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El eje fundamental del proceso terapéutico

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A veces ocurre que nuestra atención y fundamentalmente la de nuestros formadores se centra en convertirnos en expertos de técnicas específicas según el tipo de práctica en la que nos estemos capacitando, pero suele pasarse por alto que el eje fundamental para que una terapia tenga éxito, es el terapeuta, su persona, como herramienta.

Ser eficientes en la aplicación de técnicas es importante, pero solo es una parte dentro de los numerosos aspectos significativos que todo terapeuta debe desarrollar; no basta con ser los técnicos más expertos, necesitamos mucho más que eso: pasar por todo un proceso de formación integral, entre los que se destacan:

 Aprender a cultivar las habilidades terapéuticas necesarias para nuestro ejercicio profesional, con la empatía como habilidad terapéutica por excelencia, para poder entender el trasfondo cognitivo, emocional, relacional y conductual de nuestros consultantes, así como sus necesidades y deseos más profundos y de esta manera, en primer lugar, saber generar conexión para luego poder brindarles una propuesta terapéutica estratégicamente planificada y adecuada para cada uno de ellos.

 Incluir el desarrollo personal como pilar fundamental para poder anclar los saberes teóricos en la experiencia personal y aprehender los conocimientos, es decir, hacerlos propios, asimilarlos y que formen parte de nosotros, y que creamos en aquello que promovemos, para poder transmitirlo con plena convicción. Asimismo, este punto debería ser condición sine qua non para el ejercicio profesional, ya que los terapeutas necesitamos haber superado conflictos, dificultades y limitaciones propias (que todo ser humano tiene por el simple hecho de ser ‘humano’), para ayudar efectivamente a otros a transitar ese camino, ese es el rol del guía. Es por esto que se suele afirmar que “nadie puede dar aquello que no tiene”.

 Desplegar el proceso dentro de un contexto terapéutico, para poder conocer a nuestro consultante y comprender exactamente qué recursos técnicos son acertados para esa persona en particular. Así personalizamos nuestra terapia sin estereotipar, generando mejores resultados y transformaciones más profundas y duraderas en nuestros consultantes.

 Estructurar el trabajo en función de una metodología de eficacia comprobada (mucho más amplio que las técnicas a ser aplicadas), un paso a paso que nos haga sentir seguros del tipo de servicio y la calidad del proceso que estamos desarrollando.

 Adquirir conocimientos significativos y útiles relacionados con los perfiles psicopatológicos, pues asumiendo que no existe la “normalidad” en psicología, cada consultante presentará un tipo de rasgos u otros. Saber identificarlos es muy importante, no para encasillar sino para saber hacia dónde orientar nuestro trabajo.

 Lograr un balance entre conocimientos teóricos y prácticos (del ejercicio terapéutico), tanto de la terapia donde nos hemos formado, como de terapias complementarias, para ser profesionales integrales, idóneos y verdaderamente efectivos en nuestro rol.

Psicología para terapeutas

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