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El terapeuta

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Una de las características que hace que nuestra función laboral sea tan apasionante radica en que ninguna consulta ni consultante es igual a otro; para cada uno de ellos necesitamos innovar, crear, implementar nuevas estrategias y recursos, desestructurarnos a nosotros mismos y reconstruirnos con nuevas herramientas e incorporar aportes de otras disciplinas y/o terapeutas que complementen nuestro trabajo, pues éste no termina en los límites espaciotemporales de la consulta propiamente dicha, sino que va mucho más allá. En este sentido resulta enriquecedor para los terapeutas que tomemos a cada consultante como una nueva oportunidad para estudiar en base a la experiencia, actualizar y profundizar nuestros conocimientos y mejorar como profesionales.

Para los terapeutas, entonces, el proceso terapéutico debería ser tomado como una investigación que consta de diversas etapas, fases o momentos, y no comienza con la primera consulta, sino que inicia desde el primer contacto: la solicitud de consulta. Antes de conocerse personalmente consultante y terapeuta, quien solicita la ayuda (muchas veces no lo hace el propio consultante) y la forma en que es solicitada, ya son elementos claves a tener en cuenta por el terapeuta. Lo que parece un simple hecho, como llamar por teléfono o enviar un mensaje para pedir una cita, comporta una infinidad de situaciones previas que no debemos dejar de considerar. En general, quien pide ayuda lo hace después de haber pasado por momentos muy dolorosos, quizás años, y ha llegado a un punto límite en el cual, además, logra reconocer en primer lugar que tiene un problema y luego que sus herramientas propias ya no son suficientes para hacerle frente a la situación que lo aflige; habiendo transitado esto, que ya es un gran paso, logra tener coraje para hacer ese primer llamado o enviar un mensaje. Por esto es importante que consideremos la solicitud de consulta como un pedido de ayuda y que, comprendiendo este trasfondo, seamos empáticos con nuestros consultantes desde este primer momento.

En Psicología solemos concebir al proceso terapéutico en tres grandes momentos, que incluyen diversas fases que serán abordadas en profundidad en el tercer capítulo de este libro, referido al aspecto propiamente metodológico de la terapia. Estos tres grandes momentos, que pueden extrapolarse a todas las terapias, son:

1 El momento de EVALUACIÓN, donde el objetivo principal es generar conexión con el consultante, conocerlo y entender sus motivos de consulta para establecer metas y objetivos terapéuticos específicos para ese consultante particular, según sus necesidades, deseos y posibilidades, y colocarlos en orden de prioridad, para poder comenzar a trabajar sobre ellos concretamente. En este momento también contextualizamos el proceso mediante el encuadre terapéutico, que debe ser acordado desde un inicio.Aquí elaboramos hipótesis presuntivas, explicativas de la situación que observamos que presenta el consultante, lo más objetivas posible, con los datos que él mismo nos va brindando y por supuesto en base a nuestros saberes y experiencias. Si la terapia que realizamos lo amerita, podemos exponerle al consultante las hipótesis acerca de lo que vamos percibiendo y descubriendo con el material que el consultante trae a consulta y las variables que vamos detectando, para ir contrastándola con su realidad psíquica, a la vez que ir despertando su autoconsciencia, notar sus resistencias y enseñarle a ‘pensar terapéuticamente’. De esta manera estamos evaluando la situación que se presenta en la consulta.En esta fase existen dos circunstancias particulares que es necesario tener en cuenta:Si el consultante es derivado por otro profesional, en la evaluación debemos tener en cuenta cómo ha sido aquel proceso, qué avances logró y por qué se ha terminado, así como también si existe un diagnóstico previo realizado por el otro profesional y cuál es. En esos casos la comunicación con el terapeuta anterior es necesaria a los fines de tener otra perspectiva profesional; solo no debemos dejarnos influenciar por su punto de vista, sino tomarlo como un dato significativo a tener en cuenta.Si el consultante es atendido dentro de un equipo de profesionales del cual formamos parte, es fundamental que los profesionales implicados en el tratamiento acuerden tres cuestiones: los criterios diagnósticos, los objetivos terapéuticos y los lineamientos generales de trabajo, para que todos los terapeutas implicados vayan en la misma dirección. De esta forma se podrá abordar el proceso de forma integral y potenciar los beneficios de cada terapia a la que concurre el consultante, generando resultados más efectivos.Existen terapias cuyo campo de acción es exclusivamente la aplicación de protocolos preestablecidos y técnicas estandarizadas, desde el inicio de la consulta, sin prestar la atención que merece el momento de la evaluación del consultante y su situación o entender sus estados emotivos (empatizar), y si bien las técnicas y protocolos son una parte sumamente importante del proceso, solo son una parte; constituyen un medio para un fin, no deberían ser un fin en sí mismos, pues la totalidad del proceso terapéutico es mucho más amplio, beneficioso y enriquecedor. En este sentido, para lograr resultados verdaderamente efectivos, profundos y duraderos, en primer lugar necesitamos conocer a nuestros consultantes, sus deseos y necesidades más profundas, y para eso es necesario establecer una relación de confianza y apertura y conexión con nuestro consultante, evaluando a cada uno según sus variables particulares y lograr que el consultante se comprometa y participe activamente en su proceso terapéutico. En palabras de Stella Maris Marusso, “La participación activa de una persona en su recuperación no es algo alternativo ni complementario, es vital”.Este primer gran momento del proceso, como todos, no tiene un tiempo estipulado, pues depende de todas las variables particulares de cada consultante, mencionadas al inicio de este capítulo. Las técnicas que se pueden ir proponiendo desde la primera consulta y que contribuyen al desarrollo del proceso deberían ser aquellas cuyos resultados sean perceptibles a corto plazo, para que el consultante vaya experimentando cambios a medida que el proceso se va desarrollando y logre así sostener su motivación. Por ejemplo, si un consultante llega con altos niveles de estrés y ansiedad (no patológicos), se pueden proponer técnicas de relajación, meditación y respiración que reducirán notablemente sus síntomas físicos y así será posible continuar con el desarrollo del proceso. En estos casos, en paralelo a la evaluación, el consultante va adquiriendo valiosas herramientas y comienza a percibir los primeros resultados de su trabajo personal.Después de este valioso primer momento podremos tener todos los elementos necesarios para diseñar, proponer y ejecutar estratégicamente los recursos, herramientas, técnicas y protocolos que resulten más eficaces para cada consultante. No dejemos que nuestra práctica terapéutica caiga en un reduccionismo tecnicista; démosle la importancia que requiere en primer lugar conocer al consultante, evaluarlo y establecer una alianza terapéutica positiva, para desarrollar el proceso terapéutico de la manera más eficaz, ya desde el comienzo…

2 El segundo gran momento lo representa el TRATAMIENTO PROPIAMENTE DICHO; es el más extenso y consiste en la planificación, diagramación y puesta en marcha del plan de acción concreto para cada consultante en particular. Aquí es donde se implementan de forma estratégica las técnicas y/o protocolos específicos de tratamiento.Cada terapia plantea estrategias de abordaje propias, que son, en definitiva, los medios para llegar al fin, entre ellas podemos mencionar: la palabra, técnicas de inducción, trabajo con fuentes energéticas, con máquinas, con elementos (agujas, ventosas, aceites esenciales, etc.), técnicas manuales, técnicas de respiración, etc. Cuanto más idóneos seamos en nuestro rol y más experiencia vayamos adquiriendo, podremos tener mayor claridad y efectividad en la aplicación de un tipo de técnicas u otras, para que se adecúen y adapten a cada consultante en particular; de esto dependerá en gran parte el éxito de la terapia.Debemos tener en cuenta que antes de aplicar una técnica o llevar a cabo un procedimiento es importante que lo hablemos con anticipación con el consultante, que le contemos en qué consiste, para que esté de acuerdo en realizarlo, pueda entregarse con confianza al proceso y logre mejores resultados de cada experiencia vivenciada. Y en el caso de que un consultante no desee realizarlo, debemos respetarlo y proponer otra alternativa de abordaje.Frecuentemente ocurre que notamos que el consultante necesita, además de nuestra terapia, un tipo de ayuda que nosotros no le podemos ofrecer; en esos casos es muy favorable para el proceso que le recomendemos al consultante un profesional idóneo para que complemente nuestro trabajo. Por ejemplo, en un proceso psicoterapéutico o de coaching, en ciertas circunstancias se puede sugerir consultar a un auriculoterapeuta, nutricionista, practicar yoga y meditar, según el caso. Esta incorporación de otro terapeuta y otras técnicas estratégicamente planificadas, resultarán en extremo beneficiosas para el consultante y potenciarán extraordinariamente los efectos de nuestra terapia. Por supuesto debemos ser prudentes, pues el extremo de la ‘hiperterapeutización’ puede provocar aún más confusión. El criterio, como veremos a lo largo de toda esta capacitación es “el justo medio entre dos extremos”, es decir, ni pobreza de recursos terapéuticos, ni exceso de terapias y técnicas, para que no resulte contraproducente.Las terapias que el consultante vaya haciendo en paralelo también formarán parte del proceso terapéutico, pues complementarán y potenciarán nuestro trabajo, y podremos de esta manera abordar al consultante de manera integral, expandiéndose enormemente nuestro campo de acción. Si no trabajamos en un espacio terapéutico o institución multidisciplinaria, podemos establecer acuerdos profesionales con terapeutas que sepamos que comparten los mismos lineamientos generales que nosotros en su terapia, por ejemplo: visión holística, complementariedad de las terapias, valoración del trabajo en equipo, etc., y que esto no sea solo un discurso, sino que realmente se conduzcan de esa forma en su terapia. Gracias a los lineamientos generales compartidos será posible tener una comunicación fluida respecto de la evolución de los consultantes en común y poder ir en la misma dirección, lo que optimizará las posibilidades y alcances del proceso terapéutico.Lo que no debemos olvidarnos en este segundo momento del proceso es que todas las acciones que desarrollemos y propongamos deben estar dirigidas al logro de los objetivos terapéuticos planteados en el primer momento.

3 El tercer momento se refiere al SEGUIMIENTO Y CIERRE del proceso terapéutico. Cuando vemos que el consultante ha llegado a un punto de evolución en el que no hay más posibilidad de avance pues aparentemente se han cumplido los objetivos terapéuticos planteados, es necesario realizar una reevaluación para confirmar que efectivamente han sido cumplidos, logrados... Si lo corroboramos, será momento de proponer al consultante el cierre del proceso terapéutico. Para que no resulte abrupto, podemos proponerle ir espaciando la frecuencia de las consultas, que se orientarán a sostener los cambios que ha ido realizando durante todo el proceso, y a prevenir recaídas.Cuando los logros del proceso han sido consolidados y se han cumplido todos los objetivos, puede darse por finalizado, con éxito, el proceso terapéutico. Esto implica que el consultante ha alcanzado una transformación vital profunda, una mejora evidente en su calidad de vida, una adquisición de herramientas y habilidades para continuar evolucionando y un traslado de todo lo aprendido en la terapia a su vida cotidiana.Por supuesto, el cierre definitivo del tratamiento debe ser realizado de común acuerdo, y es fundamental hacer una devolución final al consultante. También aquí es importante dejar en claro que, si en otro momento de su vida necesita nuevamente de nuestra ayuda y guía, puede contar con nosotros.

Todo lo que ocurre desde el inicio hasta el cierre de la terapia, incluso entre consultas, forma parte del proceso terapéutico, pues todo contribuye, por una parte, a la toma de consciencia del consultante, a la comprensión profunda de sus motivos de consulta y hacia dónde quiere llegar, y, por otra parte, a que esa comprensión, con la guía adecuada del terapeuta, pueda ser convertida en acción en su vida cotidiana. Por tanto, para aprovechar al máximo los beneficios de la terapia, es importante que nuestros consultantes sean activos en su proceso, lo que implica que continúen trabajando sobre sí mismos también fuera de las consultas, que es donde se verán realmente plasmados de forma duradera, los logros conquistados.

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