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Columela en España

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La fortuna de Columela en suelo hispano comienza —si dejamos a un lado la pervivencia en Isidoro, ya reseñada— con la polémica identificación del Yūniyūs mencionado por los geóponos hispanoárabes 95 . A mediados del siglo XVIII se recuperó y empezó a ser estudiada una obra escrita en Sevilla a fines del XII o principios del XIII , el Libro de agricultura de Ibn al-‘Awwam (también llamado Abu Zacaría), y de entonces data la idea de que el Yūni(y)ūs que aparece citado en ella con frecuencia no es sino nuestro L. Iunius Moderatus Columella 96 . Hasta no hace mucho, esta identificación ha venido siendo comúnmente admitida por los arabistas, con lo que se suponía que la Res rustica del gaditano había sido conocida, presumiblemente en traducción, por una parte al menos de la tradición agronómica hispanoárabe. Pero ya los hermanos Rodríguez Mohedano, al realizar, con su característica honradez intelectual, un cotejo de los pasajes de ambos tratados, el de Columela y el de Abu Zacaría, en los que era de esperar que éste siguiera a aquél, pues atribuía sus palabras a Yūniyūs , si bien unas veces constataron notables coincidencias, otras, en cambio, advirtieron apenas una vaga semejanza o incluso un franco desacuerdo entre uno y otro; y si no llegaron a expresar claramente sus dudas acerca de la ecuación Yūniyūs = Columela, fue seguramente por respeto a la autoridad de quienes la defendían, más versados que ellos en las letras arábigas. Fue, según parece, V. Rose 97 el primero en poner realmente en duda tal identificación y sostener que Yūniyūs podía muy bien ser corrupción de Vindanius (Vindanio Anatolio de Beirut, autor del siglo IV , fuente principal de la recopilación posterior que conocemos con el nombre de Geoponica) . Esta tesis ha sido recogida y sólidamente fundamentada por R. H. Rodgers 98 , por lo que debemos abandonar la identificación de Yūniyūs con Columela. ¿Debemos pensar asimismo, con Rodgers, que los geóponos hispanoárabes, y los griegos de los Geoponica , desconocieron la obra del gaditano? La complejidad de la tradición griega y oriental, de la que se nutre la literatura agronómica en árabe, aconseja en este punto cierta cautela. Por una parte, el fondo romano de los Geoponica resulta notorio para algunos; por otra, es perfectamente posible la presencia de Columela en la Bética visigoda —lo vimos a propósito de Isidoro— y no falta quien todavía insiste en la existencia posterior de una versión árabe, quizá compendiada o parcial, de la Res rustica .

Poco más cabe decir de la fortuna medieval de Columela en nuestro país: tal vez la ficción del códice de Trigueros —fechado por él en el siglo XI — tenía por objeto salvar ese largo silencio, imaginando una pervivencia de la que no tenemos mayores indicios que los apuntados. De los manuscritos existentes en bibliotecas españolas, todos humanísticos, hemos tratado ya; copiados en Italia en el siglo XV , conocemos en algún caso (el escurialense de Jerónimo Zurita, las copias parciales de la Colombina, el bello ejemplar napolitano conservado en Valencia) las circunstancias de sus poseedores y de su llegada a España; dan fe del interés por la agronomía antigua y por nuestro autor en particular, un interés que aflora aquí y allá, en humanistas y escritores españoles de los siglos XVI y XVII , en latín o vulgar. Destaca la decidida valoración de la lengua y el estilo de la Res rustica por parte de humanistas como Nebrija 99 o Vives: en el tercer libro de su De tradendis disciplinis , el segundo recomendará la lectura de los agrónomos latinos con el fin de adquirir un vocabulario específico, y elogiará en particular la elegancia de Columela. Todo ello acorde con el general entusiasmo que la recuperación del texto completo de nuestro autor había suscitado en Italia; ya dijimos que la llegada allí del Ambrosianus había dado lugar a una abundante prole de manuscritos humanísticos. Del mismo modo, a partir del siglo XV son numerosos los testimonios que confirman a Columela como autor muy leído y apreciado (véase el epigrama de Teodoro de Beza copiado más arriba como muestra de esa valoración, que hoy puede llegar a sorprendernos).

Esa decidida estimación de nuestro agrónomo se produce en una doble vertiente: la del estilo, ya mencionada, y la del contenido de su obra, considerada útil hasta el siglo XIX . Así, es en la tradición agronómica donde encontramos una ponderación más clara de la Res rustica y su doctrina, de manera que se convierte en fuente importante de la agronomía europea e inspira a menudo textos más amplios, de teoría económica sobre todo (arbitrismo, fisiocracia). A esta doble consideración se añade en España la de su origen hispano: en el De adserenda Hispanorum eruditione (Alcalá de Henares, 1553), por ejemplo, Alfonso García Matamoros celebra la patria bética de Columela junto a la latinidad pura y elocuente de su prosa, preferible en su opinión a la de los otros escritores romanos de agricultura; Columela —dice— trató «de re rustica minime rustice» 100 . Y en el siglo XVIII , en medio de polémicas constantes sobre la aportación de cada país al común europeo (recuérdese el artículo «Espagne» de la Encyclopédie) , la vindicación de nuestro autor como «gloria de la nación española» será habitual. Claro que hoy nos parece más que discutible adjetivar como español a quien pertenecía a la lengua y la cultura de Roma, pero la vigencia de esa perspectiva durante siglos es bien conocida y ha actuado como tal en nuestra historia cultural hasta fechas más recientes de lo que uno podría suponer.

Si hablamos de tradición agronómica, hemos de mencionar la Obra de Agricultura (Alcalá de Henares, 1513) de Gabriel Alonso de Herrera, el primer tratado sobre la materia escrito directamente en vulgar, por encargo del cardenal Cisneros, que alcanzaría gran difusión también fuera de España. Aun a falta de un análisis exhaustivo de las fuentes, la deuda de Herrera para con Columela es considerable; nuestro agrónomo ocupa el cuarto lugar por el número de citas expresas, sólo superado por «el Crecentino» (Piero dei Crescenzi), Plinio y Paladio. Ahora bien, ya vimos que tanto Plinio como, sobre todo, Paladio se sirven de Columela, y Crescenzi tiene a Paladio como fuente principal, de manera que podría darse el caso de que algunas citas de estos autores en Herrera remitieran en realidad a Columela. Por otro lado, una lectura atenta de la Obra de agricultura , incluidas las adiciones que el autor hizo al texto de la primera edición, revela enseguida la presencia encubierta de más contenidos columelianos; así tuve ocasión de comprobarlo en el análisis del Prólogo recogido en mi libro. Herrera asume una tradición compleja: las fuentes son tanto clásicas como medievales —algunas de éstas son árabes— y se presentan teñidas de una ideología cristiana; además, el autor demuestra conocimiento de la agricultura española, italiana y francesa. Refiriéndose a la patria común tanto como a la importancia de las obras de ambos, un ilustrado de última hora hablará de Herrera como de «un segundo Columela» 101 , y quizá esto deba entenderse de forma todavía más literal, en el sentido de que la obra de Herrera tuvo seguramente el efecto de hacer innecesaria para el público español la traducción de la del gaditano; esa ha sido al menos la ocasional explicación, por lo demás verosímil, de que en nuestro país no se hubiera traducido hasta muy tarde la Res rustica , algo que otros países de Europa habían hecho hacía tiempo.

Tras Herrera —cuya obra, por lo demás, seguirá imprimiéndose durante mucho tiempo—, la agronomía española de los siglos XVI y XVII muestra una clara inclinación a la reflexión económica y política, especialmente en los textos arbitristas, que anticipan la actitud ilustrada ante la cuestión agraria. Se plantean entonces polémicas duraderas, como la que enfrenta a partidarios y detractores de la labranza con mulas, o la defensa de los intereses ganaderos —la todopoderosa Mesta— frente a la agricultura. Aunque está todavía por determinar la presencia de los agrónomos latinos —y en particular de Columela— en la mayoría de esas obras, sí he tenido ocasión de examinar las de dos arbitristas, Deza y Caxa de Leruela, del primer tercio del XVII . La huella de Columela, en particular de los aspectos ideológicos expuestos en el Prefacio general, es bien visible en ambos autores (sobre todo en Caxa). Por los mismos años —concretamente en 1617— vio la luz en Barcelona el manual agronómico seguramente más popular en España durante casi dos siglos, a saber, el Llibre dels Secrets de Agricultura, casa rustica y Pastoril (sic), de Miquel Agustí, con veinte ediciones documentadas, la primera de las cuales es la única en catalán, mientras la segunda (Perpiñán, 1626), bastante ampliada, ofrece la versión castellana del propio autor. Su fuente y modelo principal es L’Agriculture et Maison Rustique (París, 1564) de Ch. Estienne y J. Liébaut; esta obra y las de algunos otros, pocos, autores modernos habrían sido —a juicio de un estudio reciente 102 — las únicas manejadas directamente por el escritor catalán, de manera que las citas de las muchas autoridades mencionadas, incluido Columela, serían indirectas.

Diversas circunstancias concurren para hacer del XVIII un siglo «columeliano». Nuevas ediciones y traducciones de los agrónomos latinos van apareciendo en diversos países; señalemos entre ellas la edición de Ernesti (Lepizig, 1773-1774), revisión de la de Gesner (Lepizig, 1735), y la traducción francesa de Saboureux (París, 1771-1772), pronto adoptadas como medios de trabajo básicos por los estudiosos españoles de Columela. La atención a la agronomía antigua se ve favorecida por la reivindicación del saber positivo y práctico propia de la época, que concede a la agricultura un papel preponderante como fundamento del bienestar general y del progreso; tal es la visión de los fisiócratas, que encuentran en Columela un claro precedente de sus postulados. Y si la agronomía experimenta nuevas técnicas, no desdeña por ello conocer las antiguas; de ahí la actitud de equilibrio o compromiso entre tradición e innovaciones que encontramos en muchos ilustrados. En España, la cultura oficial de la Ilustración tendrá su mejor momento en el reinado de Carlos III (1759-1788); es entonces cuando se produce un verdadero «redescubrimiento» de Columela que tiene su reflejo en importantes iniciativas, promovidas a menudo institucionalmente.

Aunque redactada en los últimos años del siglo XVII , la obra de Nicolás Antonio es ya un claro precedente de la renovación ilustrada. Su noticia sobre Columela en la Bibliotheca Hispana Vetus constituye una sólida síntesis de conocimientos luego aprovechada por Fabricio, Gesner y los Mohedano, entre otros. Muy distinta es la significación del «discurso» titulado «Honra y provecho de la agricultura», incluido en el Teatro crítico universal de Feijoo. Si la erudición crítica de Nicolás Antonio anuncia el rigor y la minuciosidad de los Mayans, Burriel o Pérez Bayer, en el benedictino de Oviedo sobrepuja el ideólogo y divulgador, en la línea de los arbitristas y los ilustrados reformadores. En su ensayo pesa más el pragmatismo que la erudición, aunque no falte la argumentación historicista y el recurso a las fuentes, entre las que sobresale la Res rustica . Pero es en la segunda mitad del XVIII y primeros años del XIX cuando la frecuencia y la diversidad de las referencias atestiguan una cierta vulgarización de nuestro agrónomo. Jesuitas expulsos, políticos, botanistas, elogian y conocen su tratado. Y junto a versiones de escaso mérito, obra del fraile oscuro o el cortesano ocioso, en esas décadas toman cuerpo proyectos tan importantes como la traducción, parcialmente realizada, de Cándido María Trigueros —la primera a nuestro idioma de que tenemos noticia—, el exhaustivo estudio de Columela llevado a cabo por los Mohedano en el octavo tomo de la Historia literaria de España , la edición bilingüe y la antología auspiciadas por la Real Sociedad Económica Matritense, o la primera traducción completa publicada, obra de Álvarez de Sotomayor.

Los proyectos de Trigueros (1777-1784) y de la Matritense (1785-1842) aparecen relacionados a través de Jovellanos, inspirador de ambos. Después de haber ayudado a Trigueros en el mismo empeño, el asturiano, a la sazón director de la Sociedad, propuso en 1785 a sus consocios traducir a nuestro agrónomo. La empresa de la Matritense confirma la valoración institucional de Columela como autor «de utilidad pública», en total adecuación al ideario ilustrado. Pero la realización del proyecto se prolongará durante décadas y en el archivo de la Económica irá formándose un «expediente Columela» referido a dos iniciativas principales. La propuesta de Jovellanos se transformará andando el tiempo en la edición bilingüe de Pérez Villamil, terminada en 1819 y nunca publicada del todo. Deudor casi absoluto de Gesner-Ernesti en cuanto al texto latino, Villamil brilla, en cambio, como traductor: en conjunto, la versión resulta más que correcta, por más que su estilo arcaizante enmascare alguna infidelidad al original. La otra empresa columeliana de la Matritense no tuvo mejor suerte que la primera. El botánico Sandalio de Arias preparó una antología latina de la Res rustica , pero fue tan mal impresa (1837-1838) que hubo de ser retirada.

Íntegramente dedicado a Columela, el octavo tomo de la Historia Literaria de España (Madrid, 1781) de los Rodríguez Mohedano supone algo más que un exhaustivo repaso de la erudición sobre el agrónomo, ya que aporta nuevos datos y una visión propia en algunos puntos discutidos. El hecho de ser el primer libro sobre Columela publicado en España justifica en parte su prolijidad, así como la inclusión del Prefacio general de la Res rustica —medianamente traducido— y de extractos del resto de la obra, acompañados de extensas notas donde se coteja la doctrina del gaditano con la agricultura andaluza de su tiempo y la bibliografía agronómica más reciente. La primera traducción completa de la Res rustica impresa en nuestro país (1824) se debe a Alvarez de Sotomayor, un ilustrado poco conocido que, más modesto en sus planteamientos que Trigueros o Villamil, alcanzó a ver publicado su trabajo. Ceñido al texto de Gesner y ayudado en traducción y notas por Saboureux y los Mohedano, Sotomayor lleva a cabo una versión correcta, caracterizada por la precisión y la sobriedad expresiva. Fue acusado de traducir del francés, lo cual puede decirse con verdad de las notas a la traducción, pero no del texto mismo, por más que tampoco en éste sea despreciable su deuda para con Saboureux. Mayor todavía es la dependencia de Saboureux en la versión parcial y anónima conservada en el manuscrito 89 del fondo Borbón-Lorenzana (Biblioteca Pública del Estado, antes Provincial, de Toledo), fiel y fluida a pesar de todo. Otros trabajos, en fin, de mediana o poca calidad, que no vamos a reseñar, corroboran la gran difusión y aprecio de Columela en esos años de Ilustración plena y sus epígonos.

Puede decirse que el Dictamen sobre la obra del agrónomo emitido por la Academia Nacional Greco-Latina, un folleto que no llega a treinta páginas (Madrid, 1840), cierra el capítulo de iniciativas de raíz ilustrada. Relacionado en su origen con la frustrada antología de la Matritense, supone un nuevo intento de introducir la Res rustica en las clases de latinidad. En lo que resta de siglo, el balance es muy pobre: varios opúsculos retóricos y falsamente científicos, algunas referencias dispersas, y una disimulada reimpresión, a cargo de Vicente Tinajero, de la traducción de Sotomayor. Habrá que esperar a Menéndez Pelayo y su Biblioteca hispanolatina clásica para reanudar el hilo de la erudición seria; y la espera será todavía más larga porque, tras la prematura muerte del montañés, la mayor parte de los materiales allegados por él para esa obra, así como para la Biblioteca de traductores españoles , incluido lo que atañe a Columela, tardarían bastante en ser publicados 103 . Ya en el siglo XX , hay que anotar la traducción del libro X, De cultu hortorum , por Miguel Jiménez Aquino (Madrid, 1920), quien en todo caso demuestra ser mejor versificador que latinista.

Después de nuestra última guerra civil, se escriben varios artículos de relativo interés concernientes a nuestro autor, y de nuevo llega a las librerías la traducción de Sotomayor, ahora plagiada y torpemente retocada 104 . Tal era el magro balance de los estudios columelianos en España —mientras la filología sueca llevaba adelante, desde finales del XIX , el sólido trabajo de la edición de la Res rustica a una con el estudio a fondo de su tradición manuscrita—, hasta que en 1975 don Manuel Fernández-Galiano recupera con creces en su edición bilingüe del libro X, precedida por una clara y extensa Introducción, la seriedad y buen hacer que no habíamos tenido desde la Ilustración. Tras él vendría don Antonio Holgado: a él y a sus colaboradores debemos la versión completa de la Res rustica 105 (Madrid, 1988) que ha venido a sustituir la ya añeja de Sotomayor, y en sus páginas introductorias encontramos una utilísima síntesis de cuanto sabemos en torno a Columela. La finura filológica es asimismo proverbial en la aportación de don Antonio Tovar, cuyos trabajos sobre Columela —recuérdese su explicación de Ceretanus = «de Ceret (Jerez)»— han insistido en la vinculación permanente del gaditano con su tierra natal. Y a estas aportaciones de la filología hay que añadir las realizadas desde otros campos de estudio. Entre los historiadores de la Antigüedad, es seguramente Pedro Sáez Fernández quien más atención ha prestado a nuestro agrónomo; sus investigaciones 106 subrayan la notable presencia de la agricultura bética dentro del tratado columeliano, abundando en las tesis de Tovar. Finalmente, economistas y agrónomos se han ocupado también de Columela: Barceló ha puesto de relieve sus planteamientos precapitalistas 107 , y en los dos homenajes que su ciudad natal ha dedicado a nuestro agrónomo ha podido verse la misma variedad de perspectivas de acercamiento a la Res rustica que hemos constatado históricamente, incluyendo la de la moderna agronomía 108 . Convengamos en que, más que lectores, Columela tiene hoy estudiosos confinados cada uno en su particular dominio; ahora bien, sólo el encuentro de los distintos especialistas (filólogos e historiadores, economistas y agrónomos) puede conducir a una valoración real y completa de su obra. Sólo mediante la comunicación efectiva de las distintas líneas de estudio podemos aspirar a una lectura total , semejante hasta cierto punto a la que todavía podían hacer humanistas como Pomponio Leto y Herrera, o ilustrados como Pontedera, Quesnay y Jovellanos. Se trata de comprender el tratado desde nuestro presente, como testimonio que es de una realidad histórica, pero extrayendo de él cuanto pueda enseñarnos 109 .

Libro de los árboles. La labranza. Libros I-V

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