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1 Ley y orden

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¿Alguna vez has intentado saltar desde lo alto de un acantilado? ¿O tirarte por la ventana del piso más alto de un rascacielos?

Lo más seguro es que no.

¿Por qué?

Porque te matarías.

Igual que yo, si se me ocurriese intentarlo, e igual que cualquier otra persona.

¿Y cómo sabemos esto?

La respuesta es muy directa y, al mismo tiempo, profunda y misteriosa. A través de ella se explica el motivo por el que la raza humana se las ha arreglado para conquistar la Tierra y un cachito del firmamento. Explica también cómo conseguimos mandarte a contemplar las estrellas en la primera sección de este libro. Está todo relacionado con la naturaleza y sus leyes.

Independientemente de lo cultos que seamos, de si nos gustaban o no las ciencias en la escuela, y de si somos o no científicos, si hacemos examen de conciencia veremos que todos nosotros intuimos que existen leyes en la naturaleza y que estas no pueden vulnerarse. El hecho de que todo aquel que salte desde una altura excesiva acabará inevitablemente estampado contra el suelo es una de ellas.

A lo largo de los milenios que nos separan de nuestros ancestros cazadores y recolectores, son muchos los hombres y mujeres que han buscado sin cesar tales leyes; es más, hubo quien supo encontrar unas cuantas. Hoy, la ciencia que se encarga de continuar esta búsqueda y de desentrañar los misterios de la naturaleza recibe el nombre de física teórica, y son las puertas de este reino (en perpetua construcción) las que están a punto de abrírsete para que las cruces.

Podría decirse que los cimientos de este reino se asentaron cuando el astrónomo, físico, matemático y naturalista inglés Isaac Newton creó un nuevo lenguaje, el del análisis matemático, que le permitió describir casi todo cuanto está al alcance de los sentidos del hombre. El porqué de que una persona que salte desde un precipicio caiga en vez de caminar sobre el aire viene determinado por una fórmula. Siempre y cuando sepamos cómo empieza la caída, la fórmula de Newton nos indica dónde y con qué velocidad terminará. La misma fórmula nos dice que, si dejamos de lado la fricción del aire, no hay diferencia entre un ser humano, una esponja o un trozo de pastel cuando caen desde un precipicio. Igualmente afirma que la Luna completa una órbita alrededor de la Tierra en algo menos de veintiocho días, y que esta tarda un año en girar alrededor del Sol. Esa fórmula en concreto recibe el nombre de ley universal de la gravitación de Newton y, a causa de ella, se sigue considerando a Isaac Newton una de las mentes más preclaras de todos los tiempos.

No hace falta ser científico para imaginar que haber descubierto una ley semejante tuvo que sentarle muy bien a Newton, que debió de sentirse muy satisfecho de sí mismo. Sin embargo, en lugar de montar una fiesta tras otra cada noche para celebrarlo —como habría hecho yo— prefirió asegurarse de que estaba en lo cierto y empezó a comprobar si su fórmula gravitacional merecía de veras ser considerada universal. Lo importante aquí son las escalas, dado que, como ya has comprendido en la primera parte de este libro, lo menos que puede decirse de la Tierra es que, en comparación con el universo, no es nada del otro mundo. Y también que si algo es aplicable a una pequeña mota de polvo, quizá no lo sea para una galaxia entera.

En la época de Newton, no había en el planeta un solo experimento que pudiese demostrar que su fórmula era errónea, o por lo menos cuestionarla. Una flecha, por ejemplo, aterrizaría siempre donde debía. Y lo mismo pasaría con una montaña, si hubiera alguien capaz de lanzarla por los aires.

Bueno, pero ¿qué pasa con las cosas de mayor tamaño? ¿Qué pasa con los lugares en los que los efectos de la gravedad son más intensos que los que conocemos en nuestro planeta? Para encontrar respuesta a esto tenemos que asomarnos más allá de la Tierra. Y puesto que ya te has dado un garbeo por el universo cercano, sabes que el lugar más evidente, y el más fácil, para empezar con tus comprobaciones es también el más brillante: el Sol.

El universo en tu mano

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