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La buena inflación

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A media mañana bajé a tomarme un café y me compadecí de Quique.

Todos los excesos son malos —le revelé—. En el caso de la inflación, si fuera alta y desmedida, la gente se gastaría todo su dinero en cuanto le ingresaran la nómina a comienzos de mes, antes de que perdiera su valor, lo que provocaría un marco inestable para la economía. No se trata de suposiciones basadas en un caso de laboratorio, esto sucede y ha sucedido en innumerables ocasiones en varios países que han sufrido períodos de hiperinflación en los que los precios subían cada día de forma descontrolada.

»Por otro lado —continué—, si hubiera deflación, es decir, que los precios bajaran constantemente, la gente se esperaría más tiempo para hacer sus compras importantes e incluso sus inversiones, con lo que las empresas perderían su valor, cerrarían y surgirían también graves problemas, al igual que con la hiperinflación.

»Dicho esto, la inflación erosiona nuestros ahorros, pero es mejor que exista de forma moderada a que no exista. De igual manera piensan los Estados de todo el mundo, ya que la inflación ayuda a abaratar o a reducir el valor real de la deuda pública de cualquier país cuando hay que pagarla o amortizarla.

»Como ya dije, la inflación no deja de ser un“impuesto” que, además, crea un cierto efecto riqueza en los activos de las familias que ven, por ejemplo, cómo aumenta el valor de sus viviendas con el paso del tiempo. Así, esta idea de disponer de mayor patrimonio, “porque mi casa vale más”, anima a la gente a consumir más.

»Por lo tanto, podemos entender que a nadie, sean instituciones públicas o empresas privadas, le interesa que la inflación se erradique por completo. Se estima que una inflación en torno al 2 % anual es ideal para mantener una economía saludable.

Enriquéceme despacio, que tengo prisa

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