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Conociendo a Quique

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Señor Tusquets, no sé para qué quiere usted leer todo eso, si solo traen malas noticias.

Eran poco antes de las nueve de la mañana y acababa de llegar a la sede del Banco Mediolanum, que actualmente presido y fundé en 1983 con el nombre de Fibanc, y Quique, el joven colaborador de recepción de los servicios centrales, me tendió los periódicos como cada mañana.

Tienes razón, pero si sabes prestar atención a lo esencial de lo que cuentan, pueden darte grandes ideas —le respondí con un guiño—. Incluso pueden hacerte rico.

¿Me está diciendo que leyendo periódicos puedo ganar dinero? —preguntó con gesto descreído.

No. Digo sí. Digo... no. Rotundamente no. —Diversas ideas que yo consideraba obvias se me agolpaban en la cabeza y era incapaz de dar una respuesta rápida y concluyente a Quique, que me miraba desconcertado.

Si la economía es simple, ¿por qué me resultaba tan difícil explicarle para qué leo los periódicos? ¿Cómo es que no puedo decirle de forma sencilla lo que sucederá con su dinero si no empieza a ahorrar a conciencia y ya?

Tal vez él había hecho el comentario sobre los periódicos como quien dice «Parece que va a llover», pero el caso es que Quique tiene la edad de uno de mis hijos y sentí la responsabilidad de transmitirle algo útil.

Te prometo que te lo voy a explicar... —le dije—, pero antes necesito un café.

Subí a mi despacho dándole vueltas en la cabeza a nuestra breve conversación y, ya en mi escritorio, me aflojé la corbata y tomé la decisión de hacer cada mañana un intercambio con Quique: él me entregaría a mí los periódicos, y yo a él, ideas básicas y sencillas de economía y finanzas; ideas o nociones que, por alguna razón, se tornan más difíciles de explicar y de entender si no se dispone de tiempo para asimilarlas, como bien sé por experiencia.

Pero si yo lograba explicarme y hacerle comprender algunos conceptos cada mañana, poco a poco, con algo de suerte, conseguiría que aquel chico estuviera preparado para actuar y disponer de su dinero mucho mejor que otras personas de su edad. Y, desde luego, sin duda antes de llegar a la mía.

Enriquéceme despacio, que tengo prisa

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