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Prólogo Apetito

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A continuación se sucede una lista de cosas espantosas:

Las mandíbulas de los tiburones, las alas de los buitres,

El mordisco rabioso de los perros de guerra,

La voz de alguien que nos dejó hace tiempo.

Pero lo peor es la mirada del espejo,

Que va restando los días que nos quedan.

Recto Patizambo, el Poeta nómada de Abarat

Otto Houlihan se sentó en la oscura habitación y escuchó jugar a derribar al demonio a las dos criaturas que le habían llevado hasta allí, una cosa con tres ojos llamada Lazaru y su compinche, Bebé Conjuntivitis. Después de la vigésimo segunda partida, no pudo controlar su nerviosismo e irritación.

—¿Cuánto más voy a tener que esperar? —exclamó.

Bebé Conjuntivitis, que tenía unas largas zarpas de reptil y la cara de un infante demente, dio una calada a un cigarro azul y exhaló una nube de humo acre en dirección a Houlihan.

—Te llaman el Hombre Entrecruzado, ¿no es así? —preguntó.

Houlihan asintió, dedicándole a Conjuntivitis su mirada más hostil, el tipo de mirada que suele amedrentar a los hombres. La criatura no estaba sorprendida.

—Crees que das miedo, ¿verdad? —dijo—. ¡Ja! Esto es Gorgossium, Hombre Entrecruzado. Esta es la isla de la Hora de la Medianoche. Cualquier cosa oscura e impensable que haya sucedido en alguna ocasión, ha sucedido aquí. Así que no intentes asustarme. Estás perdiendo el tiempo.

—Solo preguntaba.

—Sí, sí, te hemos oído —intervino Lazaru mientras el ojo que tenía en medio de su frente miraba a un lado y a otro constantemente de un modo inquietante.

—Tendrás que ser paciente. El Señor de la Medianoche se reunirá contigo cuando esté preparado.

—Tienes noticias urgentes, ¿no es así? —preguntó Bebé Conjuntivitis.

—Eso es entre él y yo.

—Te lo advierto, no le gustan las malas noticias —dijo Lazaru—. Se pone hecho una furia, ¿verdad, Conjuntivitis?

—¡Se vuelve loco! Despedaza a la gente con sus propias manos.

Intercambiaron una mirada conspiratoria entre ellos. Houlihan no dijo nada.

Solo intentaban asustarlo y no estaba funcionando. Se levantó y se acercó a la estrecha ventana para observar el tumoroso paisaje de la Isla de Medianoche, fosforescente de corrupción. Algo de lo que había dicho Bebé Conjuntivitis era cierto: Gorgossium era un lugar terrorífico. Veía la silueta de innumerables monstruos mientras se desplazaban por el desolado paraje; Olía un incienso picante y dulce que surgía de los mausoleos del cementerio rodeado de niebla; Oía el estridente estruendo de los taladros de las minas donde se producía el barro que Mater Motley usaba para rellenar las tropas de cosidos de Medianoche. Aunque no estaba dispuesto a dejar que ni Lazaru ni Conjuntivitis notaran su inquietud, se sentiría aliviado cuando hubiera informado a su anfitrión y pudiera marcharse a lugares menos aterradores.

Se produjeron algunos murmullos a sus espaldas, y un instante después Lazaru anunció:

—El Príncipe de la Medianoche puede recibirle.

Houlihan apartó la vista de la ventana y vio que la puerta que se encontraba en la otra punta de la sala estaba abierta. Bebé Conjuntivitis le hacía gestos para que entrara.

—Vamos, vamos —le apresuró el infante.

El hombre se dirigió hacia la puerta y se detuvo en el umbral. De las tinieblas de la habitación salió la voz de Christopher Carroña, severa y adusta.

—Pasa, pasa. Llegas a tiempo para ver el festín.

Houlihan siguió el sonido de la voz de Carroña. Había una luz centelleante en medio de la oscuridad que iba ganando intensidad progresivamente y, cuando se iluminó todo, vio al Señor de la Medianoche a escasos diez metros de él. Vestía ropas grises y unos guantes que parecían hechos de una delicada cota de malla.

—No hay mucha gente que llegue a ver esto, Hombre Entrecruzado. Mis pesadillas tienen hambre, así que voy a alimentarlas. —Houlihan se estremeció—. ¡Mira, hombre! No bajes la vista al suelo.

El Hombre Entrecruzado levantó la mirada a regañadientes. Las pesadillas de las que Carroña hablaba estaban flotando en un fluido azul que tenía en un collar transparente situado alrededor de la cabeza de Carroña. Dos tuberías emergían de la base del cráneo de Carroña. No eran más que largos hilos de luz; pero había algo en su movimiento agitado, el modo en que recorrían el collar, a veces tocando la cara de Carroña y otras presionando el cristal, lo que hacía patente su apetito.

Carroña levantó la mano hasta el collar. Una de las pesadillas hizo un movimiento rápido, como una serpiente atacando, y se abalanzó hacia la mano de su creador. Carroña la levantó hasta sacarla fuera del fluido y la estudió con tierna curiosidad.

—No parece gran cosa, ¿no crees? —dijo Carroña. Houlihan no contestó. Solo quería que Carroña mantuviera esa cosa lejos de él—. Pero cuando se enroscan dentro de mi cabeza me muestran horrores deliciosos. —La pesadilla se iba marchitando en la mano de Carroña, soltando un chillido fino y agudo—. Así que de vez en cuando las recompenso con un buen y opulento festín de terror. Les encanta el terror. Y para mi es difícil sentirlo últimamente. He visto muchos horrores en mi vida. Así que les proporciono a alguien que sí sienta miedo.

Mientras decía esto, soltó la pesadilla. Esta se escurrió de su mano y se golpeó contra el suelo. Sabía perfectamente a dónde debía ir. Serpenteó por el suelo parpadeando de emoción, la luz que provenía de su delgada silueta iluminó a su víctima: un hombre corpulento, con barba, que estaba agachado contra la pared.

—Piedad, mi señor… —sollozó—. Solo soy un minero de Todo.

—Oh, ahora estate callado —dijo Carroña como si se estuviera dirigiendo a un niño molesto—. Mira, tienes visita.

Se volvió y señaló al suelo donde se deslizaba la pesadilla. Entonces, sin esperar a ver qué pasaba, se dio la vuelta y se acercó a Houlihan.

—Bien —dijo—. Cuéntame lo de la chica.

Totalmente intimidado por el hecho de que la pesadilla estuviera suelta y que en cualquier momento pudiera volverse contra él, Houlihan balbuceó algunas palabras:

—Ah, sí… sí… la chica. Se me escapó en Martillobobo. Junto con un geshrat llamado Malingo. Ahora viajan juntos. Volví a pisarles los talones en Soma Pluma. Pero se escabulló de nuevo entre algunos monjes peregrinos.

—¿Así que se te ha escapado dos veces? Me esperaba algo mejor.

—Tiene poderes —respondió Houlihan a modo de auto justificación.

—¿De verdad? —dijo Carroña. Mientras hablaba sacó con cuidado otra pesadilla de su collar. Esta bufó y siseó. Dirigiéndola hacia el hombre de la esquina, soltó la criatura de su mano que se deslizó hacia donde se encontraba su compañera—. Debe ser capturada a toda costa, Otto —continuó Carroña—. ¿Comprendes? A toda costa. Quiero conocerla. Más que eso. Quiero entenderla.

—¿Cómo hará eso, señor?

—Descubriendo qué pasa por esa cabeza humana que tiene. Leyendo sus sueños, en primer lugar. Lo cual me recuerda… ¡Lazaru!

Mientras esperaba a que su sirviente asomara por la puerta, Carroña sacó otra pesadilla de su collar y la soltó.

Houlihan vio cómo se unía a las otras. Se habían acercado mucho al hombre, pero aún no lo habían atacado. Parecían esperar una orden de su amo.

El minero seguía suplicando. De hecho no había dejado de suplicar durante toda la conversación entre Carroña y Houlihan.

—Por favor, señor —seguía implorando—. ¿Qué he hecho para merecer esto?

Carroña finalmente le contestó.

—No has hecho nada —explicó—. Simplemente hoy te he elegido de entre la multitud porque estabas maltratando a uno de tus hermanos mineros. —Volvió a echarle un vistazo a su víctima—. Siempre hay miedo en los hombres que son crueles con otros hombres. —Apartó la vista de nuevo, mientras las pesadillas esperaban dando latigazos con sus colas expectantes—. ¿Dónde está Lazaru? —preguntó Carroña.

—Aquí.

—Encuéntrame el aparato de los sueños. Ya sabes cuál.

—Por supuesto.

—Límpialo. Voy a necesitarlo cuando el Hombre Entrecruzado haya cumplido con su trabajo. —Su mirada se posó en Houlihan—. En cuanto a ti —dijo—, sigue con la persecución.

—Sí, Señor.

—Atrapa a Candy Quackenbush y tráemela. Viva.

—No le fallaré.

—Será mejor que así sea. Si me fallas, Houlihan, entonces el próximo hombre que se sentará en esa esquina serás tú. —Murmuró unas palabras en abaratiano antiguo—: Thakram noosa rah. ¡Haaas!

Era la orden que esperaban las pesadillas. Atacaron en un abrir y cerrar de ojos. El hombre trató de evitar que treparan por su cuerpo, pero era inútil. Cuando alcanzaron su cuello procedieron a envolver sus palpitantes extremidades alrededor de su cabeza, como si quisieran momificarlo. Sofocaron parcialmente sus gritos, pero aún se le podía oír mientras sus súplicas de clemencia a Carroña se transformaban en alaridos y gritos. A medida que crecía su miedo, las pesadillas iban engordando, desprendiendo destellos más y más brillantes de luminiscencia pálida mientras se nutrían. El hombre continuó pateando y resistiéndose durante un rato, pero pronto sus chillidos se debilitaron hasta convertirse en sollozos y, finalmente, incluso estos se detuvieron. Igual que su lucha.

—Oh, qué decepción —comentó Carroña, pateando el pie del hombre para confirmar que el miedo efectivamente había acabado con él—. Pensé que duraría más tiempo.

Volvió a hablar en idioma antiguo y las ahora nutridas y perezosas pesadillas se desanudaron de la cabeza de su víctima y volvieron hacia Carroña. Houlihan no pudo evitar alejarse uno o dos pasos por si las pesadillas le confundían con otra fuente de comida.

—Vete, pues —le dijo Carroña—. Tienes trabajo que hacer. ¡Encuentra a Candy Quackenbush!

—Dicho y hecho —contestó Houlihan.

Sin mirar atrás ni para echar un vistazo, se apresuró a salir de la cámara de los horrores y bajó por las escaleras de la Duodécima torre.

Días de magia, noches de guerra

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