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La inflación

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Quique, si hoy pones 2 euros en tu hucha y mañana otros 2 euros, pasado mañana tendrás 4 euros, exactamente el doble de dinero. Estamos de acuerdo, ¿no? —le pregunté al día siguiente nada más verle.

Claro.

Pues no, esto es así en matemáticas, pero en la vida real, y después de un tiempo, las sumas con el dinero no funcionan de este modo, y ello es debido a la inflación. Te lo explicaré con un ejemplo sencillo: hoy puedes comprar 5 kilos de patatas por 4 euros, pero imaginemos que dentro de cinco años las patatas están a 1 euro el kilo (5 kilos, pues, te costarán 5 euros). Si tu dinero no se ha revalorizado al nivel de la inflación, el día de mañana podrás comprar solo 4 kilos con tus ahorros, en lugar de los 5 kilos de hoy. ¿Ves? Has perdido poder adquisitivo con el paso del tiempo.


Continué explicándole que, además, la inflación no es igual para todos, ya que cada familia, incluso cada miembro de una familia, tiene diferentes hábitos de consumo o cestas de la compra distintas. Un buen ejemplo de cómo nos afecta la inflación según nuestros hábitos es el del transporte. Quique vive a escasas calles del trabajo y llega a la oficina en bicicleta; mi hijo, sin embargo, va en tren de cercanías, dado que vive en las afueras de la ciudad; y yo, que vivo a medi0 camino, voy en moto o en taxi mientras pienso, entre semáforo y semáforo, en cómo evitar los efectos de la inflación en mis ahorros y en los de Quique. Así pues, si suben los billetes de tren, esto no nos afectará ni a Quique ni a mí; en cambio, si sube el petróleo, ello me afectará más a mí que a Quique o a mi hijo.

Con todo, la inflación existe para todos; se evidencia cada vez que vamos a tiendas de electrodomésticos, a la gasolinera o al bar de la esquina a tomar un café, al supermercado o cuando vamos de vacaciones.

Puede parecer complicado visualizar este concepto, pero basta con echar la vista atrás para comprobar que hace aproximadamente veinticinco años con 10 euros —o su equivalente en pesetas— se podía llenar un carro del supermercado hasta los topes. Hoy, por el contrario, con esos mismos 10 euros ni siquiera llenaríamos una bolsa de plástico de ese mismo comercio.

Quise recapitular algunos conceptos para asegurarme de que Quique los asimilaba bien porque tanto a él como a todos nos conviene saber lo siguiente:

• La inflación es una realidad.

• Cada ciudadano, cada familia, tiene una inflación distinta.

• Esas diferentes inflaciones poco tienen que ver con lo que cada 31 de diciembre determina el Instituto Nacional de Estadística, que, ocasionalmente, a la hora de realizar su cálculo, introduce en su cesta oficial determinados artículos, bienes o servicios para bajar teóricamente y de un modo artificial el precio real de la cesta del español medio.

• La inflación, sobre esta base, puede considerarse como un impuesto, invisible pero real, que recae sobre nuestros ahorros, como el IVA u otros tantos.

Entonces me lo gasto todo ahora —contestó Quique, decidido—. En cuanto tenga algo de dinero me compro un coche, incluso ropa, lo que sea antes de que esa maldita inflación se quede con mi poder adquisitivo.

Creo que me olvidé de comentarte una cosa —le contesté mientras intentaba reprimir mi emoción por escucharle decir «poder adquisitivo»—: la inflación, en su justa medida, no es mala. Y, además, dos más dos también pueden ser cinco, e incluso seis...

Me alejé divertido con mis periódicos bajo el brazo disfrutando como un niño pequeño de la intriga que podía entrever en la mirada de Quique. Dejarlo desconcertado un buen rato se estaba convirtiendo en mi diversión matutina, algo que no hacía para provocarle un sufrimiento gratuito, sino para atraer su atención... Lo último que se me hubiera pasado por la cabeza es que sería él quien me dejaría a mí con la boca abierta días después.

En finanzas dos más dos pueden ser cinco. E incluso diez. ¡Pero también podrían ser tres! La economía financiera es el arte de ganar a las matemáticas la mayor cantidad de unidades posibles.

Enriquéceme despacio, que tengo prisa

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