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5 Más allá del Sol

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Aunque tu cuerpo permanece en una playa de algún lugar de nuestro planeta, tu mente se encuentra tan alejada de la Tierra como lo ha estado el objeto de fabricación humana que más lejos ha viajado jamás.* Tras salvar el límite exterior de la nube de Oort, abandonaste el sistema solar y penetraste en el reino de otra estrella. Al cruzar esa línea borrosa, y como si quisieran darte a entender lo que realmente significaba ese límite, viste que algunos de los cometas más alejados del sistema solar cambiaban de órbita: su trayectoria pasaba de trazar una curva remota alrededor del Sol a trazar una curva igualmente remota alrededor de otra estrella, hacia la cual te diriges ahora: Próxima Centauri.

Próxima Centauri pertenece a una familia de estrellas llamadas enanas rojas. Es mucho más pequeña que el Sol (su tamaño y su masa son aproximadamente siete veces menores) y es de un tono bastante rojizo, de donde deriva su nombre. Las enanas rojas son muy comunes, hasta el punto de que los científicos creen que la mayoría de las estrellas del cielo son de ese tipo, pese a que son demasiado tenues para distinguirlas a simple vista.

A medida que te vas acercando a ella, aprecias constantes cambios violentos en su brillo y la ves expulsar enormes cantidades de materia incandescente de un modo bastante errático.

Pero ¿hay algún planeta alrededor de esta enana roja tan furiosa? No ves ninguno.

En cierto modo es una lástima porque, aunque sería difícil vivir cómodamente en un planeta que orbitase alrededor de Próxima, si una civilización lograse crecer en sus dominios podría planear las cosas a muy pero que muy largo plazo. Cuando el Sol, nuestra estrella, estalle, Próxima no habrá cambiado lo más mínimo. Por lo que sabemos, brillará como ahora durante el equivalente a 300 veces la edad actual del universo. Un período de tiempo muy largo, se mire como se mire.

Al ser Próxima más pequeña que el Sol, los diminutos núcleos atómicos que la conforman se fusionan para formar núcleos mayores a un ritmo mucho más reducido. En el mundo de las estrellas, el tamaño sí importa: cuanto mayor es la estrella, más corta es su esperanza de vida... Y para los planetas que las orbitan, la distancia es la clave. Para tener agua en estado líquido en su superficie (y poder albergar vida tal y como la conocemos), un planeta no debe ser ni demasiado frío ni demasiado cálido. Para que esto ocurra, no puede estar ni excesivamente cerca ni excesivamente lejos de la estrella alrededor de la cual orbita. La zona alrededor de una estrella que permite la presencia de agua líquida en la superficie de un planeta se llama zona de habitabilidad. ¿Qué pasaría entonces si encontrásemos un planeta similar a la Tierra que orbitase alrededor de otra enana roja a la distancia precisa? Sería un mundo parecido a nuestro acogedor planeta y, básicamente, duraría para siempre...

Te sientes algo culpable por haber tenido esa idea, así que te vuelves hacia el sistema solar y a tu planeta natal, mientras esperas que el Sol brillará con más fuerza que el resto de los puntos brillantes del cielo, pero esto no es ni mucho menos lo que sucede, y de pronto tomas conciencia de las monstruosas dimensiones de las distancias cósmicas.

Te preguntas cuánto tardaría en llegar una señal a la Tierra si de verdad fueras un viajero espacial, en vez de un ente puramente mental.

Si estuvieras equipado con un teléfono móvil interestelar, habrías podido llamar a tus amigos desde cada una de las paradas que has realizado para compartir tus descubrimientos con ellos. Los teléfonos móviles convierten tu voz en una señal que viaja a la velocidad de la luz, por lo que la comunicación en la Tierra parece instantánea. Sin embargo, en el espacio exterior, las distancias suelen ser demasiado grandes, y todo deja de parecer instantáneo. La luz tarda un segundo en alcanzar la Tierra desde la Luna y otro más en regresar. En caso de que le hubieras preguntado a algún amigo de la Tierra si podía verte con unos prismáticos cuando estabas en el satélite, habrías recibido su respuesta dos segundos más tarde.

Desde el Sol, la cosa habría empeorado. La luz tarda unos ocho minutos y veinte segundos en recorrer la distancia que lo separa de la Tierra. Las conversaciones empezarían a complicarse, ya que habría que esperar dieciséis minutos entre una pregunta y su respuesta, pero el Sol sigue estando a tiro de piedra en términos cósmicos. Si marcases un número de teléfono desde donde te encuentras, cerca de Próxima Centauri, la llamada se transformaría en una señal que haría sonar un teléfono de la Tierra dentro de unos cuatro años y dos meses. Si hicieras una pregunta, tardarías como mínimo ocho años y cuatro meses en obtener respuesta.

Tan solo has llegado a la segunda estrella más cercana a la Tierra después del Sol, pero tienes la sensación de estar muy lejos de casa, así que buscas algo que te permita orientarte para no perderte.

Recuerdas la hermosa Vía Láctea que viste desde la playa de la isla tropical y miras a tu alrededor para buscar la posición actual de esa nebulosa blanca de luz. Para tu gran sorpresa, compruebas de inmediato que ya no parece una gruesa línea blanca, sino más bien un anillo inclinado, con unas partes más brillantes que otras, y que te encuentras en algún lugar de su interior. Entiendes ahora que si desde la Tierra te parecía una franja blanca era porque la Tierra misma, bajo tus pies, ocultaba su mayor parte.

Sin pensártelo dos veces, y al no encontrar ningún planeta alrededor de Próxima Centauri, te diriges directamente a la parte más brillante de la Vía Láctea.

Todavía no lo sabes, pero viajas hacia el centro de una congregación de unos 300.000 millones de estrellas. Una agrupación que denominamos galaxia.

El universo en tu mano

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