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La criminología mediática

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En este punto, es menester dejar en claro que la orientación central de este capítulo está dada por el problema que se suscita, en una perspectiva crítica de la comprensión criminológica, al mirar el rol que ejercen los medios de comunicación en la construcción, reproducción e influencia social de la cuestión criminal y el desarrollo de la política criminal. Pero, como se pregunta Portillo (2017, p. 2), ¿qué es la criminología mediática? A esto responde, citando las palabras de Zaffaroni, que

la criminología mediática es la creación de la realidad a través de información, subinformación y desinformación en convergencia con prejuicios y creencias basada en una etiología criminal simplista asentada en la causalidad mágica. Aclaremos que lo mágico no es la venganza, sino la idea de una causalidad canalizada contra determinados grupos humanos, que en términos de la tesis de René Girard se convierten en chivos expiatorios. (Zaffaroni, citado en Portillo, 2017, p. 136)

El abordaje de la criminología mediática en Zaffaroni tiene un desarrollo teórico, respaldado por una interpretación histórica ontológica, que muestra los efectos de la relación político-criminal con la sociedad. Pone de manifiesto el comportamiento fáctico criminal (estadísticas), en relación con la cantidad de muertos y sus características, así como las variaciones en la justicia penal y sobre el problema carcelario. Como la mayoría de las veces estos se encuentran en clara divergencia con la representación mediática, que más bien se asocia con agendas y matrices políticas que invisibilizan o resaltan dando un sentido particular a un fenómeno a conveniencia de los actores asociados con dichas agendas. Así se promueven discursos de miedo y paranoia para la sociedad; se construyen los enemigos del Estado, que suelen ser victimizados, y también se convierte a las víctimas en héroes. De este modo, los medios reproducen un sistema de dominación por encima del objetivo que pretende una criminología (el estudio, la comprensión y las formas de construcción social del delito, de reacción social frente a este, su prevención y el castigo). Por esto, su respuesta a estos comportamientos sistemáticos es la de una criminología cautelar.

Aquí se destaca la diferencia entre el sistema anglosajón y el latinoamericano para el tratamiento de minorías; sobre todo en términos de sus capacidades institucionales. Se podría decir apresuradamente que Zaffaroni hace una descripción funcional en el marco del rol histórico que han desempeñado distintos actores de la cuestión criminal para la configuración de una política criminal viciada, que funciona más como un dispositivo de control social que como un sistema de garantías. Con el riesgo de una equivocación, su enfoque se aproxima más a los efectos visibles en la aplicación de una política criminal prediseñada sobre la base del modelo criminológico con un tratamiento mediático.

Desde otro punto de vista, la perspectiva planteada por Pozuelo (2013), quien analiza el caso particular de la prensa española, interpreta el fenómeno por su configuración empírica y se enfoca en la producción discursiva y en las distintas estrategias que se pueden recoger del análisis de medios, como son la estructura de la página, la presentación de cifras y gráficos, o la relevancia y frecuencia de palabras. Una vez más se ponen en escena los actores más relevantes de la relación para producir una política criminal y una serie de posibles correlaciones. Para desenglobar la afirmación teórica de la influencia, o incluso causalidad, que tienen los medios sobre la sociedad –particularmente en las instituciones–, la autora desarrolla la labor presentando el cruce de datos de otros actores y reflejando la distancia entre la percepción y presentación del fenómeno mediático. Con ello matiza las posibilidades de dirección, influencia o instrumentalización de esta información, juntando el análisis y la importancia de las motivaciones subjetivas, que se pueden inferir y reconocer en cada actor y que varían por múltiples factores. Una de las conclusiones más relevantes de Pozuelo (2013), a propósito del nivel de la influencia, es que “todo depende de cómo se plantee la pregunta y el grado de información con el que cuente quien ha de responder”.

En resumidas cuentas, este trabajo dejó abierto el camino para pensar en la criminología mediática de una forma más compleja. Para ello es necesario matizar cualquier determinismo teórico, pero esto tiene unas exigencias de mayor nivel porque requiere una caracterización empírica y, adicionalmente, que el objeto de análisis guarde correspondencia con otras manifestaciones y fenómenos o teorías complementarias (como el populismo punitivo). Esto se ve con mayor notoriedad en el marco casuístico de la responsabilidad penal del menor, citado por Pozuelo. Quisiera destacar, como parte de esta aproximación al problema, la profunda relación con el elemento operativo que configuran las políticas criminales y de seguridad; si de algo se valen ambas es de la valoración y percepción del riesgo que se combate y el lugar desde el cual se producen las distintas valoraciones1. A propósito de esto, miremos la siguiente definición:

Para evaluar el grado de seguridad, será inexcusable en primer lugar considerar las características de la amenaza que debemos afrontar. También tendrán importancia los bienes o valores que deseemos o debamos asegurar o proteger contra el daño, peligro o riesgo ínsitos en la amenaza; la mayor o menor importancia que tales bienes o valores revisten para el posible agresor, ya sea para tomarlos para sí, o bien para despojarnos de ellos, y, como es obvio, las medidas que adoptemos, o las medidas que dispongamos, para repeler la agresión, para evitar que el daño se concrete. […] Como es obvio de la mayor o menor importancia que asignemos a los bienes y valores que deseemos proteger, también dependerá la intensidad y extensión de las medidas que adoptaremos para preservarlos, así como los medios con los que necesitaremos contar. (Ugarte, 2003, p. 32)

Al respecto, Portillo (2017) nos recuerda la afirmación de Foucault sobre la criminalidad, presentada como un fenómeno creciente desde 1830. Esto no ha sido probado de forma categórica, pero continúa copando la agenda política de cualquier ciudad y de sus habitantes, que asumen representaciones más complejas en la cotidianidad y que localizan la particularidad del fenómeno y sus relatividades. Sobre esto hay una línea en paralelo que desarrollar, teniendo en cuenta posibles puntos de encuentro para productivos análisis, a propósito de la construcción de imagen, imaginarios y otras representaciones en relación con lo espacial, como lo han trabajado Silva (2000), Avendaño (mayo de 2014) y Rivera Cusicanqui (2015). Estos autores convergen con debates sobre el desarrollo, estudios coloniales, subalternidad y los sujetos de estas configuraciones. Hasta el momento se han perfilado los elementos para la observación en un plano más amplio de la cuestión criminal, pero particularicemos el problema sobre el cual queremos trabajar y los retos que plantea, para así abrirnos paso al reconocimiento de posibles salidas o, por lo menos, rutas experimentales (Escobar, 2010).

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