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1. La producción histórico-social de la delincuencia
ОглавлениеLa propuesta que atraviesa este libro parte de una perspectiva compartida por muchos investigadores acerca del carácter artificial, social e históricamente construido del delito y la delincuencia. Tanto desde el campo de los estudios sobre la infancia como desde el de la historia social del delito y la justicia, una serie de científicos sociales vienen trabajando en este sentido, y señalando la necesidad de reflexionar sobre los procesos sociales que contribuyen a “la valoración de ciertas prácticas como ilegales”, proceso que “pose una historicidad específica que debe analizarse en cada caso” (Yangilevich, 2012: 17).
Como advierte Máximo Sozzo (2009: 2), pensar el delito como “invención humana” y advertir la “ficción” que implica esta concepción “no implica tratarlo como mera ilusión”, sino tomar conciencia sobre la complejidad del objeto. En este sentido, es preciso pensar la criminalidad infantil en su contexto de producción: los procedimientos que la definen, los instrumentos con que se gestiona y se controla, las políticas públicas que se tejen a su alrededor (que son tanto penales como asistenciales) y las instituciones que intervienen en esa empresa. Esta investigación se interroga por el carácter de esa transgresión; la interpela como objeto de estudio y se pregunta en qué medida eso que se llamaba “transgresión” y “delito” no era otra cosa, ¿en qué consistía concretamente aquello que los contemporáneos identificaban como “delincuencia precoz”?, ¿hasta qué punto no deberíamos pensar en la construcción histórica del delincuente precoz como el resultado de un proceso de criminalización de las prácticas, las conductas y los hábitos de un sector social? Este libro pretende recorrer estos senderos procurando dar cuenta del lugar de los sujetos en esos procesos históricos; de sus relaciones y experiencias.
En términos generales, la documentación disponible ha sido producida por diferentes actores sociales e institucionales que formaban parte de las elites morales. A medida que avancé sobre sus informes y estadísticas, sus memorias y actas, sus crónicas y disertaciones, me convencí del carácter artificial, en el sentido de ser un producto socialmente construido, de las categorías con que estas elites organizaban el mundo. Buscando dar cuenta de las múltiples formas de intervención estatal sobre la “infancia abandonada y delincuente”, me encontré con que muchas de ellas fueron dirigidas a regular, ordenar, influenciar y modificar las formas de vivir de esos sujetos. Profundamente convencidos de que sus intervenciones sobre esos niños torcerían el rumbo (equivocado) de sus vidas, las elites morales no se limitaron a asilar a los huérfanos y a corregir a los delincuentes, sino que operaron sobre un vasto y heterogéneo conjunto: los niños y los jóvenes de clase trabajadora. ¿Cuánto de lo que estas crónicas contaban sobre la “niñez desviada” era real y cuánto había de inventado? ¿Cuánto era prejuicio y cuánto retrato de aquello que observaban? ¿Cuánto de la vida cotidiana de esos muchachitos llegaba a filtrarse entre líneas en los discursos censuradores –altamente prescriptivos y preceptivos– sobre sus usos y costumbres? ¿Era posible hacer esa distinción?
Estas preguntas me alentaron a recuperar algunas contribuciones más clásicas provenientes de la historia social para intentar reconstruir las condiciones materiales y las formas de vida de los niños y los jóvenes de la clase trabajadora y a rebuscar en esa tradición historiográfica (en su metodología y entre sus herramientas) para procurar reponer los rasgos más sobresalientes de esa cotidianeidad sobre la que las elites morales operaron. Esto implicó, por un lado, recurrir a otras fuentes que en un principio no estaban dentro de mi horizonte documental: memorias y autobiografías, aguafuertes y crónicas urbanas, novelas y cuentos. Por otro lado, supuso la lectura a contraluz de las fuentes de que disponía: una lectura atenta a los pliegues, a lo marginal, a lo implícito, a lo sugerido (más que a lo efectivamente dicho); una lectura a contrapelo que me permitiese reconstruir esa vida cotidiana de los niños y jóvenes plebeyos. Puesto que lo que me interesaba era la criminalización de esa vida cotidiana, me interrogué acerca de cómo se asocian ciertas formas de vivir con comportamientos caracterizados como predelictuales, que ameritan iguales correcciones que los delitos mismos. ¿Cómo se construyen, a lo largo de los treinta años que recorre este libro, formas de clasificar y juzgar las conductas infantiles que a su vez informan maneras específicas de caracterizar su “peligrosidad” y su necesidad de corrección?
En la medida en que este libro pretende dar cuenta de cómo ciertos aspectos de esas formas de vivir características de la infancia y la juventud de las clases plebeyas de fines del siglo XIX se convierten en objeto de la “actividad criminalizadora del Estado” (Marteau, 2003: 3), proponemos observar cómo las elites morales confluyeron en la sanción moral de ciertas prácticas, actitudes y conductas. En este sentido, esta investigación procura sacar a la luz los mecanismos que pusieron en juego distintas agencias y agentes estatales en el proceso de conversión del “niño” en “menor”.
De este modo nos interrogamos tanto por las características de la denuncia de una permanente inflación de la delincuencia de menores como por la naturaleza de esa delincuencia. ¿De qué estaba hecha la “delincuencia infantil”? ¿En qué medida los niños y jovencitos que la engrosaban habían, efectivamente, delinquido? Sin alentar una mirada romántica y edulcorada de esos niños y jóvenes, nos propones desbrozar los motivos por los cuales entraban en contacto con la policía y las defensorías de menores, las dos agencias estatales más frecuentadas por ellos. ¿Cómo contabilizaba el Estado ese fenómeno y qué trato le dispensaba? En las respuestas a estas preguntas veremos en acción a múltiples agentes y agencias estatales. Policías, estadísticos, políticos, defensores de menores, jueces, médicos legistas y administradores penitenciarios dieron vida a sendas instituciones involucradas en la tutela de los menores. Comisarías, leoneras1 y depósitos policiales, oficinas de estadística municipal, despachos legislativos y ejecutivos, defensorías, juzgados, espacios de reconocimiento médico y psicológico, prisiones, reformatorios, asilos y casas de corrección fueron los espacios donde cobró vida esa “niñez desviada”.
Ahora bien, ¿cómo se tramitó esa criminalización en una época en la que no existía un fuero judicial específico para los menores? Y, por otra parte, ¿la ausencia de un fuero judicial específico supone la inexistencia de una justicia de menores? Entiendo que no. Este libro es, en cierto modo, un libro de historia de la justicia de menores antes de la justicia de menores. En parte como resultado de las características del archivo con que trabajé, se ofrece un esquema de interpretación que privilegia la observación del funcionamiento de una justicia de menores más administrativa: la que ejercen los defensores, los policías y los penitenciaristas.
Esta justicia de menores comprometía a la policía que levantaba a los niños de la calle; a la burocracia más estrecha de la comisaría que resolvía si la detención sería efímera y no dejaría rastro escrito o si ameritaba el inicio del trámite administrativo. Muchas veces ese trámite involucraba a los defensores de menores, que intervenían en el destino del niño en cuestión. El sistema de justicia a la vez envolvía a quienes administraban el establecimiento en el que el menor purgaba una condena que, por la lentitud del procedimiento judicial y la poca cuantía de las penas, frecuentemente llegaba cuando el tiempo pasado en el encierro ya la había rebasado. Se trata, por lo tanto, de una justicia de menores en un sentido amplio la que me interesa escudriñar, que extiende sus dominios fuera de la letra de la ley y del ámbito del juzgado; una justicia que incluye tanto la producción de la norma a un nivel capilar como las condiciones históricas de secuestro institucional de menores; una justicia que abarca tanto el proceso de construcción de la burocracia penal, penitenciaria, judicial y administrativa como los choques, los conflictos y las negociaciones entre sus agentes. Una historia de la justicia de menores en sentido amplio.