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La relación terapéutica

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“La relación terapéutica debe despojarse del rol de seguridad del terapeuta para pasar a ser un encuentro de ser humano a ser humano”.

Carl Rogers

Todo proceso terapéutico es atravesado, indefectiblemente, por la relación interpersonal que se establece entre terapeuta y consultante, pues ambos comparten un espacio, un tiempo, intercambios y una conexión personal necesaria y fundamental para el éxito de la terapia, que va más allá del trato estrictamente profesional. Esta relación, como todas las relaciones humanas, se basa en la conexión interpersonal, es decir, en la interacción recíproca donde la comunicación tiene un rol protagónico: según cómo hacemos sentir a nuestros consultantes podemos propiciar la honestidad, transparencia, apertura y confianza hacia nosotros y la terapia que desarrollamos. Para esto, los terapeutas necesitamos tener una actitud de calidez, escucha, aceptación, no juzgamiento y valoración de la persona que tenemos frente a nosotros. Esta conexión interpersonal es lo que da sentido y significado a la terapia y es uno de los grandes factores predictores de éxito o fracaso del proceso terapéutico.

Es por esto que el proceso terapéutico no puede ser desvinculado de la relación interpersonal que se genera entre terapeuta y consultante, y es por esto que debemos tenerlo en cuenta cuando realizamos diagnósticos o elaboramos hipótesis, pues nuestra influencia puede cambiar por completo el rumbo de la evolución del consultante.

En este sentido, Paul Wachtel, profesor de Psicología y defensor de la integración y convergencia de las ciencias humanas, afirma que “el terapeuta que no tiene en cuenta que lo que observa no es al paciente, sino al paciente en relación con él, está intentando resolver las ecuaciones equivocadas, ya que no incluyen el factor de su propia influencia sobre el paciente, y por tanto, van a arrojar soluciones equivocadas” (Wachtel, 2008).

Por ejemplo, podemos inferir que un consultante es ‘tímido’ porque se muestra cerrado o no se entrega a nuestra terapia, pero es posible que en realidad seamos nosotros los que no logremos ser verdaderamente empáticos con él y que no generemos en él la confianza suficiente que necesita para abrirse, incluso es posible que le hagamos recordar a una figura de autoridad a la que le temía o le teme y a la que no puede enfrentar. Aquí es donde se producen los fenómenos transferenciales y contratransferenciales (en términos psicoanalíticos), que todo terapeuta necesita aprender a manejar, tanto para evolucionar como terapeutas, como para que la relación prospere y la terapia genere resultados positivos. Por supuesto no es tarea sencilla, pero con la práctica todo resulta posible.

Es importante que los terapeutas, si bien ejercemos el rol de expertos en la relación terapéutica, nos centremos en nuestro consultante, lo tomemos como un ser humano que sufre, y por tanto debemos colocarnos a su servicio. Este enfoque de la terapia centrada en el consultante ha revolucionado la manera en la que se manejaban los psicólogos y ha resultado sumamente enriquecedor para el ámbito de las terapias; su impulsor fue Carl Rogers, una de las grandes figuras de la psicología humanista, con su propuesta acerca de la Terapia Centrada en el Cliente.

Nuestro rol en la relación terapéutica es la de ser los propulsores de esta relación; somos los responsables de generar la conexión interpersonal y la confianza necesaria para que el consultante logre realizar los cambios que necesita en su vida. Para eso necesitamos escuchar y entender a nuestros consultantes, y que ellos sientan que son comprendidos por nosotros. Esta conexión, que debemos propiciar desde el inicio, es lo que sustentará todo el proceso terapéutico.

Para plasmar este rol recurriremos a la “escalera de la confianza”, un gráfico que encontramos en diversos libros de negociación, adaptándolo al ámbito terapéutico. Aquí se postulan una serie de escalones o pasos para generar confianza en los clientes (consultantes) y propiciar los cambios comportamentales necesarios, es decir, lograr los objetivos propuestos.


La confianza se va generando cuando dedicamos tiempo a escuchar al otro y le prestamos nuestra total atención. Con la inteligencia emocional del terapeuta como base se genera una apertura que permite el contacto inicial, luego con el manejo de la empatía y el rapport seremos capaces de generar esa confianza necesaria para que podamos conducir y guiar a nuestros consultantes por su propio proceso terapéutico, y así que logren realizar los cambios, los movimientos y transformaciones que necesitan en sus vidas. El momento del cambio se dará naturalmente si transitamos esta escalera, si preparamos a nuestros consultantes, si los escuchamos y entendemos…

Psicología para terapeutas

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