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Introducción

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Tiénese a la infancia por la época más feliz de la vida. ¿Lo es, realmente? […] Los que gozaron de una niñez holgada y radiante en el seno de una familia rica y culta, sin carecer de nada, entre caricias y juegos, suelen guardar de aquellos tiempos el recuerdo de una pradera llena de sol que se abriese al comienzo de la vida […] Para la inmensa mayoría de los hombres, si acaso vuelven los ojos hacia aquellos años, la niñez es la evocación de una época sombría, llena de hambre y sujeción. La vida descarga sus golpes sobre el más débil, y nadie más débil que el niño.

León Trotsky, Mi vida, 1930

Hace ya varios años, los niños delincuentes llamaron mi atención desde las páginas de los libros de órdenes del día de la policía de la Capital de comienzos del siglo XX. De esos libracos parcos y estandarizados emergían cotidianamente pedidos de captura de menores acusados del hurto de un saco de harina y de muchachitas fugadas de las casas de familia donde estaban colocadas como sirvientas. Esos mismos libros reclamaban que se aprehendiese a jóvenes desertores de distintas instituciones de las fuerzas armadas; informaban de la soltura de menores abandonados que habían sido encerrados “por vagancia” y daban cuenta de los niños a los que se había detenido por infringir las múltiples disposiciones que la policía había ido tejiendo en torno a la vida cotidiana de los niños porteños, que iban desde la prohibición de remontar barriletes hasta la punición para los que se “colgasen” del tramway.

Seducida por esa infancia que no era abrigada por el calor de hogar, ni era contenida en el seno de una familia; que no parecía frecuentar la escuela, ni recibía juguetes importados en las navidades, ni paseaba de la mano de su niñera –esa infancia tan narrada en los relatos autobiográficos de intelectuales y literatos y estudiada por la historia de la educación–, empecé una búsqueda acerca de lo que entonces denominé “la niñez desviada”.

Elegí ese adjetivo porque me resultaba característico de una serie de apartamientos operados sobre estos niños: por carecer de lazos familiares o por pertenecer a familias que hoy llamaríamos disfuncionales, por estar desescolarizados o mantener relaciones eventuales con la escuela, por trabajar por fuera de la vigilancia adulta –frecuentemente en las calles–, por rehusar los criterios de comportamiento esperables para los individuos de su clase y de su edad, por cometer infracciones de distinto calibre, por circular libremente por el espacio público sin control de sus mayores, o por reunir varias de estas circunstancias, esos niños fueron objeto de intervención pública desde fines del siglo XIX. De esa intervención pública desde distintas agencias del Estado sobre los niños pobres, huérfanos y delincuentes de la ciudad de Buenos Aires, entre 1890 y 1920, se ocupan estas páginas.

En este libro se advierte que, al calor de la expansión demográfica que sacudió a la ciudad de Buenos Aires y de las transformaciones sociales y urbanas que recorrieron las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, se produjo una intensificación de las voces de alarma que señalaban el aumento de la vagancia infantil, de la mendicidad en los niños y de la delincuencia precoz. No obstante, se sostiene aquí que esas denuncias no tuvieron una base empírica que las sustentaran. Más bien se constata que lo que se produjo en el cambio de siglo fue un crecimiento de las prohibiciones, de las conductas reprobadas y de las actividades penadas. Se trata de una inflación del arco normativo que se cierne sobre la vida cotidiana de la infancia y la juventud de la clase trabajadora, en la medida en que se castigan, reprimen y restringen actividades, rutinas y comportamientos que tienen una clara pertenencia de clase. Por este motivo, me interesa aquí historizar las prácticas cotidianas, las formas de sociabilidad, de circulación y de habitar de niños y jóvenes pertenecientes a la clase trabajadora de la ciudad de Buenos Aires en la medida en que, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, esas prácticas y cotidianeidades fueron transmutadas y asociadas al mundo del delito o calificadas como “predelictuales”.

En ese proceso histórico que se pone en primer plano en estas páginas se recortó un sujeto sobre el que se volvió la mirada, se proyectaron los temores y las ansiedades de la clase dirigente. Sobre ese sujeto que aquí llamamos “niñez desviada” se volcaron una serie de “especialistas” que construirían sus saberes, campos disciplinares e institucionales en torno de ellos. Se trata de una niñez desviada de lo que las elites imaginaban para la infancia: de su rol de escolares y del ideal de domesticidad que comenzaba a afianzarse, apartada de las conductas públicas esperadas. Es objetivo de este libro, entonces, reconstruir las líneas maestras a través de las cuales se produjo la asociación entre ciertas prácticas y comportamientos infantiles y el mundo del delito, esto es, el proceso de criminalización de algunos aspectos de las formas de vida de las infancias plebeyas.

Un objetivo central es dar cuenta de la conformación histórica de ese sujeto preocupante y punible que en su época fue denominado “infancia abandonada y delincuente”. Es importante indagar las razones por las que niños “abandonados y delincuentes” formaron parte de un mismo problema, habitaron las mismas instituciones y protagonizaron conjuntamente las políticas públicas para menores. Estas intervenciones implicaron la puesta en práctica de medidas asistenciales y penales que no se distinguen entre sí: el asilo, la corrección, el depósito, el castigo y la guarda se confunden en la experiencia concreta de los menores tutelados. Retomamos aquí la noción de archipiélago para referir al conjunto de establecimientos, agencias estatales e instituciones particulares que se ocupaban de la “infancia abandonada y delincuente”. Colonias agrícolas e industriales, colonias penitenciarias, asilos, batallones correctivos, reformatorios y sociedades de patronato constituían dispositivos disciplinarios que formarían parte de ese archipiélago, que en su funcionamiento hilvanaba ilegalismos, irregularidades, desviaciones, anomalías y delito (Foucault, 2006 [1975]: 300-314). A su vez, caracterizamos este archipiélago como penal y asistencial en la medida en que las prácticas abiertamente represivas de ciertas instituciones convivieron con otras, que aspiraban a la “protección” y “salvaguarda” de los niños. Represión y amparo son dos aspectos muchas veces inseparables de las relaciones que las distintas agencias estatales aquí estudiadas entablaron con la infancia urbana plebeya.

Al mismo tiempo, la noción de archipiélago resulta útil para poner de relieve las relaciones confrontadas y resistidas entre policía, defensores de menores y administradores penitenciarios, los agentes estatales privilegiados de la constitución de esa “infancia abandonada y delincuente”, en la medida en que fueron ellos quienes entraron en relación directa con los niños y jóvenes plebeyos y gestionaron su paso por el archipiélago penal-asistencial que desplegaron en torno suyo en el período que estudiamos.

Este libro se ocupa, entonces, de las intervenciones cruzadas de distintos agentes y agencias estatales sobre esa niñez desviada: se privilegian las relaciones que establecieron con la infancia de las clases trabajadoras la policía de la Capital, los defensores de menores y las autoridades encargadas de la administración del primer reformatorio nacional, conocido como Casa de Corrección de Menores Varones. Si bien cada una de estas agencias actuaba de manera independiente de las demás, todas guiadas por su propia lógica de funcionamiento y condicionadas por su lugar en la estructura administrativa estatal, lo cierto es que mantuvieron contactos y establecieron relaciones que no siempre fueron armoniosas, sino que se caracterizaron por tensiones, conflictos y negociaciones permanentes. Las disputas en torno al ejercicio de la tutela estatal de niños pobres, huérfanos y delincuentes fueron constitutivas del proceso de construcción del Estado en sus diversas agencias educativas, judiciales, penitenciarias y administrativas (Devoto y Madero, 1999).

La policía jugó un rol central en el proceso de criminalización de la “niñez desviada” en la medida en que creó una serie de normas legales que, en forma de edictos y disposiciones, tendieron a intervenir de manera cotidiana sobre la realidad de un vasto sector de la infancia y la juventud de las clases trabajadoras. En este sentido, retomamos la preocupación por las formas en que se definen e instrumentan las nociones de delito, así como la legitimidad del castigo y la corrección que le cupo a la “infancia abandonada y delincuente” en el trayecto que va entre 1890 y 1919, momento en que se cristalizaron una serie de prácticas asistenciales y correccionales en la Ley de Patronato de Menores.

A su vez, se plantea que los defensores de menores tuvieron un papel destacado en el entramado institucional encargado de la tutela de los menores “abandonados y delincuentes”. Autoridad administrativa a cargo del destino de niñas, niños y jóvenes carentes de otros adultos que ejercieran sobre ellos la patria potestad, los defensores de menores jugaron un papel articulador dentro del archipiélago penal-asistencial que se tramó en torno a la “niñez desviada”. La circulación de menores por distintos establecimientos de asilo y corrección, así como por las fuerzas armadas, las casas particulares e incluso por establecimientos productivos, fue producto de las condiciones materiales en que se llevó adelante la tutela estatal. Fuese a través de las colocaciones familiares o mediante la internación en establecimientos asilares y correccionales, el ejercicio de la tutela del Estado sobre esta infancia minorizada supuso experiencias vitales estigmatizantes. Interesa aquí reconstruir el movimiento histórico que llevó al nacimiento de instituciones penales específicamente diseñadas y organizadas para la corrección de menores, que supuso el paso del encierro indiferenciado para adultos y niños al nacimiento de formas específicas de castigar a estos últimos.

Es importante señalar que el nacimiento del reformatorio como institución de encierro organizada específicamente para el apartamiento de la vida social de los menores no fue el resultado directo de la existencia de niños y jóvenes delincuentes, es decir, la puesta en pie de instituciones correccionales y tutelares no fue la respuesta estatal al crecimiento objetivo del fenómeno de la delincuencia infantil y del abandono de niños que se habría desarrollado a caballo del cambio de siglo, sino que ambos procesos –la creación de espacios de reclusión para menores y la de los sujetos que las poblarían– fueron construcciones sociales e históricas que corrieron en paralelo. En este sentido, coincidimos plenamente con la hipótesis que plantea que la minoridad es una “invención” social (Platt, 1997; Vianna, 2007 [1999]; Zapiola, 2007b). Más que buscar relaciones causa-efecto entre delincuencia y prisión, entre abandono de niños y hospicio, entre orfandad y asilo, creemos que es necesario ensayar una explicación del nacimiento de las instituciones de encierro que hilvane tanto la existencia real de los fenómenos sociales (la delincuencia infantil, el abandono de niños, la orfandad) como las tensiones que se hallaban detrás de sus promotores institucionales (sus intereses, sus prejuicios, su lugar en el entramado estatal y social, su derrotero profesional, etc.). El reformatorio no nació como respuesta a la existencia de menores “incorregibles” y “peligrosos”; los reformatorios (y los asilos, las escuelas de artes y oficios, los orfanatos, las colonias, es decir, toda la red institucional de encierro de menores que conformaba el archipiélago penal-asistencial) se pusieron en pie a la vez que se producían sus destinatarios, o sea, en paralelo a la invención de los menores. ¿Cómo se produjo ese proceso? ¿De dónde se reclutaron los niños y jovencitos que poblaron los establecimientos correccionales y cómo vivieron las experiencias de reclusión?

Las coordenadas espaciales y temporales que delimitan los contornos de esta investigación son la ciudad de Buenos Aires en su período de mayor crecimiento demográfico, mientras atravesaba uno de los procesos de transformación más profundos de su historia en términos económicos y políticos, pero sobre todo sociales y culturales. La decisión de tomar como marco cronológico las tres décadas que median entre 1890 y 1919 no está dictada, sin embargo, por ese contexto de modernización social y transformación urbana. Esta periodización se resolvió atendiendo a la dinámica propia del objeto de estudio. Así, partimos de la década de 1890 porque representa un quiebre en la historia de la infancia minorizada. Consideramos que esos años constituyen un momento de alta tensión en el que es posible constatar una vigorización de las preocupaciones de las “elites morales” por esa niñez desviada y una intensificación de la intervención policial sobre la infancia y la juventud plebeyas. Esa renovada intervención policial se verifica en la producción de una mayor normativa (disposiciones y edictos policiales) que buscaba ordenar la presencia infantil en el espacio público, con la intención de reducirla e, idealmente, eliminarla. A su vez, la década de 1890 fue testigo de la expansión de la capacidad de encierro estatal general (acorde con la multiplicación de establecimientos carcelarios dependientes tanto de la policía de la Capital como del Ministerio de Justicia), así como de la diferenciación del encierro infantil respecto del de los adultos. Fue a lo largo de esos años cuando las preocupaciones públicas se transformaron en políticas concretas dirigidas a intervenir en la vida cotidiana de niñas, niños y jóvenes pobres de Buenos Aires: desde la fundación del Patronato de la Infancia en 1892 hasta la inauguración (después de una década de gestiones, marchas y contramarchas) del primer reformatorio argentino en 1898, la década de 1890 constituyó un claro punto de partida. Del mismo modo, 1919 –momento de sanción de la ley 10.903, de Patronato de Menores– constituye otro mojón ineludible en la historia de la infancia y la juventud de las clases laboriosas, que elegimos como cierre de nuestro período por constituir un elemento altamente simbólico que cristaliza y legitima una serie de prácticas que se institucionalizaron a lo largo de los años que estudiamos. La Ley de Patronato, que estuvo en vigencia en nuestro país hasta su derogación en 2005, consagró la “doctrina de la situación irregular”, una concepción del derecho de menores que los interpreta como objeto de tutela y protección segregativa en virtud de la cual el Estado se reservaba el derecho de intervenir a través de sus organismos administrativos y judiciales en la vida de niñas, niños y jóvenes calificados en situación de “abandono moral o material”, facultando a los jueces para “disponer” de ellos sin necesidad de que mediara la comisión de delitos. Las medidas tutelares que la Ley de Patronato vino a legitimar legalmente en 1919 llevaban tres décadas practicándose. En este sentido, el período 1890-1919 constituye un nudo central para entender la historia de la infancia minorizada en la Argentina del siglo XX hasta hoy, porque fue entonces cuando se sedimentaron prácticas, políticas, representaciones e instituciones que estaban llamadas a perdurar durante los cien años siguientes.

La niñez desviada

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