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1.3 La sintaxis temporal

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Las oposiciones paradigmáticas relativas a la temporalidad inspiran a la sintaxis, puesto que las operaciones sintácticas elementales consisten, según el caso, en alargar lo breve o en abreviar lo largo. Ilustraremos esto brevemente. El 20 de diciembre del 2003, Dominique de Villepin, ministro de Relaciones Exteriores, escribía en el diario Le Monde, a propósito del fracaso relativo del proyecto de Constitución de la Unión Europea en Bruselas:

Dejemos, por consiguiente, al tiempo y al diálogo retomar su curso natural para llegar a un acuerdo serio y, sobre todo, ambicioso. Europa, hoy, tiene necesidad de audacia y de altura de miras; no puede seguir funcionando sobre la base de textos en rebaja, salidos de compromisos laboriosos, incomprensibles para los ciudadanos y condenados, desde su adopción, a una duración de vida limitada.

Después de todo, el enunciador considera que el fracaso es imputable a un «sobrevenir», es decir, a una aceleración que él deplora, y propone sustituir ese «sobrevenir» enojoso por un «llegar a» gratificante, esperando que el tiempo retorne a su «curso natural», es decir, a una poiética* de la lentitud, garante aquí de los progresos deseados. Se trata de desligarse de la «brusquedad»6 del evento y de adoptar el «paso a paso», el modo de ser del estado; en breve, de proceder por «grados»7, restituyendo progresivamente esa duración que el evento ha virtualizado.

Según Cassirer (1998, t. 1), esa distinción es gramaticalizada en muchas lenguas:

Muchas de esas lenguas [indoeuropeas] han forjado, para distinguir la acción momentánea de la acción que dura, un medio fonémico propio, ya que las formas que sirven para expresar la acción momentánea son construidas a partir de la raíz verbal acompañada de una vocal radical simple, mientras que las formas que expresan una acción que dura son constituidas por la raíz verbal acompañada de una vocal radical compleja [o sea, reforzada por medio de un diptongo]. De manera general, se distingue de ordinario en la gramática de las lenguas indoeuropeas, a partir de Curtius, la acción «puntual» de la acción «discursiva» [que discurre]. (p. 193)8

Ignorando la deuda que el discurso mantiene con la lengua que lo precede, la especulación filosófica ha elegido ahondar en lo que ha preferido llamar las aporías del tiempo. Sin embargo, para el sujeto en la lucha con las contingencias y con las exigencias de la existencia ordinaria, el tiempo solo vale por sus usos y por sus empleos, en pocas palabras, por las latitudes prácticas que ofrece o no en cada circunstancia al sujeto. Hemos propuesto en otra parte (Zilberberg, 2006) distinguir tres especies de tiempo distintas por su contenido y por su utilidad desigual, a nuestro modo de ver.


El estilo temporal elegido por el ministro de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, se deja describir sin demasiadas dificultades: (i) él se propone regresar de la captación a la mira prospectiva; en efecto, parece razonable pensar que el fracaso ha sorprendido a los dirigentes reunidos, si no habría que admitir que estos últimos deseaban solamente hacer ver a pleno día la amplitud de los desacuerdos alcanzados; (ii) ese fracaso se convierte para el tiempo demarcativo en un pivote temporal cómodo, que divide un antes y un después de Bruselas; (iii) para el tiempo fórico, el texto citado deja entender que un cambio de tempo, aquí una desaceleración, es deseable y que, según una fórmula famosa, es urgente «dar tiempo al tiempo», es decir, alargar el tiempo, puesto que esa posibilidad tan valiosa forma parte de nuestras más raras prerrogativas semánticas. Así, el tratamiento analítico, razonado, de la temporalidad evita al sujeto (a los sujetos) la aceptación del no-sentido: el «tiempo» de la Constitución europea aún no ha llegado; nada, pues, está perdido.

En tercer lugar, así como Saussure terminó por moderar el corte entre la sincronía y la diacronía, de la misma manera Hjelmslev (1972) propone ajustar entre la sintaxis y la morfología una reciprocidad que él considera esclarecedora:

Lo sintagmático y lo paradigmático se condicionan constantemente. […] Es forzoso introducir consideraciones manifiestamente «sintácticas» en «morfología» —incluyendo en ella, por ejemplo, las categorías de la preposición y de la conjunción, cuya única razón de ser es sintagmática— y colocar en la «sintaxis» la definición de casi todas las formas que se pretende haber reconocido en «morfología». (p. 189)

Es claro que el último punto, a saber, el retorno en gracia de la diacronía, y la reciprocidad de la morfología y de la sintaxis van en el mismo sentido y encuentran una problemática recurrente: la relación que existe entre la calidad y la cantidad. Esta dialéctica corresponde a la definición de las unidades y a su tratamiento por la microsintaxis.

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