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EL TRIUNFO DE LA FARMACOLOGÍA

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La farmacología no tardó mucho en revolucionar la psiquiatría. Los fármacos permitían a los médicos ser más eficaces y representaban una herramienta más allá de la terapia conversacional. Los fármacos también producían ingresos y beneficios. Las becas de las farmacéuticas nos permitían tener los laboratorios repletos de enérgicos estudiantes universitarios y de sofisticados instrumentos. Los departamentos de psiquiatría, que siempre se habían situado en los sótanos de los hospitales, empezaron a subir, tanto en su localización como como en su prestigio.

Un reflejo de este cambio se produjo en el MMHC, donde a principios de los años noventa, la piscina del hospital se cubrió para tener más espacio para un laboratorio, y la cancha interior de baloncesto se repartió en diferentes cubículos para una nueva clínica de mediación. Durante décadas, médicos y pacientes habían compartido democráticamente los placeres de salpicarse en la piscina y de pasarse la pelota en la cancha. Yo pasaba horas en el gimnasio con los pacientes cuando era auxiliar de la unidad. Era el único lugar en el que podíamos recuperar cierta sensación de bienestar físico, una isla en medio de la desgracia a la que nos enfrentábamos a diario. Ahora, se había convertido en un lugar para «arreglar» a los pacientes.

La revolución farmacológica que empezó con tantas promesas, al final puede que haya hecho igual de mal que de bien. La teoría de que la enfermedad mental la causan básicamente unos desequilibrios químicos del cerebro que pueden corregirse con unos fármacos concretos ha sido aceptada ampliamente, tanto por los medios y el público como por la profesión médica.22 En muchos lugares, los fármacos han desplazado la terapia y han permitido a los pacientes eliminar sus problemas sin resolver las causas subyacentes. Los antidepresivos pueden marcar la diferencia en el mundo al ayudar en el funcionamiento diario, y si hay que elegir entre tomar una pastilla para dormir o emborracharse hasta perder el conocimiento cada noche para dormir unas horas, no hay duda de qué opción es preferible. Para las personas exhaustas de intentarlo por sí solas con clases de yoga, rutinas de trabajo o simplemente aguantando, la medicación a menudo puede aportar un alivio salvador. Los ISRS pueden ser muy útiles para hacer que la gente traumatizada esté menos esclavizada por sus emociones, pero solo deberían considerarse como apéndices de un tratamiento global.23

Después de realizar numerosos estudios de fármacos para el TEPT, he acabado dándome cuenta de que los medicamentos psiquiátricos tiene un inconveniente grave, porque pueden desviar la atención del tratamiento de los problemas subyacentes. El modelo de la enfermedad cerebral quita de las manos de los pacientes el control de su destino y pone a los médicos y a las aseguradoras al cargo de la resolución de sus problemas.

En las últimas tres décadas, las medicaciones psiquiátricas se han convertido en el sostén de nuestra cultura, con unas consecuencias dudosas. Pensemos en los antidepresivos. Si fueran tan eficaces como se ha llegado a creer, la depresión se habría convertido en un problema menor en nuestra sociedad. En cambio, aunque el número de antidepresivos sigue creciendo, ello no ha repercutido en una reducción de los ingresos hospitalarios por depresión. El número de personas tratadas por depresión se ha triplicado en las dos últimas décadas, y actualmente uno de cada diez americanos toma antidepresivos.24

La nueva generación de antipsicóticos, como Abilify, Risperdal, Zyprexa y Seroquel, son los fármacos que más se venden en Estados Unidos. En 2012, el sector público gastó 1.526.280.000 $ en Abilify, más que en cualquier otra medicación. En el tercer puesto se encontraba Cymbalta, un antidepresivo que vendió más de 1000 millones de dólares en pastillas,25 aunque nunca se ha demostrado que sea superior a otros antidepresivos como el Prozac, para el que existen genéricos mucho más baratos. Medicaid, el programa sanitario federal de Estados Unidos para las personas pobres, se gasta más en antipsicóticos que en cualquier otro tipo de fármacos.26 En 2008, el año más reciente para el que existen datos completos, financió 3600 millones de dólares para medicaciones antipsicóticas, hasta 1650 millones en 1999. El número de personas menores de 20 años a las que se les han recetado medicamentos antipsicóticos financiados por Medicaid se triplicó entre 1999 y 2008. El 4 de noviembre de 2013, Johnson & Johnson aceptó pagar más de 2200 millones de dólares en sanciones penales y civiles para resolver las acusaciones de haber promocionado indebidamente el antipsicótico Risperdal entre adultos, niños y personas con discapacidades de desarrollo.27 Pero nadie considera responsables a los médicos que lo recetaron.

Medio millón de niños en Estados Unidos toman actualmente fármacos antipsicóticos. Los niños pertenecientes a familias con pocos ingresos tienen cuatro veces más probabilidades de tomar medicamentos antipsicóticos que los niños que tienen seguros privados. Las medicaciones suelen utilizarse para que los niños que han sufrido malos tratos y abandono sean más dóciles. En 2008 se recetaron antipsicóticos a 19.045 niños de hasta 5 años a través de Medicaid.28 Un estudio basado en los datos de Medicaid de 13 estados reveló que el 12,4 % de los niños que están en acogida temporal toma antipsicóticos, frente al 1,4 % de los niños elegibles según Medicaid en general.29 Estas medicaciones hacen que los niños sean más dóciles y menos agresivos, pero también interfieren con la motivación, el juego y la curiosidad, elementos imprescindibles para madurar y convertirnos en miembros sanos y beneficiosos para la sociedad.

Los niños que los toman también corren el riesgo de sufrir obesidad mórbida y de desarrollar diabetes. Mientras tanto, las sobredosis provocadas por la combinación de medicaciones psiquiátricas y analgésicas siguen aumentando.30

Como los fármacos se han convertido en algo tan rentable, las principales revistas médicas raramente publican estudios sobre el tratamiento de los problemas de salud mental sin fármacos.31 Los profesionales que exploran estos tratamientos son marginados por ser considerados «alternativos». Los estudios de los tratamientos sin fármacos no suelen financiarse a menos que incluyan lo que se llama protocolos manualizados, en los que los pacientes y los terapeutas recorren unas secuencias estrechamente prescritas que permiten poca adaptación a las necesidades individuales de los pacientes. La medicina generalista está firmemente decidida a mejorar nuestra vida con sustancias químicas, y la posibilidad de cambiar realmente nuestra fisiología y nuestro equilibro interior por medios no farmacológicos solo se considera en raras ocasiones.

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