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¿Qué es Arbusta?
ОглавлениеFormalmente —y podríamos decir primariamente—, Arbusta es una empresa que brinda servicios de aseguramiento de calidad de software, datos e interacciones a grandes y medianas empresas en sus procesos de transformación digital. Arbusta se apalanca en el mundo de la tecnología para destrabar y habilitar el enorme potencial de jóvenes que el mercado no mira —producto de prejuicios de lo posible o imposible— para que, desde un trabajo —que muchas veces les significa un primer empleo formal— puedan proyectarse y tener un futuro posible. Justamente, lo que define el «modo de ser» de Arbusta es el hecho de que se nutre de ese talento como principal activo de la organización. En efecto, desde su mismo corazón afirman que el equipo directivo tiene como una de sus principales funciones asegurar ejecutivamente que lo que hace Arbusta sea lo que dice querer ser, ajustando el modelo de negocio todo lo que sea necesario para estar a la altura de sus sueños y desafíos.
En la actualidad, Arbusta está conformada por 303 personas (276 empleados part time y 27 full time) en la Argentina (Buenos Aires y Rosario), Colombia (Medellín) y Uruguay (Montevideo). El 94,72 % de su equipo está constituido por jóvenes centennials (el 63,70 %) y millennials (el 31,02 %) que, en el 91,01 % de los casos provienen de contextos socioeconómicos frágiles. Además, el 57 % son mujeres.
Arbusta desarrolla talento centennial y lo prepara para el futuro. El equipo es su activo más poderoso y diferenciador para entender y atender las necesidades de los clientes, y cree en el trabajo como un espacio que permite descubrir y desarrollar los talentos, encontrar el propio poder, y ampliar la libertad y la autonomía.
Sin embargo, haciendo un poco de historia, veremos que Arbusta nació en 2013 a partir de muchas reflexiones que giraban en torno a crear un modelo que pudiera hackear un sistema que no estaba funcionando para poder cambiar las reglas de juego desde nuevos paradigmas. Se trabajó y conversó durante muchos años con emprendedores que impulsaban el protagonismo de jóvenes de barrios populares a través de cursos y capacitaciones o microemprendimientos, pero que, finalmente, conformaban modelos que no escalaban, ya sea por miedo, prejuicios o desconocimiento. En todos los casos, el foco estaba puesto en el dictado de cursos, con la esperanza de que las empresas, luego, ofrecieran puestos de trabajo. Pero eso no se daba. O solo se daba en determinados rubros como los oficios que generalmente se buscan en esos barrios, tales como albañiles, plomeros, carpinteros.
Cuando transcurrían los vaivenes de esos debates, se dio una charla que marcó a fuego a quienes luego serían los tres fundadores de Arbusta: fue con un cartonero, un reciclador urbano. «¿Qué deben hacer mis hijos para no ser cartoneros como yo?», insistió en preguntar. A ese interrogante le siguieron nuevas conversaciones y, a esas conversaciones, le siguió una conclusión, una primera conclusión, que fue el descubrimiento de una necesidad del mercado, una suerte de revelación: había miles de puestos de trabajo para ciertos servicios y perfiles de personas que se encontraban vacantes, o que el mentado mercado no lograba cubrir.
Fue así como Paula, Emiliano y Federico decidieron armar la empresa, ofreciendo dos o tres de esos servicios para chequear si funcionaban, aportando recursos como tiempo, conocimiento, capital económico y social. Fue un proceso donde cada uno traía sus visiones sobre el sistema y se pensaba en cómo hacerlo distinto.
«Nos juntamos porque coincidimos en la necesidad de hacer una síntesis de los caminos que habíamos transitado de manera fragmentada. Cada uno tenía varias versiones de sí que necesitaban unirse en una ilusión, en una causa. Nos juntamos porque teníamos mucha confianza para acompañar o sentirnos acompañados, tanto para encarar la prestación de un servicio tecnológico a empresas de primera línea como para resolver temas personales, cosas que uno tiene adentro. Le dedicamos mucho tiempo a entender cómo todo esto podía confluir y potenciarse. Veníamos con experiencias previas que nos habían generado aprendizajes y, también, desafíos y responsabilidades», cuentan.
«Una de las ponderaciones que más nos llegó fue la de alguien que, una vez, nos dijo que lo que valoraba de nosotros era que cada uno, desde su propia mirada, saber y trayectoria (adquirida en los ámbitos de la tecnología, la empresa y el sector social) había buscado generar algo nuevo. Y lo que pudo haber sido un planteo meramente romántico, se convirtió en poderoso: estar los tres muy alineados, sin perder la mirada propia y desarrollar la capacidad de tensionarla. Justamente, tensionar nuestras miradas permitió generar un nuevo escenario. Tener la flexibilidad para reconfigurar la propia mirada en función de la perspectiva del otro nos dio confianza y libertad, algo que no ocurre frecuentemente porque, por lo general, se termina proyectando lo mezquino y eso mata lo nuevo. En muchos casos, los emprendimientos fracasan no por falta de recursos sino por exceso de egos».
«Vimos y vivimos muchas cosas, muchos fracasos. Aprendimos que, cuando algo no funciona en el plano social, el sistema se resetea y, al tiempo, vuelve a hacer lo mismo, ya sea porque empieza un nuevo gobierno o porque aparece una nueva ONG en el escenario. Frente a ese contexto, intuíamos que, una vez más, lo que proponían nuevos actores no iba a funcionar porque ya lo habíamos vivido. Eso nos motivó a experimentar con algo distinto».
«La primera validación que nos indicó que íbamos por buen camino fue un cliente que nos dijo que le había servido lo que hicimos. Del otro lado, lo escuchaba el pibe que lo había hecho por primera vez, y eso lo empoderó a él y nos empoderó a nosotros. Así, fuimos ampliando y complejizando los servicios. Nosotros sabíamos que los servicios funcionan cuando se presta efectivamente ese servicio. Porque, cuando vos te la creíste, otros te creen. De eso no teníamos duda».
Mariano Sciutto, un gran conocedor del mercado TI y del outsourcing, colaboró con Arbusta desde los inicios, tanto definiendo temas relacionados con operaciones como con el área comercial. Y así recuerda los primeros pasos: «Desde un inicio asegurábamos que el conocimiento siempre fluyera y no quedara estanco en una sola persona. Para eso trabajamos en equipos que llamamos “células”. Esto nos sacaba del modelo tradicional del mundo tecnológico que generalmente ofrece “personas” para establecer un modelo donde nosotros aseguráramos un pack de horas mensuales de servicio a ser brindado por una célula de trabajo. Era un modelo diferente, lo probamos y empezó a funcionar. Salimos a buscar contactos comerciales en las locaciones donde estábamos. Clientes que nos fueron dando experiencia y nuestro propio sustento, la posibilidad de sostener el negocio con nuestro propio ingreso y no necesitar el continuo aporte económico de Njambre. Un punto de inflexión importante fue la llegada de una empresa muy grande como MercadoLibre a nuestra cartera de clientes. Tenía un proyecto muy importante: construir un catálogo de productos. Nos permitió armar un equipo de más de 100 personas trabajando y empezar a mirar a Arbusta no por sites o por regiones, sino empezar a analizarla desde el delivery, desde la capacidad necesaria para ese delivery, logrando el mejor blend de equipos. Esa oportunidad nos permitió empezar a crecer nuevamente, dar otro salto y llegar a clientes de otro porte y comenzar a tomar proyectos con mayor cantidad de horas mensuales, como por ejemplo Disney, quienes entendían que el modelo estaba probado y que Arbusta era ya una empresa que podía darles esos servicios de testing de software y de calidad de datos».
Arbusta está basada en la fuerza de la posibilidad y en el enorme potencial de millones de jóvenes en el mundo que no están siendo mirados. En América Latina hay 22 millones (el 75 % son mujeres) que no estudian ni trabajan, y que buscan oportunidades. Esto funciona como una motivación para tratar de convertir la tecnología en una herramienta para darle visibilidad a esa inmensa cantidad de jóvenes, y permitir que, así, se conecten con su potencial y sean ellos mismos los que lo puedan contar al mundo, no ya como una anécdota acotada del presente, sino como un escenario de cambio sistémico hacia el futuro. Cada vez que ellos prestan un servicio tecnológico de excelencia, se crean las condiciones para que el sistema cambie.