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Aurora roja
Оглавлениеpío baroja
(san sebastián, 1872 – madrid, 1956)
Éste es el tercer y último volumen de una trilogía, La lucha por la vida, que Pío Baroja escribió alrededor de un personaje, Manuel Alcázar; las dos primeras novelas, cada una con su entidad propia y dándonos cuenta de su infancia y primera juventud, nos permiten asistir a su ascenso social (y geográfico, porque, a modo de correlato narrativo, el protagonista se irá desplazando desde los barrios del sur de Madrid hacia el centro, poblado de pequeños talleres de artesanos, de tenderos y empleados).
Cuando la novela comienza, Manuel, después de haber pasado un sinfín de desventuras, ha entrado en el círculo familiar de su amigo el cajista y consigue, merced al préstamo generoso de un viejo amigo, la propiedad de una imprenta sita en el barrio de Chamberí. En el entretanto ha reaparecido su hermano pequeño, Juan, que tras abandonar el seminario, se ha labrado cierto nombre como escultor y, llevado por su temperamento un tanto místico, se ha convertido en un anarquista radical que choca con las ideas de ese Manuel aburguesado –«Yo, entre explotado o explotador, prefiero ser explotador»–, mientras defiende y practica, sin éxito y en condiciones cada vez más desgarradoras, sus ideales anarquistas hasta que, enfermo y decepcionado, muere y lo entierran en el cementerio civil bajo la aurora roja del amanecer.
Si en las los primeras novelas de la trilogía, La busca y Mala hierba, la figura de Manuel y su desclasamiento, lento y zigzagueante, protagonizan la historia, la aparición de Juan, el hermano anarquista, produce un desdoblamiento de la acción y el consiguiente enfrentamiento y choque entre ambos espacios ideológico-narrativos: el conservador que el desclasamiento de Manuel propicia y el radical anticapitalismo de Juan. Ese contraste, que la novela desarrolla con la agilidad que el estilo directo tan típico del autor provoca, vendría a ser el ADN argumental de la novela –dos largas líneas en espiral–, que aumenta su valor narrativo –literario y no solamente humano– cuanto mayor equilibrio estructural establece entre cada una de esas dos líneas de acción que pone en situación de diálogo o de careo, en el sentido más policial del término.
Podemos así hablar de dos novelas: una, la del desclasamiento individual, con sus obstáculos y necesarias adaptaciones a la realidad –«Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica»–, y otra, la de la militancia anarquista con los idealistas y estériles heroísmos de quienes pretenden cambiar con violencia la sociedad sin tener en cuenta las duras consecuencias: «Hay que cauterizar brutalmente la llaga social». Dos novelas que al entrecruzarse nos emplazan a los lectores a posicionarnos en calidad de jueces que no sólo deben juzgar la bondad de los procedimientos formales seguidos para lograr ese equilibrio, sino que inevitablemente han de tomar partido por una u otra de esas dos caras que la novela, por cuanto es una entidad narrativa única, nos muestra. La lectura como responsabilidad.