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IDENTIFICAR EL PELIGRO:
EL COCINERO Y EL DETECTOR DE HUMO

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El peligro forma parte de la vida, y el cerebro es el encargado de detectarlo y de organizar nuestra respuesta. La información sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, la nariz, los oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, una zona dentro del sistema límbico que actúa como el «cocinero» del cerebro. El tálamo mezcla toda la información de nuestras percepciones para preparar una sopa autobiográfica muy homogénea, una experiencia integrada y coherente de «esto es lo que me está sucediendo».10 Luego las sensaciones van en dos direcciones: hacia la amígdala (dos pequeñas estructuras en forma de almendra que están a un nivel más profundo en el sistema límbico, en el cerebro inconsciente) y hacia los lóbulos frontales, llegando a nuestro conocimiento consciente. El neurocientífico Joseph LeDoux llama el camino hacia la amígdala «el camino de bajada», que es muy rápido, y el camino hacia la corteza frontal «el camino de subida», que tarda varios milisegundos más en medio de una experiencia sumamente amenazante. Sin embargo, el procesamiento por parte del tálamo puede ser defectuoso. Lo que vemos, los sonidos, los olores y el tacto se codifican como fragmentos aislados y disociados, y el tratamiento de los recuerdos normales se desintegra. El tiempo se congela, y parece que el peligro actual va a durar para siempre.

La función central de la amígdala, a la que considero como el detector de humo del cerebro, es identificar si la información entrante es relevante para nuestra supervivencia.11 Lo hace de manera rápida y automática, con la ayuda del retorno del hipocampo, una estructura cercana que relaciona la nueva información con las experiencias del pasado. Cuando la amígdala percibe una amenaza (un choque potencial con otro vehículo, una persona de la calle que parece peligrosa) manda un mensaje instantáneo al hipotálamo y al tronco cerebral, recurriendo al sistema de hormonas del estrés y al sistema nervioso autónomo (SNA) para orquestar una respuesta a nivel de todo el cuerpo. Como la amígdala procesa la información que recibe del tálamo más rápidamente que los lóbulos frontales, decide si la información entrante es una amenaza para nuestra supervivencia antes incluso de que seamos conscientes del peligro. Para cuando nos damos cuenta de lo que está sucediendo, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento.

Las señales de peligro de la amígdala desencadenan la liberación de potentes hormonas del estrés, como cortisol y adrenalina, que hacen aumentar el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el ritmo de la respiración, preparándonos para luchar o para escapar. Una vez que el peligro ha pasado, el cuerpo vuelve a su estado normal bastante rápidamente. Pero cuando la recuperación se bloquea, el cuerpo se ve llamado a defenderse, haciendo que la gente se sienta agitada y excitada.


El cerebro emocional es el primero que interpreta la información entrante. La información sensorial sobre el entorno y el estado corporal recibida a través de los ojos, los oídos, el tacto, la percepción cenestésica, etcétera, converge en el tálamo, donde se procesa, y luego pasa a la amígdala para interpretar su significado emocional. Esto ocurre a la velocidad del rayo. Si se detecta una amenaza, la amígdala envía mensajes al hipotálamo para secretar hormonas del estrés para defenderse contra la amenaza. El neurocientífico Joseph LeDoux lo llama «el camino de bajada». La segunda vía neuronal, el camino de subida, discurre desde el tálamo, a través del hipocampo y del cíngulo anterior, hasta la corteza prefrontal, el cerebro racional, para una interpretación consciente y mucho más depurada. Esto tarda varios microsegundos más. Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala es demasiado intensa o si el sistema de filtrado de las áreas superiores del cerebro es demasiado débil, como suele pasar en el TEPT, la gente pierde el control sobre las respuestas de emergencia automáticas, como los sobresaltos prolongados o los arranques de agresividad.

Aunque el detector de humo suele ser muy bueno detectando el peligro, el trauma aumenta el riesgo de malinterpretar si una situación concreta es peligrosa o segura. Podemos llevarnos bien con los demás solo cuando podemos valorar con precisión si sus intenciones son buenas o peligrosas. El menor error de interpretación puede provocar dolorosos malentendidos en las relaciones personales y laborales. Funcionar efectivamente en un complejo entorno laboral o en un hogar repleto de niños revoltosos requiere la habilidad de evaluar rápidamente cómo se siente la gente y adaptar continuamente nuestro comportamiento en función de ello. Los sistemas de alarma defectuosos provocan arrebatos o bloqueos como respuesta a comentarios o expresiones faciales inocuos.

El cuerpo lleva la cuenta

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