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Lengua y estilo

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Aunque sabemos que no resulta impropia en la literatura técnica antigua, la calidad estilística de la Res rustica llama nuestra atención si la comparamos con la lengua de los demás agrónomos latinos, en particular Catón y Paladio. Esa calidad, que los estudiosos de las letras romanas han reconocido habitualmente a nuestro autor, determinó, por ejemplo, que el erudito escritor ilustrado Cándido María Trigueros apodara ya a Columela «el Tulio de la Labranza» 48 . La mención de Cicerón se revela algo más que simple marchamo de calidad y clasicismo: la influencia del Arpinate es visible desde el comienzo mismo de la obra (Saepenumero ciuitatis nostrae principes audio culpantis …, en paralelo con el principio del De oratore (Cogitanti mihi saepenumero et memoria uetera repetenti…) , y continúa con otros puntos de contacto que muestran cómo Columela ha elegido los tratados retóricos de Cicerón como modelo preferente para el Prefacio inaugural de la Res rustica 49 . De este Prefacio ha dicho Richter que constituye «uno de los más notables testimonios del ciceronianismo en el siglo I después de Cristo» 50 . Así pues, sin que ello pueda sorprendernos, Cicerón es una referencia fundamental para comprender y valorar los procedimientos retóricos de la prosa de nuestro autor; es presumible que en su formación de adolescente —todavía en la Bética, suponemos— él fue, junto con Virgilio, el principal modelo. Luego vendrá a añadirse a ambos el Varrón agronómico, con quien Columela establece una relación más propiamente de aemulatio: no en vano aspiraba, hasta cierto punto, a suplantarlo, como en general a la tradición agronómica anterior. Lo que no impedía tenerlo presente también a efectos retóricos, al igual que debió de ocurrir con otra fuente todavía más próxima y de dicción más sobria, el Celso agrícola que hemos perdido y que seguramente influyó no sólo en la materia, sino en la expresión literaria del gaditano. Forma y contenido son inseparables en su idea de la agronomía; así, en II 1, 2 dice de su predecesor Tremelio Escrofa que «transmitió a la posteridad, con elegancia y saber unidos, gran número de preceptos agrícolas» 51 . Es así como, con dos modelos básicos, Cicerón y Virgilio, más la presencia de Varrón y Celso, entre otros, había de configurarse la lengua y el estilo de Columela como una muestra, característica y peculiar a la vez, de la latinidad argéntea. Se habla a este propósito de una prosa artística en la que se difuminan las fronteras entre lengua de la prosa y lengua de la poesía, y se contrapone el latín enérgico, pero un tanto oscuro y áspero, del Varrón agronómico con la fluidez y elegancia de Columela 52 . Y no se crea que esa calidad literaria ha beneficiado siempre a nuestro autor, pues a la larga iba a suponer un obstáculo para la difusión de la Res rustica , ya desde la tardía Antigüedad y durante los siglos oscuros. Plinio el Viejo y Paladio 53 criticarán, con velada alusión a Columela, el uso de un estilo rebuscado cuando el tema y el destinatario de la obra requieren una exposición sencilla; y Casiodoro, en el umbral de la Edad Media, recomendará a sus monjes iletrados «la absoluta claridad» (planissima lucidatio) de Paladio, frente a un Columela difícil, disertis potius quam imperitis acommodus , esto es, «más adecuado para las gentes cultivadas que para los inexpertos» (Instit. div . I 28, 6).

No disponemos, sin embargo, de un estudio completo y sistemático de la lengua de Columela, y esta ausencia se traduce en apreciaciones a veces poco firmes e incluso en una cierta contradicción. Un punto dudoso, por ejemplo, es su observancia o no de las normas de la prosa métrica; mientras unos la suponen o la intuyen 54 , hay quien adopta al respecto una actitud más prudente: Josephson, en la Introducción de su fundamental estudio sobre la tradición manuscrita de nuestro autor, declara que, vista la discutible evidencia del carácter rítmico de la prosa columeliana, no ha tomado en consideración ese hipotético «Prosarhythmus» como criterio para el establecimiento crítico del texto. Y ello en razón de que él mismo ha contabilizado las distintas cláusulas presentes en una muestra de la Res rustica (el Prefacio general, del libro I, y el libro IX entero) y comparado los resultados con autores de la misma época (Plinio, Frontino, Séneca), llegando a la conclusión de que, en conjunto, la frecuencia de esas cláusulas en Columela «está más cerca de la de un texto no métrico que de la de uno típicamente rítmico (Séneca, Cicerón), si bien, por otro lado, no es mucho menor que la de Plinio el Viejo o la de Frontino» 55 . Y si esta divergencia se da en un aspecto objetivo, cual es la prosa métrica, no habrá de extrañar que se produzca al evaluar rasgos de estilo más difusos, tales como el gusto por el color o un cierto dramatismo expresivo, que suelen atribuirse a los escritores hispanos del siglo I , Columela entre ellos. Si bien esto se ha dicho sobre todo del libro X, y de ello hablaré luego, a veces la etiqueta de «estilo español (hispano)» se extiende también a la prosa, aunque sea para negarlo, como en estas palabras de J. Wight Duff: «Una cosa, al menos, es reconfortante, que [Columela] no carga al lector con trozos de lucimiento o con los artificios de su época. Hay en él alusiones a costumbres hispanas y a nombres hispanos, pero no hay retórica hispana» 56 .

Resulta significativo, en fin, que Francesca Boldrer recurra todavía 57 a lo escrito por Kottmann o Kappelmacher, a principios del pasado siglo, sobre la lengua de Columela 58 . Martin, que cita también a Kappelmacher, se contenta con dar unos cuantos rasgos generales: búsqueda constante de la variatio en la sintaxis (gran número y variedad de subordinadas) y el léxico (abundancia de sinónimos), gusto por la disposición simétrica (o mediante correlaciones) de los miembros de la frase o del período, y respeto de las exigencias de la prosa métrica 59 . La falta de un estudio reciente sobre la lengua de nuestro agrónomo resulta menos comprensible tras la aparición del Index 60 y la generalización de los medios informáticos, por más que en el campo lexicográfico sí han aparecido algunos trabajos 61 . Así las cosas, me limitaré a enumerar a continuación algunas características de la lengua y el estilo de la Res rustica , sirviéndome para ello de las observaciones de Kappelmacher y de Richter, así como de mi propia experiencia de traductor.

Rasgo principal, unánimemente señalado, es la variatio 62 , tanto léxica como sintáctica. Kappelmacher 63 aporta, entre otros, los ejemplos de «arar», esto es, arare y sus muchos sinónimos (inarare, imporcare, agros sulcare, agrum uertere, terram uersare, ueruagere agros, terram subigere, terram resoluere, terram perfodere , etc.), o la secuencia de distintos pronombres: pollicem… quem quidam custodem, alii resecem, nonnulli praesidiarium appellant (IV 21, 3) 64 ; o bien señala variaciones de caso, de persona o de modo en determinados pasajes. Anota asimismo el gusto por fórmulas aliteradas, del tipo alacer atque audax (VII 6, 9), o por la lítotes; y advierte la ausencia de preposición en construcciones como abstinere (ab) aliqua re o spectare (ad) más acusativo, así como la tendencia a usar el adverbio longe , en lugar de multo , seguido de comparativo: longe laetior , v. gr., en V 6, 3. En conjunto, la impresión que se obtiene no es precisamente la de una total dependencia de su admirado Cicerón, sino la de una lengua que, al decir de Kappelmacher, se sitúa «en la línea que lleva de Salustio 65 a Tácito, pasando por Livio y Virgilio». Los tecnicismos que en ella encontramos serían los propios de la materia tratada, aunque ese dominio lingüístico del tema no está libre de cierta pedantería. Y como trazo final del estilo de nuestro agrónomo, reconocido también por todos, anota Kappelmacher el gusto por la personificación del mundo natural, fruto del aliento poético que respira su obra y de su amor por la Naturaleza.

Richter se detendrá en este rasgo básico de la expresión columeliana, señalando analogías, paralelismos o comparaciones que humanizan plantas y animales 66 . Así, la analogía entre el organismo vegetal y el cuerpo humano de III 10, 9-11, con sus funciones respectivas, inspirada en Platón y en los estoicos; o la traslación de términos entre los mundos vegetal, animal y humano: el estiércol es el alimento con que «cebamos» al campo (II 5, 1); la cepa es como alguien a quien hay que tratar «con clemencia» (IV 27, 2); el árbol injertado debe «servir» al injerto (V 11, 11); el ganado se recoge y se cuenta al igual que se hace en la milicia con los soldados (VI 23, 2-3); el palomar se dispone de tal o cual manera para evitar «la tristeza» y el debilitamiento de las aves que están criando (VIII 8, 4). Más allá del estilo, en estos ejemplos advertimos una idea trascendente, un sentimiento de la Naturaleza. Subraya asimismo Richter 67 la atención prestada por Columela al léxico agrícola, pero no entendido como terminología, sino como «uso lingüístico» (Sprachgebrauch) que en muchos casos conocemos precisamente por él. «Los agricultores lo llaman de tal o cual manera», dice a menudo el gaditano, e incluye también denominaciones no romanas: galas (candetum, candosoccus) , hispanas (Vulturnus, zaeus) y sobre todo griegas (éstas abundan en la zootecnia y la veterinaria, así como en la horticultura), indicio fehaciente de su competencia en esta lengua. En cambio, las veleidades etimologistas al modo de Varrón no tienen cabida en su tratado. Su interés por el origen de las palabras es menor que el que siente por los objetos y su denominación entre los labradores, así como por la práctica misma de la agricultura: lo cual hace pensar —concluye— que Columela destinaba su obra a distinguidos terratenientes urbanos, a quienes quería dar a conocer los nombres y técnicas agrícolas reales para ganar su confianza.

He aquí algunos rasgos característicos de la lengua y el estilo de Columela. Pero queda, seguramente, mucho por decir, y algo de ello descubre la práctica de la traducción 68 . En cuanto a los recursos estilísticos, por ejemplo, y aun siendo la variatio el más evidente, constatamos también cierta predilección por determinadas figuras, como la hendíadis 69 . Y en el terreno de la sintaxis son muchos los usos que merecen anotarse, de los que doy una muestra a continuación. Particular interés suscita el empleo de los pronombres: neutralización de la oposición identificador / enfático (idem / ipse) 70 ; uso de ipse con valor cercano a ille o is , semejante a un artículo 71 ; correlación unus … alter … (IV 29, 11), equivalente a alius … alius …; utilización de algunos distributivos como cardinales 72 , etc. En la sintaxis de los casos, el ablativo presenta algunos empleos notables que no puedo detallar aquí (mencionaré sólo el de in + ablativo con valor instrumental 73 ); y en la oracional, llama la atención el uso de algunos nexos o partículas, como el at de transición (IV 22, 7), más que adversativo, o iam también como partícula de transición normalmente acompañada de otra partícula (IV 21, 2: iam enim; IV 24, 6: iam uero) , o el adverbio quamdiu como conjunción equivalente a dum (IV 24, 7). Pero es seguramente en el léxico donde podríamos extendernos más, en razón de su riqueza y precisión; señalaré al menos que no sólo encontramos la consabida uariatio , sino su contrario, esto es, el uso polisémico del mismo término 74 , algo que puede causar serios problemas al traductor. Un ejemplo notorio sería iugum , que no sólo significa «yugo» de uncir los bueyes, en el libro II, y «soporte» de la vid emparrada, en el III, sino que en el IV tiene la acepción más concreta, de «pértiga» o «travesaño», acorde con la definición que de esa voz daba Varrón en sus Res rusticae (I 8, 1). Incluso palabras en principio tan inofensivas como uinea y uitis varían ocasionalmente su sentido habitual, presentándose a veces como términos intercambiables. No hablemos ya del significado de algunos tecnicismos, acerca de los cuales existe una bibliografía específica: el caso de bipalium —se discute si se trata de un apero o de una técnica, o ambas cosas— es quizá el más conspicuo 75 .

Volviendo a consideraciones más generales, ya apuntábamos que la prosa de la Res rustica , aparte de estar esmaltada con citas del poema geórgico del Mantuano, es una prosa poetizada en mayor o menor medida. No extraña encontrar en ella expresiones como la virgiliana (Geórg . I 1) laetas segetes 76 , ni cierto lirismo ocasional (tal la colorista digresión sobre el otoño de III 21, 3, donde leemos que hasta el sujeto más ajeno a la agricultura habrá de maravillarse ante el espectáculo de las cepas dispuestas según su variedad y con las uvas en sazón). Como bien hace notar Francesca Boldrer 77 , la voluntad poética del gaditano, sobre todo en relación con Virgilio, se manifiesta ya en los nueve primeros libros, de forma que la composición del X en verso no parece forzada ni fuera de lugar, especialmente tras el noveno, que termina con la exposición de la apicultura, evocadora del libro IV de las Geórgicas y las flores melíferas del huerto del viejo Coricio (vv. 125-148); de esta forma, el anuncio (IX 16, 2) de la horticultura puesta en verso en el libro siguiente se produce de la forma más natural… y virgiliana. Escrito en hexámetros, el libro X, De cultu hortorum , constituye, aun contando con precedentes ilustres, un verdadero tour de force . Agricultura y poesía quedan ensambladas con variable fortuna en un carmen inspirado sobre todo en Virgilio e inscrito en la tradición del poema didáctico alejandrino. Al igual que en las Geórgicas , los principales recursos estilísticos son las perífrasis y digresiones, las alusiones mitológicas y la acumulación de nombres propios de gran sonoridad. Personificación y descripción, procedimientos habituales también en los libros en prosa, adquieren ahora dos notas especialmente características: dramatismo y colorido. En ello han querido ver algunos un rasgo propio del carácter hispano, presente también en Séneca, Lucano, Pomponio Mela e incluso Marcial 78 . Otros, sin negar del todo ese tono retórico y colorista en nuestro agrónomo, estiman que la lengua poética de Columela está cerca todavía del clasicismo augusteo de Virgilio. Holgado, por ejemplo, advierte que el estilo de Columela de ninguna manera alcanza en su retoricismo «la recargada y retorcida violencia de Lucano» 79 , quien escribe por los mismos años que el gaditano. Boldrer, en fin, ha puesto de relieve los aspectos originales del poema, procurando precisar y completar la visión tradicional de Columela como mero imitador de Virgilio 80 . De acuerdo con su análisis, en el libro X se advierte la búsqueda de una expresión artística personal, concretada en una constante innovación, tanto léxica como sintáctica. El vocabulario empleado por el poeta adquiere su peculiaridad por diferentes vías: bien por el procedimiento de dotar a un vocablo preexistente de una nueva acepción —así el helenismo calathus («cesto») usado en el verso 99 con el significado de «cáliz» de los lirios, o numerosus aplicado a hortus («un huerto fértil, productivo») en el verso 6—, bien mediante la introducción de neologismos —a menudo fitónimos griegos, algunas veces hápax, que suplantan a los latinos, como gongylis por rapum («naba») o bunias por napus («nabo») en los versos 421 y 422, o que siguen el gusto alejandrino de lo raro y erudito (panax , v. 103; mandragoras , v. 20 81 )—, bien por lo que pudiera llamarse «emparejamiento bilingüe», consistente en poner al lado de un grecismo un adjetivo o una expresión que da en latín explicación etimológica de aquél (candida leucoia , v. 97, o inmortales amaranti , v. 175, verbigracia). Además de estas particularidades léxicas, observa Boldrer ejemplos de construcciones sintácticas anómalas, desusadas o arcaizantes, todo lo cual abonaría la idea de un Columela poeta un tanto imprevisible, deseoso de mostrar una personalidad propia como escritor. Al igual que sucede con Cicerón, principal —pero no único— modelo de los libros en prosa, la adecuada valoración del décimo, de su carmen de cultu hortorum , exige ir más allá del mero virgilianismo.

Libro de los árboles. La labranza. Libros I-V

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