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CAPÍTULO 5

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CONEXIONES ENTRE EL

CUERPO Y EL CEREBRO

La vida se basa en el ritmo. Vibramos, nuestro corazón bombea sangre. Somos una máquina con ritmo, eso es lo que somos.

–Mickey Hart

Hacia finales de su carrera, en 1872, Charles Darwin publicó La expresión de las emociones en el hombre y en los animales.1 Hasta hacía poco, la mayoría del debate científico sobre las teorías de Darwin se había centrado en El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871). Pero La expresión de las emociones es una exploración extraordinaria de los cimientos de la vida emocional, repleta de observaciones y anécdotas resultado de décadas de investigación, así como de historias cercanas de los hijos de Darwin y de las mascotas de su hogar. También es un libro emblemático por sus ilustraciones –fue uno de los primeros en incluir fotografías (la fotografía todavía era una tecnología relativamente nueva y, como la mayoría de los científicos, Darwin quería usar las técnicas más novedosas para ilustrar sus ideas). Todavía existe impreso, disponible en una edición reciente con una introducción y unos comentarios fantásticos de Paul Eckman, un moderno pionero en el estudio de las emociones.

Darwin empieza su exposición describiendo la organización común de todos los mamíferos, incluyendo a los seres humanos (los pulmones, los riñones, el cerebro, los órganos digestivos y los órganos sexuales que sostienen y permiten que la vida continúe). Aunque muchos científicos actuales le acusarían de antropomorfismo, Darwin respalda a los amantes de los animales cuando proclama: «El hombre y los animales superiores… también] tienen instintos en común. Todos tienen los mismos sentidos, intuición, sensaciones, pasiones, afectos y emociones, incluso las más complejas como los celos, la sospecha, la emulación, la gratitud y la magnanimidad».2 Observa que los humanos compartimos algunos de los signos físicos de la emoción animal. Que sintamos cómo se nos eriza el vello de la nuca cuando tenemos miedo o que apretemos los dientes cuando estamos enfadados solo se puede entender como los vestigios de un largo proceso evolutivo.


«Cuando un hombre mira con desprecio –Charles Darwin, 1872

Para Darwin, las emociones de los mamíferos están fundamentalmente arraigadas en la biología: son la fuente indispensable de motivación para iniciar la acción. Las emociones (del latín emovere, moverse) dan forma y orientación a todo lo que hacemos, y su expresión primaria se realiza a través de los músculos faciales y corporales. Estos movimientos faciales y físicos comunican a los demás nuestro estado mental y nuestra intención: las expresiones de ira y las posturas amenazantes los avisan para que dejen de molestar. La tristeza atrae el afecto y la atención. El miedo indica impotencia o nos avisa del peligro.

Leemos instintivamente la dinámica entre dos personas simplemente a partir de su tensión o su relajación, sus posturas y su tono de voz, el cambio en sus expresiones faciales. Si miramos una película en un idioma que no entendemos, aun así podremos suponer la calidad de la relación entre los personajes. A menudo podemos interpretar del mismo modo a los otros mamíferos (monos, perros, caballos).

Darwin va más allá y observa que el propósito fundamental de las emociones es iniciar un movimiento que permita al organismo recuperar la seguridad y el equilibrio físico. He aquí lo que comenta sobre el origen de lo que actualmente llamaríamos TEPT:

Los comportamientos para evitar o escapar del peligro han evolucionado claramente para hacer que cada organismo sea competitivo en términos de supervivencia. Pero un comportamiento de huida o evitación inadecuadamente prolongado dejaría al animal en desventaja en el sentido de que la preservación de la especie requiere la reproducción que, a su vez, depende de la alimentación, el cobijo y las actividades de apareamiento, todas las cuales son recíprocas de la evitación y de la huida.3

En otras palabras, si un organismo se queda bloqueado en el modo de supervivencia, sus energías se centran en luchar contra enemigos invisibles, lo cual no deja espacio para la crianza, los cuidados y el amor. Para los seres humanos, significa que mientras la mente se está defendiendo contra unos ataques invisibles, nuestros vínculos más íntimos se ven amenazados, junto con nuestra capacidad de imaginar, planear, jugar, aprender y prestar atención a las necesidades de otras personas.

Darwin también escribió sobre las conexiones entre el cuerpo y la mente que seguimos explorando en la actualidad. Las emociones intensas implican no solo la mente, sino también las tripas y el corazón: «El corazón, las tripas y el cerebro se comunican íntimamente a través del nervio “neumogástrico”, el nervio crítico implicado en la expresión y la gestión de las emociones tanto en los seres humanos como en los animales. Cuando la mente está muy excitada, ello afecta inmediatamente al estado de las vísceras, de manera que bajo la activación habrá mucha más acción y reacción mutuas entre ambos, los dos órganos más importantes del cuerpo».4 La primera vez que vi este fragmento lo leí con gran entusiasmo. Obviamente, experimentamos nuestras emociones más devastadoras como sentimientos y penas angustiantes. Mientras registremos las emociones básicamente en nuestra cabeza, podemos más o menos controlar, pero sensaciones como que se nos hunde el pecho o que nos golpean en la barriga son insoportables. Haremos lo posible para que estas sensaciones viscerales terribles desaparezcan, ya sea aferrándonos desesperadamente a otro ser humano, volviéndonos insensibles con drogas o alcohol o llevándonos un cuchillo a la piel para sustituir unas emociones abrumadoras por unas sensaciones definibles. ¿Cuántos problemas de salud mental, desde la adicción a las drogas al comportamiento autolesivo, empiezan como un intento de sobrellevar el dolor físico insoportable de nuestras emociones? Si Darwin tenía razón, la solución requiere encontrar maneras de ayudar a la gente a modificar el paisaje sensorial interior de su cuerpo.

Hasta hace poco tiempo, gran parte de la ciencia occidental ignoraba esta comunicación bidireccional entre el cuerpo y la mente, aunque ha sido fundamental en prácticas de sanación tradicionales en muchos otros lugares del mundo, en particular en la India y en China. Actualmente, está transformando nuestra forma de comprender el trauma y la recuperación.

El cuerpo lleva la cuenta

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