Читать книгу Horizontes de la hipótesis tensiva - Claude Zibelberg - Страница 40
1.2 Rehabilitación de la temporalidad
ОглавлениеEn segundo lugar, el divorcio de la sincronía y la diacronía —preconizado por Saussure en el Curso de lingüística general (1974) y que es ciertamente, a la par con la elección de la diferencia como «constancia concéntrica» (Hjelmslev), la firma misma del maestro ginebrino— es puesto en duda en esa misma obra: «[…] si todos los hechos de sincronía asociativa y sintagmática tienen su historia, ¿cómo mantener la distinción absoluta entre la diacronía y la sincronía? Eso resulta muy difícil desde el momento en que se sale de la fonética pura» (Saussure, 1974, p. 232). Por su parte, Greimas, después de haber sostenido que las estructuras elementales eran «acrónicas», en cierta manera, platónicas, admite:
En lingüística las cosas ocurren de otra manera: el discurso guarda las trazas de operaciones sintácticas anteriormente efectuadas:
El término sí es, sin duda, el equivalente de oui, pero conlleva al mismo tiempo, en forma de presuposición implícita, una operación de negación previa. (Greimas y Courtés, 1982)5
La redacción de esa declaración es indicativa, puesto que, si la primera afirmación [oui] se limita a constatar, la segunda [sí] enuncia una necesidad no negociable, reconocida, entre otros, por Pascal (1954): «La memoria es necesaria para todas las operaciones de la razón» (p. 1115).
La extrañeza de la temporalidad respecto del sentido nos parece una posición insostenible, y precisamente ¿no es acaso a la sintaxis a la que le corresponde hacer que la sincronía y la diacronía «se comuniquen» entre sí? Por nuestra parte, acogemos el «resumen» de Ricœur en la conclusión de Temps et récit [Tiempo y narración] (1985, t. 3): «Tener el relato por guardián del tiempo» (p. 349), pero —con la reverencia debida— invirtiendo y ampliando los términos: «el tiempo es guardián del sentido», con una precisión importante, a saber, el reconocimiento de los paradigmas específicos de la temporalidad vivida, y no simplemente concebida. ¿Conviene, además, apostar con Ricœur sobre la «inescrutabilidad» del tiempo, es decir, recibir el tiempo como una magnitud totalmente cierta y, por tanto, no analizable? Personalmente, no lo creemos. Uno de los paradigmas insistentes del tiempo opone, en cuanto que compone, bajo la autoridad del tempo, la brevedad y la longevidad, la evanescencia y la persistencia, el aparecer y su salvaguarda, es decir, el recurso ininterrumpido a la indispensable función save de la computadora. Es significativo que Greimas y Ricœur, en divergencia en muchos otros aspectos, acudan ambos, sin embargo, al mismo verbo clave: guardar. El tiempo, a semejanza de las magnitudes semióticas identificadas, se convierte en parte comprometida de una red que tiene en cuenta dos especies de relaciones concebibles: (i) las relaciones transitivas que precisan la relación del tiempo con el espacio, con el tempo y con la tonicidad; y (ii) las relaciones reflexivas que oponen el tiempo a sí mismo. De esta suerte, la pregunta prejuiciosa se enuncia ahora: ¿la temporalidad está o no fuera de red? Fuera de red, el tiempo solo es sentido; en red, puede ser aprovechado y «empleado» [es decir, puesto al servicio del sentido].
A este respecto, es significativo que Saussure (2002), «contra» varios pasajes del Curso de lingüística general, avance, sin desarrollarla, una distinción heurística:
Tal vez solo en lingüística existe una distinción sin la cual los hechos no serían comprendidos en ningún grado. […] Tal vez es en lingüística la distinción entre el estado y el acontecimiento, pues uno puede preguntarse si esta distinción, una vez reconocida y comprendida, permite aún la unidad de la lingüística […]. (p. 233)
Parret ha mostrado que es muy difícil captar el resultado de las indagaciones continuas de Saussure en los manuscritos y que el movimiento constante de su pensamiento inquieto consiste no en resolver, sino en retomar y ampliar una pregunta ya desconcertante con otra pregunta más desconcertante aún. La actitud de Hjelmslev (1985) sobre este punto es mucho más aceptable, más fácil de tratar y más acomodable: «No es necesario considerar el lenguaje como algo complicado; se lo puede considerar como algo simple» (p. 73). Nosotros aceptamos, pues, la distinción entre el estado y el acontecimiento-evento como lo «simple», sin buscar en nombre de algún escrúpulo su punto de ruptura. El estado y el evento no solo son las efigies respectivas de la longevidad y de la brevedad, sobre todo no son conceptos, sino deformables para el discurso, es decir, magnitudes a propósito de las cuales el discurso puede intervenir: la brevedad es lo que es, pero es también —¿sobre todo?— extensible, de la misma manera en que la longevidad se puede contraer. No es, pues, de extrañar que ese balanceo entre evento y estado se encuentre como principio de la alternancia entre el arte del Renacimiento y el arte barroco, según el análisis de Wölfflin (1985a):
La aparición de la realidad que es captada ahora, es decir, una cosa completamente distinta de aquello a la que da forma el arte lineal [del Renacimiento], cuya visión está siempre condicionada por el sentido plástico. […] Uno [el arte del Renacimiento] es el arte de lo que es, el otro [el arte barroco] es el arte de lo que aparece. (p. 52)