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Los motivos

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Como hemos dicho, cuando un consultante acude a terapia, en general no lo hace por curiosidad, sino por alguna razón, un por qué; tiene un motivo de consulta, o varios a la vez, interrelacionados.

En Psicología trabajamos con dos tipos de motivos de consulta, que en realidad son una unidad: tomando el ejemplo de un iceberg, nos encontramos, por un lado, con la cima del iceberg, lo que sobresale en la superficie (solo un 11% de su volumen total), que sería lo que aparece como problema, el motivo manifiesto de consulta o síntoma expreso; y por otra parte, la parte del iceberg que se encuentra sumergida (que corresponde al 89% de su volumen total), que ejerce la mayor influencia sobre lo que aparece, y son los motivos inconscientes, latentes u ocultos, incluso para el propio consultante, y que pugnan por salir a la luz para poder sanar.

Por eso es fundamental descubrir, en primer lugar, cuál es el malestar que lo condujo hacia nosotros, para que, a partir de allí, seamos capaces de entender su problema de fondo. Para eso debemos ser idóneos para escuchar, observar, “leer” al consultante, comprender el trasfondo emocional de lo que aparece o se manifiesta, y ser receptivos a las pistas que el consultante nos facilita. Muchas veces los procesos terapéuticos, fundamentalmente los breves, culminan en el motivo manifiesto de consulta, tal vez por falta de idoneidad del terapeuta para leer esas pistas, o porque el consultante no puede, en ese momento de su vida, continuar profundizando. En ese caso es posible que el problema por el que el consultante acude se “resuelva”, pero si el consultante puede continuar profundizando, lograremos acceder al motivo que se encuentra oculto, detrás del que aparece, y así el proceso terapéutico resultará realmente transformador.

Veamos en un ejemplo práctico cómo se relacionan el motivo manifiesto y latente de consulta: un consultante acude a terapia porque desea abandonar un hábito nocivo compulsivo, el terapeuta le aplica las técnicas y estrategias específicas para ello y el consultante logra cumplir con su objetivo, que es abandonar ese hábito (supongamos, mediante terapia de aversión). Pero si no se trabaja sobre el trasfondo de su compulsión, su personalidad adictiva y las particularidades de su situación, el consultante no logrará hacer los insights que necesita para sanar, y lo más probable es que al cabo de un tiempo cambie de objeto de compulsión, pero la relación con ese nuevo objeto y su comportamiento, sea igual que aquel primero por el que acudió a terapia, es decir, solo cambió de objeto adictivo pero no sanó. Allí es donde cabe preguntarnos, como terapeutas, acerca de nuestro propósito, nuestra razón de ser terapeutas y nuestros objetivos: atender a la superficie del iceberg, es decir, a la demanda del consultante y erradicar su síntoma, lo cual es valorable, (pues si el síntoma se elimina en teoría el consultante deja de sufrir), o centrar nuestros esfuerzos también en las raíces y las profundidades para ayudarlo a sanar verdaderamente y transformar su vida.

Los motivos de consulta, entonces, pueden ser:

 Manifiestos

Es el motivo del malestar que relata el consultante, su dolor, el problema que desea resolver; de forma genérica podemos llamarlo síntoma; pues es lo que aparece, lo que se muestra, lo que se manifiesta. Puede ser evidente (como un síntoma físico) o una interpretación del propio malestar (como la angustia sin causa aparente o por una causa que no concuerda con la magnitud de su síntoma). Esta interpretación se relaciona con su nivel de consciencia, con la información con la que cuenta el consultante, su capacidad de introspección, el contexto social y cultural en el que vive, sus experiencias previas, los modos en que suele afrontar los problemas, su capacidad de poner en palabras sus emociones, etc. Este será nuestro primer material de trabajo, la punta del iceberg; a partir de aquí podemos llegar a la otra parte del iceberg, la oculta: el motivo latente de consulta.

¿Qué motiva a los consultantes a acudir a terapia?

En general las personas acuden a terapia cuando se dan cuenta de que tienen un problema (es el primer paso para buscar ayuda) y que no disponen de herramientas suficientes para instrumentar los cambios que necesitan para resolverlo, y con el paso del tiempo su sufrimiento se incrementa en vez de disminuir.

Algunos motivos manifiestos que pueden presentar los consultantes en las diversas terapias son, entre tantos:

 Desean cambiar uno o varios aspectos de su estilo de vida y buscan ayuda para lograrlo.

 Tienen alguna afección física y comprenden el factor emocional de los síntomas físicos, por lo que el objetivo no solo es curarse, también sanarse.

 Tienen dificultad para el manejo de sus emociones, que deriva en conflictos en sus relaciones sociales, y quieren cambiar y mejorar su modo de reaccionar y relacionarse.

 En apariencia no tienen grandes problemas en su vida y sus planteos o cuestionamientos son más de tipo existencial, por lo que buscan respuestas.

 Luchan con sus adicciones, pero no lo logran por sus propios medios, y desean recuperar su vida, transformarla o construir una nueva.

 Tienen pensamientos nocivos que irrumpen en su vida, que no les permiten ser libres y les hacen daño, y necesitan aprender a manejarlos para que no saboteen su vida.

 Poseen un pasado traumático que irrumpe en su presente como síntoma, tal vez crónico (por ejemplo, la distimia o trastorno depresivo persistente), que le impiden evolucionar y son conscientes que necesitan superarlo.

 Se encuentran atravesando una situación actual dolorosa o una crisis que no pueden afrontar con sus propias herramientas y deciden pedir ayuda.

 Desean mejorar su calidad de vida y elevar sus niveles de bienestar.

Existen tantos ejemplos como seres humanos en el mundo; solo podemos generalizar que las personas que concurren a una terapia lo hacen porque desean mejorar algún aspecto de su vida. Al menos así debería ser, ya que cuando llegan a terapia consultantes porque fueron obligados o les insistieron, raramente haya progresos relevantes. Para buscar ayuda es primordial reconocer que se tiene un problema y desear mejorar.

 Latentes

Es el conflicto subyacente al motivo manifiesto de consulta; es lo que está oculto, lo inconsciente. Responde al por qué y al para qué del motivo manifiesto y se refiere ya no a la manifestación sintomática (física y/o psíquica), sino a la percepción subjetiva del motivo manifiesto de consulta.

El motivo latente de consulta está conectado al motivo manifiesto, pues constituye su raíz, pero no puede ser expresado desde el inicio debido, entre otras cosas, a las resistencias, es decir, a la manifestación observable que resulta de los mecanismos de defensa, erigidos para preservar al Yo de la invasión de angustia. La idoneidad del terapeuta para leer los mensajes del consultante (tanto verbales como no verbales), entender sus pensamientos, emociones y comportamientos, y poder ir más allá de lo que se manifiesta, harán que el terapeuta pueda comprender cuál es ese motivo latente y que pueda ayudar a su consultante a descubrirlo por sí mismo, para que, a partir de esa comprensión, pueda comenzar a sanar.

La mayoría de las veces el consultante necesita más tiempo que el terapeuta para darse cuenta de su motivo latente (pues el terapeuta lo ve ‘desde fuera’ y con todo su bagaje de herramientas y recursos), por eso es importante tener paciencia, trabajar junto con el consultante, con prudencia, respetando sus tiempos, siendo hábiles y sutiles al realizar sugerencias, intervenciones y preguntas, ya que en general el mismo consultante es el que desconoce este motivo, lo ha reprimido o no es consciente de él. Si bien es importante incitar a que el motivo latente salga a la luz, acelerar el proceso o enfrentar al consultante con lo oculto de forma imprudente y poco empática, podría ser contraproducente, acrecentar sus síntomas y resultar en una práctica iatrogénica, es decir, provocar un daño o perjudicar al consultante mediante un acto terapéutico que debía ser implementado para mejorar. Esto no significa que no debamos ser frontales, sino que, en este momento, el de descubrir el motivo latente tras el manifiesto y los nexos que los unen; tenemos que ser compasivos, entender el dolor de nuestro consultante y desde ese lugar ayudarlo; ser nosotros la herramienta para que él lo descubra. Tengamos siempre presente que somos los terapeutas quienes debemos adaptarnos y adaptar nuestra terapia a cada consultante, y no a la inversa.

¿Cuántas veces nos han dicho, sin filtro, una ‘verdad dolorosa’ acerca de nosotros, o hemos recibido consejos de alguien que nos dice exactamente lo que tenemos que hacer para resolver la situación que nos aqueja? ¿Y cuántas de esas veces aceptamos sinceramente lo que nos dijeron sin enojarnos o poner escudos, hicimos caso a los consejos y logramos hacer cambios reales, profundos y duraderos? Seguramente la respuesta a la primera pregunta es “muchas” y la respuesta a la segunda es “pocas” o “ninguna”. Es por esto que por más que los terapeutas nos demos cuenta desde el primer momento cuál es el motivo latente de consulta, nuestro rol no es decírselo sin más, sino fomentar a que el propio consultante pueda descubrirlo, darse cuenta y captar su propia verdad, es decir, hacer insight. A partir de ese momento podrá trabajar (junto con el terapeuta) para elaborarlo, tomarlo como una oportunidad, aprender de él, salir fortalecido y hacer los cambios que necesita para transformar su vida.

Siendo el consultante consciente de su motivo inconsciente, oculto o latente y realizando un trabajo de elaboración, sanará como consecuencia su motivo manifiesto de consulta, pues este último ya no tendrá razón de existir.

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