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Los impuestos: el otro «erosionador» más visible

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En 1978 se implantó en España una nueva fiscalidad. Desde entonces los impuestos sobre el ahorro han experimentado innumerables modificaciones, más frecuentemente al alza que a la baja.

Ahora bien, no solo los tipos impositivos han subido desde entonces, ya que el llamado «coeficiente de actualización monetaria», que para favorecer el ahorro hacía que los impuestos sobre las plusvalías generadas por el ahorro fueran disminuyendo a medida que pasaba el tiempo desde el momento de su inversión —es decir, cuanto más tiempo, menos impuestos sobre las plusvalías—, también se suprimió.

Estas modificaciones en la legislación de la fiscalidad, añadidas a la supresión del coeficiente de actualización monetaria, han motivado que los cambios constantes en la tributación del ahorro sean un auténtico desastre. El ahorro requiere planificación a largo plazo, por lo que los constantes cambios son muy negativos para los ciudadanos. En definitiva, nos aqueja una verdadera inseguridad jurídico-tributaria.

A finales de los años ochenta se implantó en España una nueva ley de planes de pensiones privados que ofrecía ciertas ventajas fiscales; una de ellas era la reducción de un 40 % de la fiscalidad cuando, al llegar a la jubilación, necesitabas disponer de ese dinero que habías ahorrado. Sin embargo, pocos años más tarde esta ventaja también se suprimió...

En definitiva, desde los años ochenta la presión fiscal del ahorro, tanto a corto como a largo plazo, no ha hecho más que incrementarse.

Pero, quizás, el impuesto más confiscatorio ha resultado ser el impuesto sobre el patrimonio, que pasamos a comentar en el apartado siguiente.

Enriquéceme despacio, que tengo prisa

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