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¿Empresa, comunidad, familia?
Оглавление«Había una necesidad de encasillar a Arbusta, de definir si era una organización social o una empresa. Para colmo, en el medio, afloraba una marea de conceptos como empresa social, innovación de impacto, empresas B, triple impacto. Y, como vivimos en un mundo más económico que social, nos sentíamos forzados a hacer algo para que nos entendiera el mercado. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que tratar de encuadrarnos en las categorías existentes era una trampa conceptual que no permitía definir una identidad. Entonces dijimos: “¡Basta!” y nos abocamos a encontrar la manera de rescatar los beneficios, de hacer empresa de otra forma. Por eso, ahora decimos: “Yo te cuento lo que hacemos, lo que nos pasa, y luego, vos decidí dónde preferís encuadrarnos. Porque, en definitiva, somos un lugar de encuentro donde se integra todo y, al mismo tiempo, se sale de todo. No somos un puente entre mundos complejos, sino un lugar de encuentro basado en la simpleza. La idea, más que ser puente, es ser un camino”», comienzan a definir los fundadores.
Alberto Kidu Willi, profesor e investigador del IAE, la escuela de negocios de la Universidad Austral, es un intelectual cercano a los fundadores con quien intercambian reflexiones. Es el propio Willi quien recuerda las primeras de ellas: «Recién se comenzaba a incorporar al vocabulario conceptos como “empresa social”, empezaban a asomar cosas que veía en las conferencias del exterior. En ese marco, conversábamos sobre Arbusta, que empezaba como una idea, como un planteo de cómo salir de ese concepto de empresa social para crear algo superador. Siempre fui escuchando lo que ellos iban planteando y reflexionando, vi cómo iban creciendo y, hace tres o cuatro años, empezamos a pensar más conceptualmente qué era Arbusta, es decir, en definitiva, qué eran ellos».
«Siempre me gustó conversar con ellos porque tienen una mirada de impacto social y ambiental, pero desde el negocio. De hecho, preferían que fuese una sociedad de responsabilidad limitada (SRL) o una sociedad anónima (SA) hasta que hubiera una forma jurídica que los representara. Siempre decían: “Prefiero ser empresa porque mi forma jurídica habla un montón de mí”. No querían que los encasillaran para tener los beneficios que puede tener el mundo de las ONG. Quieren mostrar su modelo al mundo, quieren demostrar que esto es posible y qué se puede hacer desde una empresa como Arbusta. Ojalá se avance con una ley que arme una forma jurídica que se ajuste a lo que podría ser una empresa social, pero todavía hay que ajustarse a las formas jurídicas que representan a las lógicas viejas», analiza Willi. Eso nos da pie, entonces, para enumerar los diversos formatos que pueden asumir organizaciones con fines de lucro que contemplan al impacto social en el corazón de su estructura.
A diferencia de las empresas tradicionales, las cooperativas son gestionadas por sus propios asociados, que unen sus esfuerzos y su trabajo para lograr objetivos comunes, vinculados con hacer frente a sus necesidades y aspiraciones. Se trata de una empresa de propiedad conjunta y democráticamente gestionada por sus integrantes. Existen distintos tipos de cooperativas, aunque las más extendidas en las últimas décadas en la Argentina son las cooperativas de trabajo, que tienen por objeto proporcionar empleo a sus socios a través de la producción de bienes o servicios destinados a terceros. Un claro exponente de este universo son las empresas recuperadas a manos de sus trabajadores, un modelo consolidado tras la crisis económica, social y política desatada a fines de 2001.
Otro modelo de organización empresarial es el de las llamadas «empresas sociales», en las que la transformación social o ambiental que la empresa busca está internalizada en el modelo de negocio. Cuando operan, entonces, procuran impactar de manera positiva desde el punto de vista social y ambiental. También se las denomina empresas de «triple impacto» (por el aspecto económico, el comunitario y el ambiental), aunque, en los últimos años, creció la tendencia a identificarlas, además, con un enfoque más humano. Por lo general, en este formato, las utilidades no son distribuidas entre sus dueños, sino que son reinvertidas.
Una de las formas hacia las que evolucionó este tipo de compañías es la de las denominadas «Empresas B», regidas por una serie de parámetros que miden el impacto económico, social y ambiental del negocio y el propio desempeño, como llave para acceder a una certificación. Se trata de un desarrollo de la ONG estadounidense B Lab que, en 2006, creó una herramienta de evaluación para determinar si una empresa se ajusta o no a los parámetros de las benefit corporations. Este sistema llegó a América Latina en 2012. Una de las características de las empresas con certificación B es que, en sus mismos estatutos, incorporan como objetivo al impacto social.
En el campo de esta «otra» economía, también se desarrollan las llamadas «finanzas éticas», que, justamente, procuran incorporar valores éticos a la gestión de las finanzas, a diferencia de las tradicionales, que buscan la maximización de las ganancias. Se trata, por ende, de un modelo opuesto al especulativo. Dentro de este esquema, las finanzas éticas toman en cuenta las características, y los compromisos sociales y ambientales de quienes dan y quienes reciben el dinero, como así también ponen foco en cuál es el origen de esos fondos y qué destino se les dará. En general, entonces, tienden a fortalecer y a apoyar modelos de empresas alternativos e híbridos, o iniciativas de la economía social y solidaria. Una entidad financiera enmarcada en este concepto informa a sus inversores sobre la trazabilidad de las inversiones para garantizar que no sean aplicadas a negocios ilegales, o de consecuencias sociales y ambientales negativas.
Alberto Willi reaparece para explicar los diversos formatos que podría adoptar Arbusta: «Acá, en la Argentina, la economía social se expresa generalmente en cooperativas autosustentables y microemprendedores. Y los marcos que se proponen, como la Ley BIC7, son formas jurídicas distintas y particulares, que están más cerca de lo que promueve Sistema B. Si querés hacer un cambio radical profundo, el Sistema B te queda corto. Culturalmente suma. Pero creo que en la actualidad hay dos entradas al tema: una es el fenómeno de transformar negocios para que tengan triple impacto, es decir, empresas clásicas a las que tenés que reconvertir. El sistema B busca reconvertir lo que ya existe (...)».
Y continúa: «Pero, además, hay otro mundo de social innovation, de empresas sociales, como sería Arbusta, que lo que quieren es empezar de cero con un modelo nuevo. El fenómeno que atacan es el mismo, pero son caminos distintos. El Sistema B está intentando ser de fondo, pero llega hasta el medio. Arbusta arranca arriba. Arbusta es de las pocas que logró tener una escala seria y realmente armó un modelo de negocios que le permite crecer. Arbusta tiene escala, tiene un equipo directivo que crece, y crece. Tiene más de 300 empleados en relación de dependencia y decenas de clientes que no contratarían a la típica empresa social. Arbusta tiene un modelo de negocios comprobadamente eficiente. Es un modelo de negocios que funciona y, por eso, la contratan. Arbusta se metió en el mercado a competir de igual a igual, con cualquiera, porque compite con un modelo innovador. Esa es la gran diferencia con otros esquemas de la economía social», ilustra Willi para dar una idea de lo complejo que resulta dotar de identidad legal y simbólica a un nuevo paradigma de negocio.
María Esquivel8 complementa a Willi y pone el foco en por qué para Arbusta no es relevante una certificación de este tipo: «Primero, porque no necesita reconvertir o demostrar nada; su impacto está intrínseco y es coherente con su modelo de negocio. Arbusta nace para develar ese talento no mirado, a través del trabajo. Segundo, porque la industria donde opera Arbusta no lo percibe como un valor: las empresas que son clientes nuestras nos eligen por la calidad del servicio que damos y, para demostrar eso, una certificación ISO9001, como la que tenemos, nos sirve más que una certificación de B-corp».
Para complejizar aún más, desde Medellín, Esteban Uribe profundiza las contradicciones: «El término “empresa” se ha corrompido un poquito porque responde a cualquier proyecto que se tenga para cualquier fin, sea individual o colectivo, donde, al fin y al cabo, el desarrollo económico habitualmente solo se enfoca en el tema comercial». Por eso, destaca que, en el caso de Arbusta, se hace «muy de la mano de buscar a esas personas que no están en el sistema», lo cual marca una gran diferencia. «Al final, estamos cumpliendo una función que debería estar haciendo el Estado, que es la parte de hacer cosas que no hacen las empresas. Hay empresas, como los call centers, que contratan el mismo perfil de jóvenes que Arbusta, pero se olvidan del componente humano, de lo social, y los salarios son bajos. Nosotros estamos con una mirada hacia otro lado, a lograr que los salarios sean competitivos y que las personas puedan desarrollarse y trabajar en posiciones altas. Si bien la Constitución Nacional garantiza el derecho al trabajo, los Estados no llegan a dar soluciones concretas como las que, por ejemplo, nosotros damos».
Las palabras de Chris Anderson9 pueden servir como una de las descripciones de Arbusta, escapando al formato empresa y adentrándose en un espacio más cercano al sentido de comunidad: «En este punto hay una dependencia fundamental del ADN. ¿Eres primariamente una comunidad o eres primariamente una compañía? La razón por la que tienes que preguntarte esto es porque, antes o después, las dos entrarán en conflicto. Nosotros [por DIY Drones] somos primariamente una comunidad. Todos los días tomamos decisiones que perjudican a la compañía y benefician a la comunidad».
Este enfoque aplica perfectamente a Arbusta, tanto en su sentir interno como en su actuar. Es Noelia Rivera10 la que define a la empresa desde una óptica de comunidad cuando afirma que Arbusta es sinónimo de «desafíos constantes», de «compañerismo» y de «escucha activa». «Rompemos con todos los esquemas de lo que es una empresa tradicional; nosotros hacemos a la inversa», define. Por ejemplo, cuando abre sus puertas a nuevos jóvenes, Arbusta busca «personas que representen más grandes desafíos para nosotros, personas que tengan menos posibilidades en el mercado laboral tradicional». «Acá, realmente, se generan oportunidades de trabajo», afirma.
También, Noelia, que pasó por experiencias de trabajo en empresas y en ONG, ve en Arbusta características propias de un mundo y del otro que confluyen en su identidad. «Como organización, tiene eso del acompañamiento, donde todos somos partícipes de los proyectos; como empresa, tiene servicios de calidad, con la fortaleza de que son desarrollados por centennials», sostiene.
En esto de que Arbusta va a contramano del camino habitual de una empresa tradicional, Noelia es muy concreta: «Me gusta de Arbusta que, por ser mujer, tenés más posibilidades y más te bancan, incluso aún más si sos madre. Eso es lo que más me gustaba de Arbusta cuando arranqué; me cerraba por todos lados», recuerda.
Además, señala que algo de esto intuyó en su charla personal previa al ingreso: «Me llamó poderosamente la atención el perfil de la persona que me entrevistó, que no me generó miedo sino todo lo contrario: me dio mucha seguridad». Otro de los aspectos por los cuales, desde el vamos, Arbusta tocó el corazón de Noelia fue ver que —cuenta— «un cierto grupo de personas que pertenece a una cierta clase social estaba mirando a personas de otra clase social, con necesidades que no tienen nada que ver con las suyas, y ahí estaban, dando una oportunidad». «Eso es lo que me gustaba y lo que más me llamó la atención en primera instancia, y eso es lo que me sigue gustando de Arbusta», completa.
Para potenciar el talento hay que generar las condiciones para que las personas sean. Arbusta, mientras este libro ve la luz, tiene que iluminar la vida de más de 300 personas que eligen trabajar en la empresa. Si a ellas se le suman las 160 personas que integraron la organización y hoy desparraman su talento en otros lugares, son casi 500 las que formaron y forman parte de esta experiencia de vida llamada Comunidad Arbusta.
Por lo tanto, resulta obvio que, en estos años, se hayan acumulado muchísimas historias que dejaron un sinnúmero de aprendizajes y vivencias que, en definitiva, no solo son asimiladas para mejorar como organización, sino que son las que dan identidad a esta comunidad.
En conversaciones entre jóvenes arbusters brotan las descripciones:
«Para mí, venir a Arbusta es como venir al club con amigos. Es como una familia».
«Es una empresa barra comunidad. No lo veo como algo pesado, pocas personas hablan bien de su trabajo, como que amás lo que hacés. Festejamos cosas, armamos actividades afuera, nos juntamos. No es que cada uno está en su mundo, no hay una jerarquía, todos somos todo».
«Arbusta forma parte de mis días. Muchos analistas se cansan. Yo fui analista pero no por un largo período, por eso comprendo lo que es ese cansancio. Lo que yo hago (como team leader) es más variado. Arbusta completa todo mi día. Llegás a hacer amigos; eso se genera».
«Arbusta es progreso tanto personal como profesional».
Diana Robles11 y Gonzalo Rodríguez12 mantuvieron este diálogo en la fiesta organizada por Arbusta como cierre del 2017. En este, ambos amplían el concepto de empresa y comunidad al de familia. Al principio, Diana es muy sintética: «Yo les diría, les digo y siempre les diré que Arbusta es el lugar que me dio un lugar, que me dio una voz, me dio herramientas, me dio amistades, me dio la posibilidad de ser mejor, de aprender».
En cambio, Gonzalo se explaya: «Arbusta es capacidad de superación, es oportunidad, es confianza, es el comienzo de algo grande, es poder hacer, es desarrollo y crecimiento. Empezó como un sueño, una idea. Combinar dos cosas que nunca habían sido combinadas: servicios tecnológicos y jóvenes de alto potencial que no tenían un lugar en el mercado». Diana, entonces, se suelta: «Al principio, en 2013, éramos solo tres personas, solo había un proyecto y, los demás, nos capacitábamos. Luego, ingresó un gran proyecto y los tres empezamos a trabajar codo a codo. Ese proyecto nos enseñó mucho, nos dio dolores de cabeza y nos unió como grupo. Después, se empezaron a cranear, expandir y hacer más grandes esas capacitaciones, tanto que llegamos a Buenos Aires».
Diana todavía recuerda detalles de cómo se fue construyendo lo que considera una familia: «En Buenos Aires empezaron primero a capacitarse; después, se fueron sumando a Arbusta. Sí, éramos pocos, pero ya éramos más que solo tres. Desde abajo y despacio, nos fuimos agrandando, y, de un día para el otro, éramos más de diez. Después, fuimos más de veinte y, hoy, más de cien. Somos una red de personas que, en un mismo espacio, aprenden a ser compañeras y, luego, terminan siendo amigas. Es un espacio que brinda lazos de compañerismo, liderazgo, permite ser lo que querés ser y siempre seguir tirando para adelante. Empezamos en lugares prestados, siendo nómades, conectándonos donde podíamos. Pisamos suelo santo y escuchábamos cantos religiosos, o llantos de bebés y los números del bingo13. Muchos de los primeros grupos se disolvieron y muchos se unieron creando nuevos grupos. Muchos compañeros, directivos, project managers se fueron, pero hicieron posible que hoy seamos lo que somos, dejaron un recuerdo y aportaron un granito de arena a lo que hoy es Arbusta. Un día, en un taller de capacitación de redes, nos pidieron que hiciéramos un proyecto. Junto con Gimena14, tomamos Arbusta y la mejoramos, soñamos. Casualmente, nuestro proyecto era que Arbusta llegara al mundo y, a los dos años, se estaba abriendo Arbusta en Medellín (Colombia). Éramos una pequeña semilla y, ahora, somos un árbol que da sus frutos, que sigue fortaleciéndose, y nutriéndonos de experiencias, siendo siempre capaces de enfrentar nuevos desafíos, nuevos retos y objetivos, creciendo en la sofisticación de nuestros servicios. Somos de lugares y realidades diferentes, tenemos diversidad de edades y demás, pero convivimos. Sí hay roces o, en algún momento, puede haber falta de comunicación, pero seguimos siendo uno. Arbusta no es solo un espacio donde ir a trabajar sino más bien una familia, con sus diferencias, donde cada uno tiene su lugar, y donde todos podemos ser y crecer en tiempos diferentes, pero siempre conectados y buscando la excelencia en lo que hacemos. Hoy creo que, para los que están desde el principio, es un sueño cumplido. Este momento de reunión entre Rosario y Buenos Aires se pedía desde hace mucho; se tardó en llegar pero se llegó y es una satisfacción poder vivirlo. Pasamos por tormentas y días soleados, y aún seguimos de pie, creciendo», remataba Diana conversando con Gonzalo, allá sobre el final del 2017.
«Una de las certezas de las que partimos como fundadores era nuestra convicción de que se podían unir piezas diferentes en un modelo de negocio que promoviera la transformación personal», señalan Paula, Federico y Emiliano.
Betiana Tetti15 explica, desde sus vivencias, el impacto que tienen el trabajo y la tecnología en el terreno de la economía social cuando se aúnan la eficiencia en el trabajo con la felicidad de los trabajadores: «Este año comencé teatro y taller literario y soy tremendamente feliz. Son disciplinas que, por miedo, nunca me había animado a realizar y, ahora, me complementan de una manera hermosa junto al trabajo. Ambas me dan herramientas para desenvolverme y ser una persona más completa. Me parece importante darle lugar también a las cosas que uno ama: una banda de música (en mi caso, Green Day) o saber sobre una persona que admire mucho (por ejemplo, Alfonsina Storni). Hay que explorar qué cosas te hacen feliz y darle para adelante con eso».
Betiana continúa su relato, ahora con foco en el ámbito laboral, enmarcada en un paradigma económico que dignifica más allá de la figura jurídica que asuma la empresa: «Para mí, el trabajo es dignidad. Ir a trabajar no solo significa cumplir con mis tareas y ya, sino que es más que eso: es compartir momentos con el otro, es asumir riesgos y desafíos. Es tomar decisiones. Es enfrentarse con cosas lindas y cosas que nos cuestan más. El trabajo es una parte muy importante de mi vida y, en este momento, estoy feliz de formar parte de Arbusta porque no solo hago lo que me gusta sino que, también, tengo un excelente ambiente laboral. Día a día, aprendo lecciones no solo técnicas sino también de vida, y eso no tiene precio. Disfruto mucho ir a trabajar y creo que es hermoso poder compartir ese sentimiento con los demás, porque siempre se escuchan risas y se comparten mates, más allá de cumplir con las labores diarias. Se genera empatía y compañerismo, y nadie es diferente ni superior. Eso me gusta muchísimo. Trabajando me di cuenta que me gusta liderar. Me gusta coordinar a las personas, ayudar a que cumplan sus metas, organizar y estar al tanto de todo lo que pasa. Es algo que años atrás no podía imaginarme, por mi timidez, porque era muy introvertida. Hoy en día, estoy cambiando y el trabajo me empuja y me ayuda a dar un enorme impulso hacia adelante en todos los aspectos de mi vida».
El testimonio de Laura Medina, hoy líder de Arbusta, conmueve por su potencia y, como tantos otros, también resulta inspirador. Todos los días, Laura viaja hacia el Abasto desde La Matanza, donde vive con su hija de 13 años, y despliega su talento en Arbusta. Cuando hace dos años se sumó al staff, no imaginaba el camino interno que sería capaz de recorrer y que, por cierto, apenas recién empieza: «Poder vencer las barreras internas y llevarlas al mundo exterior hace que cada día fortalezca mis habilidades, casi sin pensar en ello, casi sin poder entenderlo. Adquirí el conocimiento de crear grupos y tomé la palabra “desafío” ya no como un concepto vacío o de marketing, sino como un verdadero medio para superarme a mí misma y dejar los miedos de lado para convertirlos en aquello que podía superar. Mientras andaba, entonces, entendí de qué se trataba el término, y comprendí que se podía generar confianza, desarrollo y superación conteniendo manos vacías y llenándolas con la potencia de aquello que podía ir develando y conociendo de qué era capaz».
Y continúa: «”Liderar” para mí era algo impensado, pero en ese aprender haciendo me di cuenta que no estaba sola, que tenía un equipo y que lo miraba con mirada de un jardinero que cuida la naturaleza y sabe en qué momento agregar agua y enriquecer raíces para que puedan crecer fortalecidas, en grupos o en manadas. Y en esas manadas hay quienes te despejan el camino, quienes te hacer ver las piedras que aún no viste y quienes te marcan el camino. Aprender a aprender, cooperar, crear y transformar lo ya realizado, todo eso se consigue en equipo. Al final, no estuvo mal sentirme mal, toparme con obstáculos, tener miedo, esas sensaciones recurrentes que iban y venían. Pero un día me abracé a otros, encontré a mis pares iguales y un sentimiento de alivio me atravesó y me hizo sentir que mi ADN, que el modo de ser arbustos/arbusters es uno de los pilares, que nos cuidamos unos a otros, y que, en verdad, nunca habíamos estado solos sino que, sin saberlo quizás, siempre habíamos llevado en nosotros las palabras “creer” y “creer en mí” » .
Queda claro, entonces, que la figura jurídica que refleje la identidad de Arbusta todavía está por crearse. Y que, frente a esa ausencia de personería jurídica, Arbusta se construyó como una empresa que cobra identidad en la causa que la inspira, permitiendo que cada uno la vivencie a su manera, ya sea como empresa, como comunidad, como familia.
La mirada de la posibilidad
María Esquivel16 define a Arbusta desde una poética figura, «la mirada de la posibilidad», o desde la contundente capacidad «de ver poder donde otros ven fragilidad». En ambas definiciones conjuga vanguardia e interpelación. La vanguardia nace a partir de aquellos que, donde otros ven inviabilidad o vacío, estos perciben innovación o imaginan transformaciones. Para ejercer la interpelación es imprescindible pararse en el espacio del poder y no de la carencia, de la fragilidad o del temor. Es la interpelación la que crea nuevas posibilidades y es la vanguardia la que genera certezas.
Paula Cardenau también suma contundencia: «Arbusta nace de una postura muy ideológica, contundente y profunda de los fundadores de contribuir a que el sistema de a poco vaya modificando las reglas de juego, bajando las barreras invisibles, acercándose y conociéndose, multiplicando las oportunidades reales».
Los tres fundadores expresan sus ideas eligiendo las palabras que usan con refinada intención y astuta intencionalidad. Son pensamientos elaborados a partir de una cuidada selección del vocabulario. Piensan bien y se expresan mejor. Explican sus acciones porque saben que el verbo potencia el significado del sentido de sus actos. Es por eso que escoger las palabras adecuadas es en ellos un acto mayúsculo porque es lo que garantiza la consistencia entre sus medios y sus fines, la coherencia entre sus decires y sentires, y la integridad entre sus haceres y conciencias.
Los une a los fundadores de Arbusta la pasión por la retórica y la dialéctica, ese acto reflejo y reflexivo a la vez de, a cada momento, tener que poner a Arbusta en palabras orales o escritas, en palabras resumidas en un email o expandidas en un paper. Como si la única manera de asegurar que la mirada no se desvíe de la posibilidad fuera capturar cada vivencia en un glosario de la vida. Retórica que estudia la utilización de un lenguaje puesto al servicio de persuadir acerca de que otro modelo de producción —que no se base en la acumulación despiadadamente egoísta y selectivamente excluyente— es posible. Dialéctica para que el conjunto de razonamientos y argumentaciones, ordenados de determinada manera, den vida a una ideología.
Por eso, cuando Paula hace referencia a que Arbusta «nace de una postura muy ideológica» no lo hace desde la fachada de una pose, sino desde el cimiento de una posición, porque ella y cada arbuster —cada uno a su manera— saben que, de mantener vivas sus convicciones, depende que Arbusta siga siendo un estilo de vida. Esas convicciones son las improntas que convierten a Arbusta en una ideología, en una manera de organizar las ideas para alcanzar el bien común. En una «mirada de la posibilidad», al decir de María.