Читать книгу Medios, redes sociales, cine, control social y penal - Carlos Ariel Bautista González - Страница 18
Los medios y la tecnología
ОглавлениеA propósito del reconocimiento de un estado del arte, y por ende de las distintas aproximaciones metodológicas, es importante hacer énfasis en elementos de fundamental consideración a partir de los planteamientos tratados, pero es necesario tratar también aquellos que no han sido desarrollados. En este sentido, es de especial interés la relación que guardan los medios de comunicación con el desarrollo del pensamiento, criterio fundamental para la criminología y su relación política jurídica, desde su relación con ciertos avances tecnológicos. Un recuento histórico de la cuestión nos dice que, previo a la mitad del siglo XV, las formas de difusión del conocimiento, en buena parte metafísico, se hacía mediante viejas formas como la tradición oral y los manuscritos. Esto fue revolucionado por la invención de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, relegando la transcripción de textos como método de reproducción de la información erudita, hasta ahora consignada en voluminosos tomos que monjes amanuenses reeditaban, tras meses de copia, usando solamente tinta, pluma y luz de velas.
La trascripción era, por mucho, dispendiosa y onerosa. Esto restringía la circulación y difusión de estos conocimientos a monasterios y sectores con la capacidad económica de contratar dichos conocimientos. Con la imprenta, como parte del proceso histórico que ahora llamamos modernidad, la reproducción (y por tanto la difusión) de textos se multiplicó de forma crítica (Buringh y Van Zanden, 2009).
Si bien este proceso describe por su origen a Europa, procesos como la colonización popularizaron paulatinamente el uso de esta herramienta. Así como otras que le sucedieron, esta ha permitido acceder a la información de una manera más rápida, a costos menores y alcanzando a un mayor rango de población. Los impresos se convirtieron en elementos de la cotidianidad; claro está, condicionados por las capacidades de interpretación, demanda y circulación de esta información. En principio, la reproducción de información no fue un problema en el sentido técnico, sino de difusión a sus respectivos públicos. Así lo demostró la censura impuesta por los Estados y la Iglesia a los contenidos de estos textos, mediante el Index librorum prohibitorum (Briggs y Burke, 2002, pp. 57-62), por su carácter inmoral o peligroso.
No es nuevo el interés que como especie social tenemos por comunicarnos; menos aún el de intentar controlar este proceso cuando acarrea la difusión de valoraciones negativas. Sin embargo, en las grietas de la historia moderna y sus flujos, asumieron protagonismo distintos intelectuales que depositarían sus ideas en textos reproducidos por las prensas y resultaron acogidos por la demanda de las clases sociales políticas y económicas, engendradas en espacios como cortes y ciudades. Allí, comerciantes e ilustrados darán forma especial al entendimiento y uso de la información: más allá de un interés moral en los contenidos, estar informado se hace una necesidad del sujeto moderno que conoce del mundo y busca dominarlo a través del objeto (Fusi, 2013).
Entonces, la prensa escrita combinará las mejores capacidades comunicativas debido a las ventajas técnicas y la demanda social de información cualificada. Esto será instrumentalizado por sectores antagonistas, como Gobiernos, partidos políticos y librepensadores, quienes tendrán textos periódicos en los que sus agendas y discursos serían visibles y públicos. Este proceso de circulación de información, discurso y conocimiento se abrió paso entre revoluciones sociales, políticas y energéticas, cruzando por mimeógrafos, telégrafos y las rotativas durante el siglo XIX. Lo anterior hizo de la prensa una herramienta de sectores político-económicos que comprendieran el valor de la información, en relación con su difusión e influencia, para la construcción de una relación entre sus lectores y la realidad.
Los medios de comunicación se afianzaron como un sector económico y de poder en la sociedad contemporánea, que los acogería como parte del entorno al lograr la masividad mediante las capacidades industriales de producción y al multiplicarse por distintos canales. Esto se logró gracias a invenciones en el campo audiovisual, el cine, las cintas magnetofónicas, el radio y la conjunción de las artes y técnicas en la televisión (Fusi, 2013). El acceso masivo a la información y otros agregados culturales, como el entretenimiento, instauraron nuevas formas de relación entre la sociedad y la realidad –incluso mediante la combinación de uno con el otro– (Horkheimer y Adorno, 2009).
Al compás de estas herramientas de la información, se han construido nuevas formas del lenguaje y la comunicación que conjugan la cultura popular con la de masas, el comercio con el consumo e incluso la necesidad con el deseo. Esto nos conduce de la presentación del mundo a su representación: la propaganda y publicidad de estas representaciones discursivas son orientadas por objetivos de distinto orden económico, político, etc. Si bien es preciso reconocer las bondades del alcance extensivo a buena parte de la sociedad, queda preguntarse por temas como la precisión, veracidad y pertenencia de la información que recibimos, teniendo en cuenta la existencia de actores sociales en constante pugna por la determinación de tales representaciones; pero, sobre todo, por las tendencias devenidas del vuelco más radical en la transmisión de información que arrancó recientemente, con el acceso público al internet desde finales del siglo XX. Hoy en día, aun cuando buena parte de la comunicación sigue funcionando de persona a persona, podemos conocer por distintas plataformas tecnológicas y de comunicación (redes sociales) lo que sucede al otro lado del mundo, con diferencias de tiempo infinitesimales (virtualmente en tiempo real): basta con tener un dispositivo y acceso a internet (Finnemann, 2011).
Para sentar las bases y matizar la discusión que nos pone de presente la cuarta revolución industrial (4IR), denominada así por Klaus Schwab, tengamos en cuenta cifras y fenómenos en distintas dimensiones que atraviesan el dilema mediático. Por ejemplo, se estima que el número global de usuarios de teléfonos celulares superó los 5000 millones a mediados del año 2017 (Phys, 27 de febrero de 2017). Asimismo, se estima que 3028 millones de personas –cerca del 40 % de la población mundial– son usuarios activos de redes sociales (El Tiempo, 8 de agosto de 2017). Todas estas interacciones y flujos producen diariamente 2,5 quintillones (1030) de bytes de información, según datos de IBM (Livevault, 27 de octubre de 2015). También tenemos particularidades locales que hay que valorar: por ejemplo, según el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones de Colombia, si bien se siguen usando medios como la prensa, la televisión y la radio para efectos de consultar noticias, el incremento de participación del internet en este campo ha sido significativo, como lo reporta el portal de estadística de esta cartera (Mintic, 2017). Todo esto, sin considerar la segmentación existente por datos demográficos (Portafolio, 4 de enero de 2017).
Es un fenómeno complejo sin duda, tanto por sus cifras como por sus volúmenes. Están revolucionando las formas de investigar en todos los campos, a la par que está estructurando una serie de comportamientos sociales, políticos y económicos que precisan mirarse a fondo. Por supuesto, hay que matizar su impacto. Enunciamos unas cuantas muestras como la huella digital, las inteligencias artificiales (IA), bubble filters, bots y criptomonedas; todo esto se puede poner en relación con conductas criminales y posibilidades de híper vigilancia. Es un entrelazamiento más intrincado de los actores y sus comportamientos que establece nuevos retos como sociedad, sin desconocer las estructuras clásicas sobre las cuales se sustenta y su progresiva evolución (Santos, 2003).
Asimilar este panorama implica reconocer otras líneas de avance que armonizan más con otros campos de estudio y, por ende, encontrarían su punto de encuentro en lo metodológico. Por ello es necesario aproximarse a las especificidades que convergen o divergen, según el tratamiento que se ha venido dando, para perfilar un buen uso de las herramientas que cada campo puede proveer y así robustecer el análisis (Harris, 2004).