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El metal de los muertos
Оглавлениеconcha espina
(santander, 1869 – madrid, 1955)
Ésta es una novela social católica; alguien incluso la calificó de epopeya católica. Social y católica, una mezcla que hoy suena rara, si no imposible, aunque todos hayamos oído hablar de la doctrina social de la Iglesia, de la encíclica Rerum novarum promulgada por el papa León XIII en 1891, de los curas obreros y de la Teología de la Liberación. Vale. Pero, por otro lado, está aquello de que la religión es el opio del pueblo y aquello otro sobre la enorme diferencia entre una ideología de lo social –que se sostiene sobre la asunción de que el trabajo es un factor constituyente de la dignidad humana– y un pensamiento católico –que arranca de la consideración bíblica del trabajo como castigo–. Un lío, sin duda. El metal de los muertos es la versión narrativa de ese lío.
Grosso modo, viene entendiéndose por novela social el conjunto de novelas que abordan lo que desde finales del siglo xix llamamos «el conflicto social», es decir, aquellas que narran el enfrentamiento entre el mundo del trabajo y el mundo del capital, entre trabajadores y empresarios. En razón de la intensidad y de la causa de ese enfrentamiento que en cada novela se argumente, cabría diferenciar entre novela social y novela revolucionaria. Mientras que las novelas revolucionarias entienden que el conflicto es una lucha de clases y que la única salida es la revolución concebida como expropiación de la propiedad privada de los medios de producción, en las novelas sociales la solución no exige el acabamiento de las clases poseedoras. Las unas hablan de revolución y las otras de justicia social. Las unas hablan de lucha de clases y las otras dan cuenta del sufrimiento que padecen los trabajadores y trabajadoras, lo denuncian y solicitan, explícita o implícitamente, su desaparición o reforma. Desde el entendimiento de que lo social es empatía y denuncia del injusto padecer de los desposeídos de la tierra, es verosímil que en ese espacio narrativo aparezca la visión católica. Más dudosa o imposible sería la asunción de las narrativas revolucionarias desde la óptica del «ama al prójimo como a ti mismo». Y es precisamente este juego entre lo posible y lo imposible lo que otorga a esta novela un especial interés.
El escenario de la novela de Concha Espina, localizado de manera realista, aunque con pequeños cambios en algunos topónimos, es lo que hoy conocemos como las minas de Riotinto y, en un tiempo, 1917, donde el descontento de los trabajadores estaba dando origen y razón a la puesta en marcha de una huelga general por parte de sus organizaciones sindicales. Tanto la geografía física como la humana se observan desde una escritura realista en la que sobresalen la descripción de las minas y su entorno, además de la atención honesta hacia la problemática obrera bajo las insoportables condiciones de explotación que impone la compañía internacional que, tras un acuerdo de concesión escandaloso por parte del Estado, actúa de facto a la manera de una potencia colonial con mando en plaza, es decir, con poder absoluto tanto sobre la planificación de las actividades como sobre el marco laboral en su conjunto: salarios, contrataciones, viviendas, economatos, servicios médicos.
El revoltijo ideológico que se despliega en la historia es francamente llamativo. Al lado de visiones radicales del conflicto social –«Los obreros ni aquí ni en ninguna parte deben pedir limosna sino justicia»–, se cruzan católicos idealismos que derivan la cuestión hacia abstractas buenas intenciones –«El amor puede salvarnos»–. Al lado de apuntes protofeministas y del reconocimiento emocionado a la labor liberadora de los sindicatos obreros de clase, convive un humanismo espiritualista donde los dirigentes no dejan de ser mirados como apóstoles redentores. Una extraña mezcla de Marx y Jesucristo, en la que, eso sí, se habla más de justicia niveladora que de propiedad privada.
El metal de los muertos es una novela social escrita por una escritora católica, conservadora y de derechas. No es, además, una gran novela ni mucho menos. Y sin embargo…