a su familia, pero no podía evocar ningún sentimiento profundo hacia ella. Se sentía emocionalmente distante de todo el mundo, como si su corazón estuviera helado y viviera tras una pared de cristal. Esta insensibilización se extendía a sí mismo también. Realmente no podía sentir nada, salvo su rabia momentánea y sus remordimientos. Describía cómo apenas se reconocía a sí mismo al mirarse al espejo para afeitarse. Cuando se escuchaba a sí mismo defendiendo un caso ante los tribunales, se observaba desde la distancia y se preguntaba cómo ese tipo, que se parecía a él y hablaba como él, podía argumentar de ese modo tan convincente. Cuando ganaba un caso fingía sentirse gratificado, y cuando lo perdía era como si lo hubiera visto venir y se resignara a la derrota antes de que sucediera. A pesar de ser un abogado muy efectivo, siempre sentía como si estuviera flotando en el espacio, sin propósito ni dirección.

Lo único que ocasionalmente mitigaba esta sensación de falta de rumbo era la implicación intensa en un caso particular. Durante el transcurso de nuestro tratamiento, Tom tuvo que defender a un mafioso acusado de asesinato. Durante todo ese juicio, estuvo totalmente absorto en la ideación de una estrategia para ganar el caso, y hubo varias ocasiones en las que se levantaba por la noche para sumergirse en algo que realmente le apasionaba. Era como estar en un combate, dijo. Se sentía totalmente vivo, y nada más importaba. Tras ganar ese caso, sin embargo, Tom perdió toda la energía y el rumbo. Las pesadillas volvieron, igual que sus ataques de rabia, de forma tan intensa que tuvo que irse a un motel para asegurarse de no hacer daño a su mujer o a sus hijos. Pero estar solo también resultaba aterrador, porque los demonios de la guerra volvían con toda su fuerza. Tom intentaba permanecer ocupado, trabajando, bebiendo y drogándose; haciendo cualquier cosa para evitar enfrentarse a sus demonios.

Siguió mirando Soldier of Fortune, fantaseando en alistarse como mercenario en una de las muchas guerras regionales que arrasaban África. Esa primavera, cogió su Harley y se fue hacia la autopista Kancamagus en New Hampshire. Las vibraciones, la velocidad y el peligro de ir en moto le ayudaban a recomponerse, hasta el punto de poder dejar la habitación del motel y volver con su familia.

El cuerpo lleva la cuenta

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