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(3) Los mensajeros divinos

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«Monjes, hay tres mensajeros de los dioses.3 ¿Cuáles son los tres?

»He aquí, monjes, que alguien actúa de forma reprochable con el cuerpo, la palabra o el pensamiento. Habiendo actuado de forma reprochable con el cuerpo, la palabra o el pensamiento, después de morir, cuando su cuerpo se descompone, renace en un estado de perdición, en un mal destino, en un lugar de sufrimiento, en un infierno. Allí varios guardianes del infierno lo agarran por ambos brazos y lo llevan ante la presencia de Yāma, el Señor de la Muerte,4 diciendo: “Este hombre, majestad, no respetó ni a padre ni madre, ni a ascetas ni brahmanes, ni a los ancianos de la familia. ¡Que su majestad le inflija un castigo apropiado!”».

«Entonces, monjes, el rey Yāma pregunta al hombre, lo interroga y le recuerda el primer mensajero divino: “¿Es que nunca viste, buen hombre, al primer mensajero divino que se presenta a los seres humanos”?».

«Y aquél contesta: “No, señor, no lo vi”».

«Entonces el rey Yāma le dice: “Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste entre la gente a una mujer o a un hombre de ochenta, noventa o cien años de edad, achacoso, curvo como el arco de una bóveda, jorobado, sosteniéndose con un bastón, andando tembloroso, enfermizo, habiendo perdido la fuerza de la juventud, con los dientes rotos, lleno de canas, con poco pelo o calvo, y con la piel arrugada y llena de manchas?”».

«Y el hombre responde: “Sí, señor, lo he visto”».

«Entonces el rey Yāma le dice: “Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que: ‘También yo he de envejecer y no puedo evitar la vejez. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento’?”».

«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».

«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has cometido esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».

«Entonces, el rey Yāma, monjes, tras haberle preguntado, interrogado, y recordado el primer mensajero divino, le pregunta, interroga y recuerda el segundo mensajero divino: “¿Es que nunca viste, buen hombre, al segundo mensajero divino que se presenta a los seres humanos?”».

«No, venerable señor, no lo vi».

«Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste a una mujer o a un hombre que estuviera enfermo, padeciendo dolores, extremadamente débil, cayéndose y yaciendo sobre sus propias heces, teniendo que ser levantado por otros y llevado a la cama por otros?».

«Sí, venerable señor, lo he visto».

«Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que “También yo he de enfermar y no puedo evitar la enfermedad. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento”?».

«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».

«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has hecho esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».

«El rey Yāma, monjes, tras haberle preguntado, interrogado, y recordado el segundo mensajero divino, le pregunta, interroga y recuerda el tercer mensajero divino: “¿Es que nunca viste, buen hombre, al tercer mensajero divino que se presenta a los seres humanos?”».

«No, venerable señor, no lo vi».

«Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste a una mujer o a un hombre muerto desde hace uno, dos o tres días, con su cuerpo hinchado, pálido y en estado de putrefacción?».

«Sí, venerable señor, lo he visto».

«Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que “También yo he de morir y no puedo evitar la muerte. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento”?».

«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».

«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has hecho esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».

(AN 3:35; I 138-140)

En palabras del Buddha

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