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Primera parte
Capítulo XII 1919

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El piso de Fosco era pequeño, eternamente en desorden. Bastaba muy poco para que platos y vasos llenasen de repente la cocina, elevada por dos escalones con respecto al resto de la casa. El escritorio, repleto de papeles, enorme en comparación con el resto del mobiliario, había sido movido hasta debajo de la ventana del salón y su lugar ahora lo ocupaba una cama para el nuevo huésped. Fosco había insistido en cederle la única habitación, de todas formas, él dormía muy poco.

–Mira que con todo el follón que hay te arriesgas a que por la noche, en la oscuridad, te caiga encima. Mejor ponte en un lugar seguro.

Rudi había permanecido inflexible.

En efecto Fosco dormía muy poco. En las noches más cálidas permanecía durante horas asomado a la ventana fumando, espiando la vida de una Milano nocturna donde, de vez en cuando, un borracho silencioso se dejaba caer al suelo cerca de una farola para levantarse a duras penas farfullando frases incoherentes. Mujeres con vestidos vistosos y escotados pasaban riendo demasiado alegremente, cogidas a hombres de cualquier edad que se paraban para estrecharlas en abrazos lujuriosos y besarlas en el cuello. A Fosco le bastaba un gesto, una palabra dicha en el silencio piadoso de la noche,  para encontrarse imaginando la vida de desconocidos peatones, seguir sus pensamientos y las costumbres en la sordidez de sus casas o en la cotidiana respetabilidad de una existencia burguesa.

Los susurros de la ciudad nocturna, llenos de humedad, entraban en la habitación y la impregnaban de una extraña melancolía que se mezclaba con el humo de los cigarrillos. Hasta que el malestar que lo asaltaba se convertía en intolerable. Entonces cerraba la ventana para mantenerlo fuera.

Sólo con las primeras luces del alba la ciudad comenzaba a cambiar. Las puertas de las casas se abrían y se cerraban suavemente. Hombres y mujeres salían perezosos para ir al trabajo, en una promiscuidad de obligaciones impensables antes de la guerra. Quienes se conocían hacían un gesto de saludo con la cabeza, los otros se rozaban sin mirarse, todavía con las sábanas pegadas y soñolientos. A menudo era a aquella hora que Fosco se iba a la cama para despertarse poco después, reposado como si hubiese dormido toda la noche. Otras veces el amanecer llegaba de repente, casi por sorpresa, y lo encontraba absorto escribiendo.

Rudi había aprendido a conocerlo y no quería que renunciase a sus costumbres. Por esto habían llevado otra mesa a la habitación para que se convirtiese en el nuevo escritorio de Fosco sobre el que pasar las largas noches de insomnio.

Fosco no tuvo que insistir demasiado en el periódico para que contratasen a su amigo. Necesitaban gente joven dispuesta a seguir los acontecimientos acelerados que conmocionaban a la ciudad. Rudi se había presentado como un muchacho apropiado para seguir la crónica ciudadana. El nuevo trabajo le hacía estar todo el día recorriendo la ciudad y por la noche, en casa, comentaban juntos los acontecimientos cotidianos, cada vez más preocupados por el clima de agitación que repercutía sobre la ciudad.

–Hoy he visto a un grupo de mujeres que protestaban delante de un horno. Gritaban que el pan no puede costar cuatro veces más que hace cuatro meses. El panadero  ha tenido miedo y ha cerrado la tienda.

–Desde el fin de la guerra la vida se ha complicado. Con la paz no ha vuelto la normalidad que habíamos esperado. Demasiados descontentos, demasiadas promesas no mantenidas. Temo que este clima de exasperación nos traerá lo peor.

–Por todas partes encuentras grupos de gente que habla de salarios que disminuyen, del coste de la vida que ha aumentado de manera desproporcionada, de los nuevos impuestos y de que, quien ha vuelto del frente después de tanto tiempo, ya no tiene su puesto de trabajo.

–Debemos esperar muchos y nuevos cambios sociales, Rudi, muchos y nuevos.

–Ayer he pasado al lado de la sede de ese nuevo movimiento.

–¿Cuál?

–Los bandas6 italianas de combate.

–¿Has visto algo raro?

–No, pero he tenido la impresión de que el enfrentamiento entre grupos distintos no tardarán en manifestarse.

–Si no se encuentran rápidamente soluciones aceptables para todos, si este descontento continúa a ser infravalorado, tengo miedo de que nos traerá consecuencias difíciles de contener.

En Milano los trabajadores de la industria, de la agricultura, los comerciantes, cada vez más a menudo se unían para manifestar las dificultades que el Estado parecía ignorar. Casi a diario se asistía a peleas más o menos violentas entre grupos de facinerosos nazis y socialistas. Era una sucesión de manifestaciones y mítines que fácilmente degeneraban en violencia y la población, desde los más ricos hasta los más desesperados, vivía en un estado de grave descontento, tanto en la ciudad como en toda Italia.

Fosco y Rudi se habían levantado temprano. La luz de mediados de abril se filtraba apenas desde las ventanas. La jornada se anunciaba larga e intensa. Aquella mañana estaba prevista una huelga general promovido por el Partido Socialista después de los encontronazos con la policía de dos días antes. Un obrero había muerto y otros muchos habían sido heridos.

Fosco, al lado del fogón, preparaba un café fuerte, el primero de una larga serie.

–Estoy preocupado ―dijo Rudi. ―Basta un grupo de infiltrados en la manifestación para que todo degenere.

–Con lo que sucede diariamente en la ciudad debemos estar más que preocupados ―respondió Fosco apretando de manera desproporcionada la cafetera. Había conseguido, no se sabé como, un saco de café auténtico, valioso sustituto de aquel sucedáneo que ya circulaba desde hacía años.

La preparación matinal era cuidadosa, casi meticulosa. Permanecieron en silencio, absortos en sus propios pensamientos, escuchando el ruido del agua que comenzaba a bullir. Fosco dio vueltas a la cafetera de manera cuidadosa. Rudi sonrió por tanto trabajo. Un fantástico aroma de café invadió la pequeña cocina.

–¿Piensas que los nazis renunciarán a la contra manifestación?

–No creo ―respondió Fosco ―está la anulación del desfile pero me temo que no todos están de acuerdo. Verás como alguien se manifiesta de todas formas. Incluso contener a los más facinerosos entre los socialistas no será fácil.

Un nuevo silencio invadió la habitación. Con los ojos mirando fijamente a las tazas vacías los dos amigos se quedaron inmóviles reflexionando.

Fue Fosco el primero que interrumpió su monólogo interior.

–¿A dónde te manda hoy el periódico? ―preguntó.

–Estaré en el centro espiando el estado de ánimo de la multitud… ¿y tú?

–Yo voy a seguir el mitín en la Arena.

–¿Nos vemos en el periódico esta noche?

–Llegaremos tarde esta noche…

–Sí, se nos hará tarde ―respondió Rudi.

6

Nota del traductor: En italiano, fasci. De esta palabra proviene fascismo.

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