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El cine como referente en la percepción del delito y en la aplicación de política criminal

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Como tercera parte del presente capítulo, abordaremos la cuestión de las películas como referente para la construcción del sentido común de los sujetos, y la forma en la que intervienen estas en la definición de la política criminal, tanto local como globalmente. Como recordábamos previamente con Byung-Chul (2014), las transformaciones que han ocurrido en el seno del capitalismo han hecho que las formas de trabajo intelectuales adquieran más relevancia que las formas de producción materiales. Pero es importante mencionar junto a esto otras trasformaciones. Por un lado, las que se han dado en el seno de la racionalidad instrumental y, por el otro, en torno al papel relevante de los sentimientos en la distribución de las mercancías.

Byung-Chul (2014, p. 72) sostiene que “el capitalismo del consumo introduce emociones para estimular la compra y generar necesidades […]. En última instancia, hoy día no consumimos cosas, sino emociones”, causando que se abandone la racionalización de la compra y consumo de servicios, adoptando decisiones emocionales y propiciando este tipo de formas de interactuar en el mercado. Esto explica que haya empresas como Apple que argumentan que sus productos son revolucionarios.

Junto con esto, el desarrollo de los medios de producción ha hecho que la relación de razón instrumental de la modernidad, en la cual las mercancías eran un medio para satisfacer las necesidades, se haya invertido. Ya no se recurre a las mercancías para satisfacer una necesidad, sino que se recurre a las necesidades para justificar la utilización de una mercancía (Bauman y Lyon, 2013). En esta descripción entraría el cine como mercancía de consumo y como instrumento con la capacidad de transmitir emociones de manera muy simple. Al respecto, dice Zaffaroni, haciendo referencia al politólogo Albertani (Zaffaroni, 2011), que una de las razones por las cuales la política criminal mediática se ha consolidado es por su capacidad de transmitir la información por medio de imágenes, ahorrando el proceso de interpretación de estas.

Así, siendo ahora las emociones el aspecto determinante en la configuración de los sujetos, y no los sentimientos, resta mirar cuál es el papel de la imagen y del cine en la construcción de la imagen a la que se hace el individuo. El cine tiene la facultad de asemejarse a la vida, de tal forma que los espectadores no tienen espacio para la fantasía ni el pensamiento, de forma que no pueden apartarse de la historia sin perder el hilo de esta, como sostienen Horkheimer y Adorno (1994); el cine adiestra a sus propias víctimas para que lo identifiquen directamente con la realidad. La audiencia aprende por medio de la intuición y observación, excluyendo la necesidad de la observación y la imaginación en torno a estos.

Además, el cine, como toda mercancía inmaterial y a diferencia de los demás medios de entretenimiento a su alrededor, como lo fue el teatro ilusionista, se encuentra en la capacidad de abolir el privilegio cultural que el acceso a la cultura representa. Así, es un medio muy efectivo para llegar a la psique y conciencia de los sujetos. A su vez, por su naturaleza de mercancía, se encuentra sometido a las dinámicas de la oferta y la demanda, cosa que lo lleva a buscar el espectáculo y el triunfo en desmedro de la cultura.

Así, el contenido del cine, a diferencia del que puede tener la literatura, y al igual que el de la televisión, tiene la capacidad de inmiscuirse en el sentido común de los individuos, determinándolo y moldeándolo. De este modo, el cine establece un conjunto de miedos en el espectador, a partir de los cuales este empieza a demandar más seguridad y vigilancia. Asimismo, los medios de comunicación dotan a los sujetos de una interpretación de los sucesos y de sus causas, en contraposición a las explicaciones que puede dar la academia. Nos encontramos en un contraste entre la criminología mediática y la criminología académica.

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