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Primera parte
Capítulo XVII Junio de 1926
ОглавлениеSentada inmóvil sobre el borde de la cama Giulia tenía entre las manos la carta todavía cerrada y miraba la ventana sin verla. La luz se filtraba desde las contraventanas cerradas manteniendo la habitación en aquella penumbra acogedora que acompaña el despertar con la incertidumbre de descubrir una jornada de sol o un cielo gris que promete lluvia.
Había subido las escaleras para entrar en la habitación de Clara buscando alejar la extraña inquietud cuando no la había visto descender a la hora habitual. El solo pensamiento de que un peligro pudiese amenazar a sus hijos la asfixiaba. Había llamado con calma esperando una respuesta lenta, cargada de sueño, pero nadie había respondido. El lecho, todavía intacto y aquel sobre apoyado sobre la almohada, le habían quitado la esperanza, estrujándole el corazón con una dolorosa opresión que la privaba de todas sus fuerzas.
Para mamá.
Era para ella.
–Para mamá ―pensó ―para mamá… ―buscando en aquellas palabras la Clara que demasiado a menudo había permanecido escondida, que nunca había conseguido abandonarse totalmente a sus abrazos, separada por un velo imperceptible que mitigaba sus enfrentamientos y sus acuerdos.
Abrió con lentitud el sobre. Sabía lo que estaba escrito. En un instante había comprendido todo lo que había quedado sumergido durante meses o que, quizás, había rehusado conocer.
Querida mamá:
Al ver la carta estoy segura de que ya habrás entendido todo.
Me voy porque, te parecerá extraño, ya no puedo soportar veros apenados por mis decisiones. Habría habido discusiones infinitas e inútiles. Todos habrían sufrido por ello y nada de lo que podríais haber dicho me habría convencido para hacer algo distinto.
Lo sabes. Esto lo sabes.
Así, de repente, es mejor, para mí y para vosotros. Como sacarse de encima de una sola vez una venda que se había pegado demasiado a la herida que debía proteger.
Cuando leas esta carta estaré ya en el tren que me llevará hasta Milano. No te preocupes. En cuanto pueda te llamaremos, yo o el tío Rudi te llamaremos y estaréis más tranquilos.
No culpes a nadie por mis decisiones, son sólo mías. Tampoco he hablado sobre ello con el tío pero estoy segura de que Fosco lo ha puesto al corriente de todo hace tiempo.
Sabes porqué he actuado así. Lo sabes porque amas y has amado con mi misma intensidad y por eso comprendes cómo no puedo renunciar a lo que siento por él. Soy consciente de las dificultades a las que nos enfrentaremos en un tiempo tan difícil de vivir, pero sé también que si hoy debiese renunciar a estar con él continuaría a reprochármelo toda la vida.
Piensa en esto. No sufras. Intenta comprenderlo, mamá. Intenta comprenderme y pensar que tu dolor será compensado por la alegría de una decisión que, aunque también hoy para mí es difícil y dolorosa, me promete la felicidad.
Os doy gracias por la serenidad con que me habéis hecho crecer. Os doy gracias por el amor que reconozco en vuestras miradas, aquella hacia nosotros, los hijos, y la más escondida, y sin embargo tan visible, que entrelaza cada una de vuestras palabras y cada gesto. Querría ser capaz de hacer lo mismo y decir otro tanto.
No os preocupéis por mí. Un abrazo para todos.
Clara
La había visto cambiar en aquellos meses. Había visto como se había aislado cada vez más, como permanecía encerrada en su habitación por toda la tarde y como no desease ni siquiera la cercanía de Antonino. Había intuido que albergaba un pensamiento secreto al que no quería que nadie se acercase. Con ella era difícil llegar hasta el fondo y hacía mucho tiempo que había renunciado a hacerlo.
–Me he equivocado. Debí intentar comprender cuáles eran sus pensamientos. ¿Por qué? ¿Por qué nos ha hecho esto? Si hubiese hablado habríamos discutido, es verdad, pero con el tiempo habría comprendido. Bastaba hablar y esperar.
Esperar. Demasiado joven e impulsiva Clara para esperar.
Ahora estaba convencida: había ocurrido todo durante la nevada. Después de esos días Clara estaba todavía más taciturna y más inquieta. Realmente había sido entonces cuando había sentido nacer un sentimiento nuevo, nunca antes experimentado, tan diverso del amor conocido hasta el momento. Repentino, absoluto y total como todas las cosas a las que Clara quería y que la empeñaban tanto como para rayar la perfección.
–Justo, fue entonces ―pensaba Giulia.
Ahora se daba cuenta cómo en aquellos días Clara buscaba cualquier motivo para estar junto con los otros, ella que habitualmente era poco partícipe.
Con la carta entre las manos volvía a recordar aquel período. La nieve había obligado a todos a la más total inactividad, a una convivencia forzada que había dilatado el tiempo. Largas charlas alrededor de la mesa mirando el cielo plomizo. La nieve había caído ininterrumpidamente día y noche y Clara, contrariamente a cuando estaba cada tarde sola en su habitación, estaba siempre presente. Incluso entonces no se le había escapado este nuevo comportamiento pero lo había justificado pensando en la situación particular de encontrarse juntos sin tener nada que hacer. Cuando, finalmente, Fosco había insistido para que él y Rudi partiesen, recordaba haberse asombrado. Junto con Giovanni había intentado retenerlos por todos los medios todavía algunos días. Las carreteras no eran todavía seguras, sería un viaje difícil. No recordaba las palabras de Fosco pero recordaba cómo había sido inflexible en su decisión y ella había imaginado en aquella urgencia la necesidad de no ausentarse más del trabajo en Milano. Desde entonces no había venido a verles. Quizás había esperado que el tiempo los hubiese separado, quizás él mismo había luchado contra aquel amor del que no ocultaba las dificultades. Todavía le eran desconocidas la fuerza y la determinación de Clara.