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7. FINAL

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A estas dos integraciones categoriales, el ejercicio y el evento, corresponden dos grandes orientaciones discursivas: el discurso del ejercicio y el discurso del evento. Solo por comodidad de la exposición, relacionamos el discurso de la historia con el discurso del ejercicio, tal como se ha desarrollado en la tradición occidental, y el discurso mítico con el discurso del evento.

Así entendido, el discurso mítico, en razón del «desencanto del mundo» (Weber)9, estaría, según algunos, perdiendo velocidad, pero para Jullien (2001) parece que el evento imanta nuestros afectos y, en consecuencia, nuestros pensamientos:

Por eso yo me pregunto si, con ese título, la cultura europea no podría ser definida toda entera como una cultura del evento: por la ruptura que produce y por todo lo inaudito que inaugura, por la focalización que permite y, en consecuencia, por la tensión que introduce y, también, por el pathos que crea, el evento concentra un prestigio al que nunca ha renunciado. Ella [la cultura europea] jamás ha podido renunciar a él porque está apasionadamente (pasionalmente) adherida al carácter fascinante, inspirante del evento. (p. 88)

Por otro lado, el discurso histórico, que tenía tradicionalmente por objeto, a partir del tamiz de los eventos, el juego de los efectos y de las causas, el juego de los fines y de los resultados, tiende a alejarse de la «escoria de los acontecimientos» para interesarse por la minucia de los ejercicios y de los funcionamientos, y deja así un espacio vacante, disponible para el discurso mítico. De ahí que algunos pensadores, especialmente Foucault en El orden del discurso (1976), le pidan que otorgue al acontecimiento la misma consideración que la tradición y el consenso de los historiadores han otorgado hasta ahora al determinismo: «Es preciso introducir la “suerte” como categoría en la producción de los acontecimientos. Ahí se hace sentir aún la ausencia de una teoría que permita pensar las relaciones entre el azar y el pensamiento» (p. 61). Arendt propone incluso ir más lejos, invitándonos a recentrar la historia a partir de la categoría del acontecimiento, en una palabra, a devolver a toda la historia su dimensión intrínsecamente mítica, en último término: milagrosa. En su libro La condición del hombre moderno (2004), escribe:

Este carácter de inesperado, de sorpresa, es inherente a todos los comienzos, a todos los orígenes. Así, el origen de la vida en la materia es una improbabilidad infinita de procesos inorgánicos; como el origen de la Tierra desde el punto de vista de los procesos del universo, o como la evolución del hombre a partir de la vida animal. Lo nuevo tiene siempre en su contra las posibilidades aplastantes de las leyes estadísticas y de su probabilidad, la cual, prácticamente, en las circunstancias ordinarias, equivale a una certeza. Lo nuevo se presenta siempre como un milagro. (p. 234)

La alternancia discursiva obtenida reúne la problemática de la fiducia y la de su reparto en regímenes fiduciarios distintos. Ese reparto no es del tipo [presencia vs. ausencia], sino que aquí proyecta un discurso dirigido por una fiducia bien identificada; allá un discurso que estaría exento de todo investimiento fiduciario, pero repartido entre dos regímenes fiduciarios diferentes, de los cuales los tres modos semióticos que hemos reconocido serían, una vez más a beneficio de inventario, los presupuestos plausibles. Con esta consideración, la modalidad del creer es más bien una metamodalidad, que no solamente dirige las otras modalidades, sino que puede afectarla a ella misma: el que cree, cree al menos que el verbo creer tiene un sentido10.

(Febrero, 2006)

Horizontes de la hipótesis tensiva

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