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3. Itinerario

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El capítulo 1, “Infancias urbanas”, pretende dar al lector un panorama general de la ciudad donde esta historia se desarrolla y del sujeto sobre el que trata este libro. Interesa poner de manifiesto aquí cómo una serie de fenómenos de transformación social se sueldan en un período histórico relativamente corto (básicamente, los veinte años que van entre 1890 y 1910). El objetivo de ese capítulo es inscribir a la infancia plebeya en ese proceso, poniendo de manifiesto algunas coordenadas que permiten conocer y entender mejor cómo vivían los niños y jóvenes la ciudad, así como explicar su inquietante presencia en el espacio público. En ese sentido, se desarrollan tres ejes argumentales: se analizan los modos de vivir y de habitar de la infancia urbana trabajadora, se pone a debate la inscripción de esa infancia en el ámbito escolar y en el mercado de trabajo, y, por último, se reconstruyen los múltiples usos del espacio público.

El capítulo 2, “Abandonados y delincuentes”, examina cómo las elites morales acuñaron una categoría nativa –la “infancia abandonada y delincuente”– mediante la cual pretendían que niños cuyos progenitores no estaban en condiciones de ejercitar la patria potestad y niños que tenían problemas con la ley penal eran parte del mismo problema social. Con el objetivo de demostrar el carácter social e históricamente construido de esta noción de “infancia abandonada y delincuente”, se exploran los diagnósticos y las intervenciones concretas de las elites morales sobre niños y jóvenes de las clases trabajadoras, prestando especial atención a la construcción de la calle como espacio inapropiado para la infancia. Así, se atiende a los tópicos de la peligrosidad de la vía pública, la libertad infantil como síntoma del abandono moral, las actividades colectivas de las “gavillas” y bandas de menores como indicios de delito organizado, y el trabajo (sobre todo el callejero) como excusa para la vagancia y la criminalidad. Finalmente, se busca dar cuenta de la multiplicidad de situaciones, condiciones y experiencias que se agazapan detrás de esa categoría. Así, la indagación sobre los niños “abandonados” nos conduce a las diversas formas del abandono, reparando en los fenómenos de la circulación de niños, en los distintos arreglos de crianza, los usos y las estrategias “populares” de los asilos y otros establecimientos públicos y privados, etc. Por su parte, la exploración del universo de los “delincuentes” procura dar cuenta de la participación de los menores en el universo del delito (reponiendo los índices de delito infantil en las mediciones sobre la delincuencia en general a lo largo del período), así como de las modalidades de esa delincuencia precoz.

El capítulo 3, “Policía e infancia”, se ocupa de las relaciones entre la policía y la infancia urbana plebeya. Se parte de la constatación del espacio sustancial que ocupa la infancia en el quehacer cotidiano de la policía de la Capital y se justifica en el hecho de que la policía ha sido, históricamente, la puerta de entrada al sistema tutelar, el primer “rostro” del Estado que vieron muchos de los niños de los que se ocupa este libro. Interesa destacar las formas de intervenir de la policía de la Capital sobre actividades, conductas, actitudes y comportamientos infantiles, para dar cuenta de que los niños fueron parte nodal de los esfuerzos policiales en pos del ordenamiento urbano y del disciplinamiento social. Asimismo, por la frecuencia y la extensión que asumió la privación de la libertad de menores en dependencias policiales, nos preocupa reconstruir las formas que adquirió, las motivaciones y los procedimientos policiales que se desencadenaban con la aprehensión de niños y jóvenes, así como dar cuenta de las condiciones materiales en las cuales trascurría esa experiencia del encierro.

El capítulo 4, “La infancia plebeya ante los defensores de menores”, apunta a reconstruir el funcionamiento de esta agencia estatal poniendo de manifiesto cómo actuaban estos funcionarios, con qué lógica intervenían, dentro de qué limitaciones estructurales se desenvolvía su labor. Paradójicamente, la mirada hacia el adentro de las defensorías parece remitirnos al afuera, al funcionamiento de todo el sistema penal-asistencial de “atención” de la infancia pobre. En este sentido, resulta importante pensar las defensorías dentro del archipiélago penal-asistencial: se atiende a su rol de coordinación y articulación entre los diferentes espacios institucionales de ese archipiélago. Se sostiene aquí que la naturaleza de su poder administrativo y la intrínseca debilidad de ese poder, anudados a la ausencia de establecimientos bajo su jurisdicción, redundaron en que las defensorías dependieran constante y cotidianamente de la buena voluntad de quienes estaban a cargo de los establecimientos asilares y correccionales. De ahí la importancia que cobraron las relaciones que los defensores entablaron con otras reparticiones y agencias, entre las que se destacan los jueces, la Sociedad de Beneficencia y los administradores penitenciarios. Finalmente, en ese capítulo se introduce la variable de género para dar cuenta de cómo el ser una niña o un niño (no la genitalidad de la criatura en cuestión, sino los preconceptos y prejuicios del defensor sobre unas y otros) hacía variar los destinos de quienes caían bajo jurisdicción del ministerio pupilar.

El capítulo 5, “El nacimiento del castigo infantil”, se estructura en torno a la pregunta por el nacimiento de formas específicas de juzgar y castigar a los menores. Comienza poniendo de manifiesto cómo se pensó y se codificó al menor desde el derecho penal repasando el Código de Carlos Tejedor de 1866-1868, el Código Penal de 1886 y el Código de Procedimientos de 1888 con la reforma de 1903, así como las críticas que estos cuerpos legislativos recibieron de parte de grandes juristas. En diálogo con las opiniones generales de estos jurisconsultos, deslizamos la mirada hacia una serie de intelectuales de segunda línea que empezaron a hilar más fino en torno al problema del castigo infantil y a proponer nuevas modalidades de reforma y corrección para los menores de edad. En contraste con estas disquisiciones legales, se reconstruye en ese capítulo la forma en que se penaba concretamente a los menores en la ciudad de Buenos Aires en los últimos veinte años del siglo XIX, recurriendo a los diagnósticos de especialistas y funcionarios que escribieron informes, tesis y resultados de recorridas y observaciones de corte etnográfico acerca de las condiciones del encierro conjunto de menores “abandonados y delincuentes” y contraventores, criminales y vagos mayores de edad. Se sostiene que fueron estas condiciones de hacinamiento, sordidez y promiscuidad prevalecientes en todos los establecimientos penales y correccionales las que condujeron al nacimiento de la primera institución correccional específica para menores varones del país.

El capítulo 6, “La vida en el reformatorio”, se ocupa de historizar los vaivenes que marcaron los primeros años de funcionamiento del correccional de menores y las discusiones que suscitó este primer establecimiento dedicado exclusivamente a ellos. Con este fin, nos detenemos en el escándalo desatado en 1900 en torno a los castigos corporales y el maltrato de que eran objeto los niños por parte de los curas y el personal subalterno que administraba el reformatorio, episodio que, a su turno, dio pie a la salida de los religiosos de la dirección del establecimiento e inició la “era laica” de este. La modernización del reformatorio a partir de 1902 se remonta a partir de dos ejes: por una parte, el lugar del trabajo como clave del tratamiento correccional; por otra, la puesta en pie de un pretensioso dispositivo de producción de conocimiento sobre los presos, la Oficina de Estudios Médico-Legales. El objetivo aquí es reconstruir, hasta donde es posible, la vida y las experiencias de los menores en el reformatorio.

Finalmente, el epílogo titulado “La constitución de un archipiélago penal-asistencial”, ofrece una serie de reflexiones finales, una suerte de balance y una propuesta de lectura del problema de la delincuencia infantil y juvenil en el período 1890-1919 como formando parte de una trama múltiple. Como dijimos, la noción de archipiélago resulta útil para pensar las relaciones de poder que atravesaron a la infancia de las clases trabajadoras, para indicar el carácter nómade de un sector de niños y jóvenes que transitaron por una serie de instituciones, agencias, reclusorios, oficinas y mazmorras muy vinculados entre sí. Policía, defensorías, asilos, reformatorios y leoneras fueron agencias estatales que, no sin conflicto, formaron parte de una trama más amplia, a través de la cual el Estado ejerció la tutela sobre un sector de la población infantil.

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En la reelaboración de la tesis doctoral que condujo a este libro pasaron prácticamente cinco años en los que seguí trabajando una serie de problemas que habían quedado a la vera del argumento central que se desarrolló en la tesis. Esos “cabos sueltos” constituyen derivas de esa investigación madre, que fueron discutidos en reuniones científicas y publicados en libros y revistas del país y del exterior. Algunas de esas conclusiones se han incorporado parcialmente en la redacción de este libro, aunque se ha cuidado mantener los argumentos iniciales tal como fueron concebidos originalmente: si bien ninguna de esas derivas vino a contradecir seriamente las hipótesis de trabajo y la idea matriz, considero que sí han complejizado mi mirada sobre los problemas del campo de estudios de la infancia y de la historia social del delito y la justicia. Por otra parte, me parece oportuno señalar que por cuestiones de espacio se ha eliminado el estado de la cuestión que formaba parte de esta introducción, ahorrándole a quien lea muchas páginas de diálogos historiográficos con los campos de los que hace años vengo aprendiendo. Asimismo, en función de privilegiar la fluidez de la lectura, he omitido una extensa reflexión metodológica que interesa apenas a unos pocos trasnochados que, como yo, alucinamos con los problemas de las fuentes. A quien le plazca, los puede consultar en línea en mi tesis “La niñez desviada: la tutela estatal de niños pobres, huérfanos y delincuentes en Buenos Aires, 1890-1919” (Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2015).

1. Las leoneras policiales o cuadros del departamento eran denominaciones corrientes de la época que referían a los espacios de detención con que contaba la institución policial para mantener privados de libertad a los individuos encausados hasta tanto se ordenase judicialmente el pase a un establecimiento penitenciario. Bajo esa denominación entraban tanto los calabozos de las comisarías y del Departamento Central como los galpones que oficiaban de depósitos de detenidos.

2. José Luis Duffy, nota de la dirección de la Cárcel de Encausados, 25 de enero de 1906, en Memoria del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1905, Buenos Aires, Penitenciaría Nacional, 1906, pp. 429-430, mi subrayado.

3. Roberto Gache, La delincuencia precoz: niñez y adolescencia, Buenos Aires, Lajouane y Cía., 1916, p. 14.

4. En cambio, los defensores de menores parecen haber manejado una población ciertamente más amplia en términos etarios, ya que ellos eran los responsables de la vida de todo menor huérfano, abandonado o que no estuviese sujeto a la patria potestad de otros adultos.

5. José B. Zubiaur, La protección al niño: estudio de las principales disposiciones del Código Penal argentino sobre los menores de edad y de los medios de protección y corrección para los mismos (tesis de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UBA), Buenos Aires, Luis Maunier, 1884, pp. 30-31.

6. Los editorialistas del diario La Nación consideraban que tener “cierta tolerancia con los excesos y extravíos juveniles” era lógico y esperable, pero advertía sobre las consecuencias de esa tolerancia cuando lo que se buscaba era “no herir hogares respetables” a los que pertenecían los “caballeritos de malas costumbres”, con sus “hábitos consuetudinarios de pendencia, embriaguez, estafa y homicidio más o menos alevosos” (“Un grave peligro social”, La Nación, 2 de febrero de 1898).

7. Roberto Gache, La delincuencia precoz, p. 48.

La niñez desviada

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